lunes, 22 de diciembre de 2008

Las responsabilidades

El Fusilamiento

Las palabras finales de Mayo Sibrián
Guayo, convivió con Mayo Sibrián durante sus últimos días de vida, además fue testigo del fusilmiento. Las palabras finales del comandante le descubrieron una realidad desconocida para él y que no consta en los reportes oficiales sobre las masacres en el frente paracentral.


Juan Patojo:

"Lo han matado para limpiarse"


Los testimoniantes de Informe de una matanza, coinciden en señalar responsabilidades compartidas entre Salvador Sánchez Cerén, la Comisión Política de las FPL y los mandos del paracentral. Para ellos, testigos, víctimas y sobrevientes de esas masacres la historia no coincide con la oficial. Los testimoniantes sostienen que el fusilamiento de Mayo Sibrián no es más que una manera conveniente de evadir las culpas.

En orden de aparición: Juan Patojo, Pedro Café

viernes, 12 de diciembre de 2008

Los Horrores y las locuras de la guerra

Con el título de este artículo, que es uno de los subtítulos de mi libro "Memorias de un Guerrillero", hago referencia a la masacre que realizó Mayo Sibrian en el Frente Paracentral. Los miembros de la Dirección del ERP sabíamos que había habido una "matanza" de combatientes y colaboradores de las FPL a manos del jefe del paracentral. Pero creíamos que era únicamente responsabilidad de Mayo Sibrian; estábamos tan poco informados, que en mi libro incluso cometo un error elemental de fechas: En 1984 escuché que las FPL habían logrado detectar un importante trabajo de infiltración enemiga en San Vicente que había culminado con la captura y ajusticiamiento de los infiltrados...Mayo Sibrian había matado en 1984 más de cien "infiltrados", según los más conservadores y según otros, los muertos fueron varios centenares. Sin embargo, nadie constató que los muertos fueran infiltrados.
Juan Ramón Medrano
Analista político
redaccion@centroamerica21.com

Después hago referencia a la otra matanza realizada por Sibrian, después de la ofensiva del 11 de noviembre de 1989; siempre con datos muy generales, sin mayor conocimiento de los hechos. La primera matanza se había realizado en 1986 no en 1984.

En el libro "El Salvador, el soldado y la guerrillera" el escritor salvadoreño Oscar Martínez Peñate se refiere en una de sus historias a estos mismos hechos, con el subtítulo "El ajusticiamiento de Mayo Sibrian", en el cual uno de los jefes operativos del Frente Paracentral relata una de las matanzas de la siguiente manera: Habían llevado a un pelotón de jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 12 y 17 años, procedentes de un campamento de refugiados salvadoreños, que estaba asentado en Honduras, para integrarlos a la guerrilla, y les dijo: -Cipotes, háganse para este lado y se ponen en fila. Los muchachitos pensaban que Mayo les iba a decir algunas palabras de bienvenida, estaban contentos y sonrientes, se les notaba el nerviosismo característico de su edad. Sin mediar palabra, Mayo tomó su fusil y les dijo: Vaya, les voy a enseñar, plah, plah, plah, plah. Los masacró a todos. Los bichitos cayeron al suelo como si eran pollitos, sin saber por que los había asesinado el comandante.

Disparó a sangre fría a 15 niños que habían llegado. Y a los compañeros procedentes del volcán de San Vicente les dijo: Todos estos monos son enemigos y por eso les mostré como se debe de actuar. Hay que ser revolucionario hasta las últimas consecuencias, para que le digan a su jefe (se refería a Abelio) como se hacen las cosas en este lugar.


Informe de una matanza.

Hace pocos días ha salido la edición del libro "Grandeza y Miseria en una Guerrilla", un reportaje para Centroamérica 21, redactado por los escritores y periodistas salvadoreños Berne Ayalá y Geovani Galeas. Fue realizado en la zona geográfica que durante el conflicto fuera el Frente Paracentral; son entrevistas a jefes, combatientes y familiares que conocieron a las víctimas.

Hemos escuchado constantemente, que la Comisión de la Verdad en sus investigaciones calculó que el 95% de los crímenes los cometió la derecha y la Fuerza Armada y el 15% la guerrilla; en ella se hace referencia a los asesinatos de personalidades como Monseñor Oscar Arnulfo Romero y los sacerdotes jesuitas; a masacres contra pobladores indefensos; asesinatos de guerrilleros rendidos al ejército y una larguísima lista de crímenes atribuidos a la derecha y la Fuerza Armada. También escuchamos de asesinatos de alcaldes, de dirigentes de derecha y de asesinatos de soldados que se habían rendido, a manos de la guerrilla. En algunos de estos hechos fueron señalados con nombre y apellido dirigentes del ERP; por razones que cuento en mi libro yo no aparezco en dicha lista. Pero la masacre del paracentral, a pesar de su magnitud, extrañamente no llegó a oídos de la Comisión de la Verdad.

Michael Walzer, en su obra "Guerras justas e injustas. Un razonamiento moral con ejemplos históricos." Cita a Clausewitz, quien se refiere a la guerra como: un acto al que en teoría no se le pueden poner límites...cada uno de sus adversarios trata de torcer el brazo a su oponente...la guerra tiende a exigir el más extremado empleo de la fuerza...quien utiliza la fuerza de forma implacable y no se arredra ante ningún derramamiento de sangre, debe por fuerza obtener una ventaja si su oponente no es capaz de hacer lo mismo. Dice que es: una continua escalada de cuyo desarrollo nadie es culpable.

No obstante, como en todo acto humano, por brutal e inhumana que sea la guerra, también existe la dimensión moral. Y es desde esta dimensión, que Walzer nos recuerda que: Sea cual sea el enfoque que decida adoptar, no dejará de considerar que la guerra es una acción humana, deliberada y premeditada, de cuyos efectos alguien tiene que ser responsable... ¿Que opinión nos merecería un soldado o un hombre público capaz de mostrarse indiferente ante la atrocidad?

Como nos encontramos a las puertas de las elecciones presidenciales más reñidas, después de la firma de los Acuerdos de Paz, cualquier hecho cierto o parcialmente cierto, que tenga que ver con los horrores de la guerra, va a ser descalificado por cada una de las partes. En este caso, la investigación de Ayalá y Galeas, buscará el FMLN descalificarla. Y es lógico, pues en la misma investigación periodística, una de las víctimas les dijo: Yo les voy a contar todo, todito, con nombres y apellidos de los muertos y los asesinos, pero no ahora en tiempo electoral. Al leer el libro, uno se da cuenta de que los testimonios son tan fuertes, que no pueden ser descalificados por razones políticas o ideológicas, los hechos trascienden a lo más profundo del ser humano, a su integridad moral. Pablo Parada Andino (Goyo) a quien sustituyera Mayo Sibrian, como jefe del paracentral, Julio Hernández y Arnoldo Bernal, quienes fueron protagonistas y potenciales víctimas de estas historias, le dan fuerza al relato. La validez se la dan las víctimas y sus familiares.

Los diferentes jefes y combatientes coinciden en que la responsabilidad no fue, ni por cerca, únicamente de Mayo Sibrian, que terminó fusilado, acusado de ser el responsable de todos los crímenes. Giovani, uno de los jefes de la zona dijo: El culpable no fue Mayo...si él pudo matar tanta gente buena, fue por que los jefes se lo permitieron. Guayón también les dijo: Es que no era solo mayo el que tenía la culpa ahí entra toda la Comisión Política de las FPL, esa es la verdad. Miguel UV quien fuera radista de Mayo Sibrian dice en el libro: Mayo Sibrian solicitaba la autorización de Sánchez Cerén...Cuando Mayo le decía: Tenemos cuarenta capturados de las redes enemigas. Poco después llegaba la respuesta de Sánchez Cerén y siempre era la misma: Ejecútenlos. Goyo, fue encomendado para observar los sucesos de la paracentral. Después de rendir su informe durante varias horas a Sánchez Ceren, este sin preguntarle nada, al final dijo: -Mayo es un fundador de las FPL, es miembro de nuestra Comisión Política, es un hombre de prestigio y es mi amigo.

En las páginas finales del libro, en el Epílogo, encontramos la siguiente reflexión de los autores: Esta investigación supera cualquier momento electoral, cualquier gobierno o partido político, por que representa una porción de la fotografía del ser salvadoreño, de su condición humana en una época cuya oscuridad nos sigue calando hondo, nos sigue cortando la voz y quebrando el sentido del futuro.

De la misma manera que las víctimas de los hechos cometidos por las fuerzas del gobierno en aquella época merecen credibilidad y respeto, lo aquí contado debe estar en el mismo sitio, el de la reflexión de nuestro pasado reciente.

http://centroamerica21.com/edicion87/pages.php?Id=605

martes, 9 de diciembre de 2008

¿Estas víctimas si, estas otras víctimas no?

En las últimas semanas se han registrado en el país dos hechos relacionados a las víctimas de la guerra que sufrió nuestro país, esto ha generado una polémica en torno a las responsabilidades y la necesidad de justicia y reparación de los daños causados.

redaccion@centroamerica21.com

Por un lado, dos organismos internacionales de Derechos Humanos solicitaron a la Audiencia Nacional de España la apertura de un proceso contra catorce militares salvadoreños y el ex presidente Alfredo Cristiani, por el asesinato en 1989 de los padres jesuitas y sus dos colaboradoras.

Por otro lado, la publicación del libro Informe de una matanza, grandeza y miseria en una guerrilla, ha puesto al descubierto el asesinato de más de mil combatientes y colaboradores civiles de la agrupación guerrillera comandada por Salvador Sánchez Cerén, actual candidato a la vice presidencia de la república, bajo la acusación de ser infiltrados del enemigo. Las ejecuciones ocurrieron entre 1986 y 1991 en el frente paracentral.

En el primer caso, aunque anteriormente se juzgó y condenó a varios militares, la parte ofendida considera que éstos eran solo los autores materiales, y que los autores intelectuales han quedado en la impunidad. En el segundo caso, los responsables de las ejecuciones no han enfrentado ningún juicio, y el hecho ni siquiera fue mencionado, pese a su gravedad, en el informe de la Comisión de la Verdad.

Durante un programa televisivo en que uno de los autores del mencionado libro, Geovani Galeas, explicaba cómo, cuándo y dónde ocurrieron las ejecuciones sumarias perpetradas por la guerrilla, una televidente llamó por teléfono para decir que el caso de los jesuitas sí merecía atención y justicia, "porque ellos eran santos", y que no era comparable con las otras ejecuciones "porque esos eran guerrilleros".

La semana pasada, en el periódico digital El Faro, Ricardo Ribera, profesor de filosofía e historia de la UCA, escribió una columna en la que apoya lo dicho por la televidente en cuestión. Entre otras cosas, Ribera dice:

"Centenares de ejecuciones sumarias de combatientes y colaboradores se habrían dado con el consentimiento del actual candidato (Salvador Sánchez Cerén). El caso nunca fue incluido en la lista de los que investigó la Comisión de la Verdad por una razón bien sencilla: por atroces que hayan sido esos abusos y violaciones a los derechos humanos, la Comisión consideró que se trataba de purgas internas o de casos de espionaje o de infiltración por el enemigo. Las víctimas no eran civiles. Eran combatientes en situación de guerra". Y agrega: "Es un caso que no puede equipararse a la masacre de El Mozote, con un millar de víctimas civiles, de todas las edades, o de las cuatro monjas violadas y después asesinadas, o del arzobispo abatido por la bala de un francotirador a mitad de la misa, o de los seis sacerdotes y dos colaboradoras de la UCA, sacados de sus camas para ser acribillados por una unidad de elite del ejército. No son comparables".

Sin embargo, el director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA, Benjamín Cuellar, plantea una visión distinta. En una entrevista en el canal 12 de Televisión, realizada por William Meléndez el pasado jueves, al referirse a las ejecuciones sumarias perpetradas por la guerrilla, expresó:

"Cuando se dice que se trataba de combatientes, y que por eso el caso es distinto, no es distinto. Hay Derecho Internacional Humanitario, hay Convenios de Ginebra. Desde el momento en que yo te desarmo en mi campamento guerrillero, te torturo y te mato a garrotazos, es una grave violación al Derecho Internacional Humanitario, que debe ser igualmente investigada, castigada y reparado el daño a las víctimas".

En otro momento de la entrevista manifestó: "Lo que pedimos es que se derogue la Ley de Amnistía, que se apruebe una Ley de Reconciliación que asuma las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, reparando el daño a las víctimas, dignificándolas, reconociendo que eran personas honorables, y reconociendo su responsabilidad el Estado y también la guerrilla".

Sobre el planteamiento del director del IDHUCA, Meléndez ahondó sobre las implicaciones que esto tendría "poner en el banquillo de los acusados, someter a procesos judiciales, hacer condenas a funcionarios ya sea del gobierno o del FMLN..."; sobre el tema Cuellar planteo una alternativa que implica un nuevo pacto social "perdón para los que pidan perdón, reparación para quiénes necesiten reparación, y fortalecimiento de las instituciones".

A las víctimas del paracentral y a sus familiares no se les ha pedido perdón, no se ha reconocido su honorabilidad ni su aporte al proceso nacional; por el contrario, se sigue afirmando que fueron infiltrados, traidores a la causa revolucionaria, y que por tanto y dentro de las leyes de la guerra lo que les correspondía era el ajusticiamiento.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Goyo y Miguel Uvé: "¿Qué está pasando en el paracentral?"

Dimas Rodríguez, miembro de la máxima jefatura de las FPL, era el más escéptico respecto al informe de la "vasta infiltración enemiga", y el más interesado en investigar y poner las cosas en claro.

Geovani Galeas/Berne Ayalá
redaccion@centroamerica21.com

No había valle o serranía, playa o volcán, camino o recoveco del frente paracentral en el que Goyo no fuera conocido y respetado por los jefes y combatientes guerrilleros, lo mismo que por sus familias.

Había nacido en esa zona. Allí se había incorporado a la lucha como un joven organizador campesino allá por 1977. Allí se había sumado a las FPL por esas mismas fechas, y había ido ganando progresivamente, en combate, las jefaturas de escuadra, pelotón, columna, destacamento, batallón, operaciones y Estado Mayor, hasta convertirse en el comandante Goyo, jefe militar del frente paracentral.

En abril de 1986 se le informó que tendría que cumplir una misión especial fuera del país. Unas semanas después llegaba a Cerros de San Pedro el hombre al que la máxima jefatura del las FPL había elegido para sustituirlo: el comandante Mayo Sibrián.

Después de entregar el mando, y tras la ya mencionada conferencia de coordinación con Mayo Sibrián, se puso en camino. Su ruta de salida, con escalas de descanso y coordinaciones, pasaba por la zona guerrillera conocida como Radiola, el cerro de Guazapa y el cerro Bonete. Antes de llegar a este último punto, se detuvo algunos días en la comunidad Tres Ceibas, en el norte de la ciudad de Apopa. Habían transcurrido unos dos meses desde que saliera de Cerros de San Pedro.

Una noche, en Tres Ceibas, recibió la visita de un grupo de familiares de guerrilleros de esa zona que habían sido enviados al frente paracentral. Le contaron angustiados que se estaba rumoreando que a algunos de sus parientes habían sido acusados de traición, y los habían torturado y matado sus mismos jefes. Esa información desconcertó a Goyo, pero era demasiado imprecisa como para tomarla como una certeza. Al día siguiente reemprendió la ruta que finalmente lo llevaría hasta Cuba.

Un par de meses después de su llegada a La Habana, Goyo recibió la visita de tres miembros de la comandancia de las FPL. Querían saber cómo evaluaba él las condiciones de seguridad del frente paracentral. Estaban preocupados porque habían recibido informes sobre una vasta red de infiltración enemiga, tanto en las bases de apoyo en la población civil como entre las mismas tropas guerrilleras.

Goyo les dijo que esa aseveración le parecía incoherente, que una infiltración de esa magnitud era imposible. Durante años él había realizado en ese frente, con la misma tropa, operaciones militares pequeñas, medianas y grandes, acciones logísticas a gran escala entre la población civil y bajo estrictas medidas de clandestinidad, y todo lo que él había observado durante esas experiencias estaba contemplado dentro de la normalidad de un estado de guerra.

Los tres comandantes quedaron indecisos. No podían dudar de la evaluación de un cuadro con la experiencia política y militar de Goyo, pero le pusieron un ejemplo de lo que Mayo Sibrián había reportado como un signo de la infiltración. Se trataba de una operación en la que un grupo comando, teniendo a tiro a la unidad enemiga, había lanzado las granadas sin lograr pegar en el objetivo. Goyo pidió más detalles sobre ese incidente, y luego les presentó su consideración al respecto.

-Es una típica acción en medio de un operativo enemigo. En esas circunstancias la exploración se hace sobre la marcha, los compas se echan las cargas al lomo y si hay tiro lo hacen sin más. Pero igual si andan cansados o están con hambre, y les toca efectuar el golpe de mano a las diez de la noche, un cusuco o una taltuza que salta por ahí en el monte los puede confundir y así se provoca un error. De esas experiencias les puedo contar cientos-, concluyó Goyo, ya adivinando y deplorando la suerte que los muchachos comandos habrían corrido.

Uno de los tres comandantes, el legendario Dimas Rodríguez, era el más escéptico respecto al informe de la "vasta infiltración enemiga", y el más interesado en poner las cosas en claro, de acuerdo a Goyo. Fue él quien le preguntó cómo se explicaba, entonces, que Mayo Sibrián cometiera un error de apreciación tan grave.

La respuesta de Goyo fue directa y contundente:

- Mayo asumió, en el frente paracentral, el mando de dos batallones de élite, más de cinco columnas guerrilleras, un gran número de personal asignado a milicias, talleres y logística, o sea, casi la mitad del total de las fuerzas de las FPL; es decir que le asignaron una responsabilidad sobre una gran cantidad de territorio y de tropa, lo que superó sus capacidades tácticas, estratégicas y hasta psicológicas. Ustedes lo saben bien, lo más que Mayo había llegado a comandar era un destacamento, y de pronto le pusieron en las manos toda esa fuerza, cualquiera puede tener problemas en esa situación-, finalizó Goyo.

Miguel Uvé, la muerte de los amigos

Nicolás García, el comandante Miguel Uvé, es originario de San Vicente. Se incorporó a la guerrilla en 1974. Su pseudónimo Uvé deriva del hecho de haber sido uno de los fundadores de las Unidades de Vanguardia de las FPL. En el paracentral estuvo al mando del batallón "Andrés Torres" hasta 1983. Ese año fue enviado a Chalatenango, donde junto a otros otros comandantes también provenientes del paracentral, Goyo, Ramón Torres, Giovani y Walter, participó en la conducción de batallas que ahora son casi legendarias, como la del ataque a la Cuarta Brigada de Infantería.

Ya casi al final de la guerra, en abril de 1991, viajaba en un vehículo junto al comandante Antonio Cardenal (Jesús Rojas) y un grupo de combatientes, en una zona que consideraban segura en el norte de Chalatenango. Sin embargo, fueron sorprendidos por una emboscada montada por una unidad especial del ejército.

Jesús Rojas fue impactado mortalmente por una de las primeras ráfagas, a las que sucedió el ametrallamiento a mansalva y el lanzamiento de granadas de mano. La mayoría de guerrilleros caen abatidos, y solo quedan cuatro sobrevivientes heridos que tratan escapar arrastrándose y disparando sus armas. Uno de ellos es el comandante Miguel Uvé, que alcanza a parapetarse detrás de una piedra. Miguel intuía que Jesús Rojas, miembro de la máxima dirección de las FPL, estaba muerto, y le preocupaba que en su mochila cargaba no solo una gran cantidad de dinero sino, también, las claves de las comunicaciones e importantes documentos internos. En esa misma emboscada murieron varios guerrilleros del frente paracentral: Nando, Alirio, Manolón y otros más.

Muy cerca de ahí, a ambos lados de la calle, acampaban varias unidades guerrilleras que ya habrían reaccionado ante la balacera, y estarían por llegar al sitio. Miguel y sus compañeros decidieron entonces seguir disparando, con el objeto de proteger la mochila de Jesús Rojas mientras llegaban los refuerzos. La unidad del ejército también sabía de la cercanía de los otros guerrilleros, y tuvieron que abandonar la posición ante la resistencia de los heridos y la inminencia del contraataque guerrillero.

Pero mucho antes de eso, en 1986, pocos meses después de la llegada de Mayo Sibrián al frente paracentral, Miguel comenzó a recibir correos de sus amigos y compañeros de aquel frente de guerra. Las noticias que le enviaban eran desconcertantes. Algunos de los jefes de destacamento del batallón que él había comandado años atrás, el "Andrés Torres", le contaban que la situación era grave, que sentían temor de morir a manos de sus mismos mandos, pues se había caído en una extraña situación de desconfianza generalizada.

Dos de esos jefes de destacamento, Chamba y Rogelio, le confiaron que temían que de un momento a otro se les acusara de traición injustamente, como a tantos otros compañeros a los que ya habían matado. El comandante Miguel Uvé se consternó por semejantes noticias, pues conocía a fondo a esos guerrilleros con quienes había combatido hombro a hombro durante varios años, y por cuya lealtad podía poner las manos al fuego. Muy poco tiempo después, Miguel recibió el informe de que, en efecto, Chamba y Rogelio habían sido ejecutados "por infiltrados". Al igual que Fermín, por los mismos días, tampoco Miguel Uvé imaginaba que la matanza del paracentral, apenas había comenzado.

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jueves, 4 de diciembre de 2008

Noviembre sangriento (Segunda parte)


Marvin Galeas*

La idea de una gran ofensiva militar había estado obsesionando a Joaquín Villalobos, desde mediados de 1986. Atilio, su nombre de guerra, era el máximo jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo y el más joven de los cinco integrantes de la comandancia general del FMLN. Había entrado a Morazán en noviembre de 1982. Llevaba 14 fusiles AK-47 de fabricación soviética. Era un regalo de Fidel Castro para cada uno de los máximos jefes militares del ERP.

Desde su llegada estructuró un puesto de mando móvil muy similar al de un ejército profesional. Lo conformaban unos doscientos hombres distribuidos en secciones de inteligencia y contrainteligencia, comunicaciones operativas y estratégicas que enlazaban los frentes de guerra y las retaguardias de San Salvador, Managua y Tegucigalpa; los encargados de la logística, fuerza de seguridad y el equipo de Radio Venceremos.

Desde principios de 1986, Atilio tenía la certeza de que la guerra estaba empatada. La guerrilla en 1983 había enfrentado al ejército en una serie de grandes batallas, que incluía la defensa de posiciones. Había sido un buen año para el ejército guerrillero. Pero en 1984 todo cambió. La Fuerza Armada introdujo más batallones de reacción inmediata, más aviones y helicópteros e introdujo nuevas modalidades de combate.

Para complicar más las cosas el apoyo logístico desde Managua se había casi interrumpido, debido a las presiones políticas y militares del gobierno de Ronald Reagan. Hubo, en ese año, bastante desmoralización en los frentes guerrilleros. Las deserciones eran frecuentes. Entre 1984 y 1985, la guerrilla pudo haber perdido la guerra. Sin embargo supo resistir aplicando una estrategia de pequeñas unidades dispersas en el terreno haciendo guerra de desgaste, minas, francotiradores y sabotajes a objetivos económicos.

En los dos años siguientes la guerra se estabilizó y entró en un ciclo que parecía interminable: repetidos operativos contrainsurgentes en las áreas rurales del país y respuestas guerrilleras en las áreas vitales estratégicas. Era la de nunca acabar. Pero hacia finales de 1987 las gestiones de las organizaciones guerrilleras lograron que los países del entonces campo socialista dieran un apoyo más decidido.

Miles de fusiles AK, cohetes RPG-7, fusiles de alta precisión Dragonov, así como millones de proyectiles y pertrechos entraron a los frentes guerrilleros desde Corea del Norte, pasando por Cuba y Nicaragua. Las armas entraban por mar en pequeñas lanchas ultrarrápidas, que partían de noche desde las costas de Nicaragua, burlaban los complejos sistemas de vigilancia montados por el ejército de Estados Unidos en el golfo de Fonseca, hasta desembarcar en las playas de Usulután.

También ingresaban por tierra en depósitos clandestinos construidos en todo tipo de vehículos, a través de la frontera entre Nicaragua y Honduras. Luego en Tegucigalpa las armas eran escondidas entre barriles y sacos de alimentos que supuestamente iban dirigidos hacia los campamentos de refugiados de salvadoreños ubicados en territorio hondureño, pero muy cerca de los frentes guerrilleros de Morazán y Guazapa.

La ruta aérea, usada con menos frecuencia, era la más peligrosa. Pequeñas avionetas volaban cargadas de fusiles en horas de la noche, desde Nicaragua hacia pistas clandestinas en diversos puntos del país. Para principios de 1988 la guerrilla había renovado casi todo su armamento. El AK pasó a ser el fusil reglamentario del guerrillero. Los viejos M-16 fueron ocultados en depósito subterráneos y pronto serían enviados hacia las ciudades para los proyectados alzamientos populares.

Los líderes del ERP convencieron, no sin muchas dificultades, a las FPL y el Partido Comunista que la ofensiva militar en las ciudades desentramparía la guerra y podría terminar en una insurrección y en la victoria militar. Estas dos últimas organizaciones al principio creían que era nueva aventura de los locos del ERP, pero al final entusiasmados con las armas y con la reactivación de los movimientos de masas, aceptaron.

En abril de 1989, el ERP, estableció el puesto de mando estratégico de la ofensiva en una finca ubicada en las afueras de Managua. Exactamente el kilómetro 13 y medio de la carretera vieja a León. Casi todos los mandos guerrilleros salieron clandestinamente hacia Managua para la planificación de las maniobras militares. Todos regresaron entre julio y agosto. Todos, excepto cuatro. Ellos iban a ser los encargados de la coordinación de las operaciones y la coordinación con las otras fuerzas guerrilleras. La cuenta regresiva para noviembre había comenzado.

*Columnista de El Diario de Hoy.

http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_opinion.asp?idCat=6342&idArt=3092437

martes, 2 de diciembre de 2008

Problemas en el ERP después de la ofensiva de 1981

Ofensiva 1981

Largos meses han pasado desde la "ofensiva final". Los planes que impulsamos han dado resultado: hemos logrado sostener operaciones militares de manera permanente, consolidando la estructura de comandos; el enemigo ya no nos ha podido golpear como al principio de año y, además, con Miguel estamos recuperado en gran medida el frente occidental.

redaccion@centroamerica21.com

Largos meses han pasado desde la "ofensiva final". Los planes que impulsamos han dado resultado: hemos logrado sostener operaciones militares de manera permanente, consolidando la estructura de comandos; el enemigo ya no nos ha podido golpear como al principio de año y, además, con Miguel estamos recuperado en gran medida el frente occidental. Partiendo de esta situación es que me siento con fuerza moral para plantear unas críticas en la reunión del Comité Central a la cual nos han convocado para la próxima semana en Managua.

El primer lugar al llegamos es la ciudad de Tegucigalpa, Honduras. Me siento contento porque sé que aquí esta "M" y creo que voy a poder verla antes de seguir el viaje para Nicaragua.

A Miguel y a mí nos traslada el compañero Bruno a un local de la organización. y nos dice que ahí estaremos hasta que se arregle la continuación del viaje, ya que nos tienen que preparar pasaportes hondureños. Al tercer día en este lugar, encerrados, Miguel y yo ya estamos aburridos, solo vemos televisión y fumamos sin control. En esta situación llegamos a la noche y cerca de las siete recibo una agradable sorpresa: la visita de "M", que de inmediato se me tira encima abrazándome y besándome llena de felicidad.

-Vine a pasar la noche contigo-, dice dulcemente.

Después de cenar y hablar sobre cómo nos ha ido todo este tiempo atrás, le enseño el documento que voy a presentar en la reunión del Comité Central; lo lee muy despacio y dice:

-Me parece muy bien, solo que hay que tener cuidado con algunas palabras que se utilizan porque te pueden enredar.

Me regresa el documento y no comenta nada mas al respecto, tampoco plantea la posibilidad de firmarlo. Me imagino que es porque es miembro de la Dirección Nacional y, aunque apoya las críticas, quizá no se quiere ver involucrada directamente por la relación sentimental que tiene conmigo.


Los compañeros destacados en Honduras organizan que a Galia, Miguel y a mí nos traslade el mismo vehículo hacia Managua. En la frontera de Peñas Blancas nos bajamos del carro para estirar las piernas mientras el compa que nos traslada presenta la documentación. Al ver ondeando la bandera roja y negra de la revolución sandinista, observo a Galia que se estremece de emoción y murmura: "Que bello, que bello".

Ya en Managua ha llegado el momento del encuentro con todos los delegados del país. Antes de iniciar la asamblea se escucha una sola algarabía: todo mundo habla al mismo tiempo sobre diferentes temas en los pequeños grupos de compañeros que se han formado de manera imprevista en el salón donde vamos a trabajar.

Joaquín Villalobos hace un llamado a que hagamos silencio para dar inicio a la asamblea del Comité Central. A continuación lee la agenda que propone la Dirección Nacional y pregunta si hay algún otro punto que se quiera discutir. Levanto la mano para pedir la palabra y digo:

-Sí, yo traigo un documento que quiero presentar a consideración de la asamblea.

Son muchos los temas a discutir y por esa razón a mí me toca exponer hasta el segundo día de trabajo. Antes de empezar a leer digo:

-Compañeros, este es un documento de critica firmado por Galia y por mí. Lo presentamos a ustedes con toda seriedad y con el único fin de corregir errores y que nuestra organización se fortalezca. Empiezo a leer e inmediatamente se crea en el salón un profundo silencio. Después de unos segundos levanto la cabeza y veo todas las miradas clavadas en mí. Sigo leyendo y antes de terminar volteo a ver a Joaquín, que se mantiene serio, pero con la cabeza erguida y la mirada al frente. Leo con más energía la ultima parte y digo:

-Para concluir, podemos argumentar que el mando general ha utilizado métodos equivocados para conducir la organización. Por esta razón proponemos al Comité Central que sea sometido a prueba durante seis meses, y de no corregirse los errores antes señalados, que sea suspendido de su cargo."

Por unos cuantos minutos nadie se atreve a intervenir, hasta que Jonás rompe el hielo y pide la palabra.

Sobre la carretera que conduce a la frontera de El Amatillo, de regreso a San Salvador, veo a través de la ventana del carro sin ningún interés. De repente me sonrío al recordar los detalles de la reunión y pienso en mis adentros:

"Logramos topar al poste al hijueputa de Joaquín. Aunque fue muy hábil de su parte poner el cargo a la disposición en ese momento, porque él sabia que la mayoría no iba a estar de acuerdo. Lo que él buscaba era suavizar la situación, lo cual logró. Pero aun con eso fue un triunfo para nosotros, y si consideramos que con el apoyo de Miguel logramos que la asamblea autorizara el regreso de "M" a San Salvador, puedo por lo tanto sentirme satisfecho plenamente.

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lunes, 1 de diciembre de 2008

Un encuentro en la casa de Juan Patojo

Frente Paracentral, informe de una matanza

Fuimos para que el viejo Tilo conociera a Guayón y a Edwin, el capitán Juan Patojo se vino con nosotros, antes de despedirnos en uno de esos desvíos vecinales nos dice: "Esto apenas comienza, la lista es grande, compas".

Berne Ayalá
redaccion@centroamerica21.com


Las cañas de maíz están tiradas en el patio, un cerdo araña ferozmente en el intento por sacar una pequeña mazorca que quedó atrapada entre las hojas, cuando lo logra se la come con todo y el olote mientras las gallinas picotean a su alrededor algunos de los granos que se le salen del hocico. El patio de la casa está reseco, el invierno se fue con todo y los charcos que encontramos meses atrás, cuando iniciamos esta historia de la vida y la muerte. Pero el verde aún no sale del dominio de los colores que bordean el lugar, los cercos, los potreros y los matorrales todavía se empapan de frescura, y el riachuelo artificial donde nadan los peces "cuatrojos" aún está hondo y cristalino.

En el corredor están sentados el teniente Pedro Café, el capitán Juan Patojo y el viejo Tilo (como ahora le llamamos), hermano de Lucas (aquel joven guerrillero de las Fuerzas Especiales que fue asesinado en el frente paracentral por sus mismos jefes). Tilo no los conocía, los mira como si en las palabras de aquellos veteranos quisiera encontrar un gesto de su hermano. Insiste en llamarlos: Pedrito y Juancito, que en su voz nos recuerda esa costumbre que acompañó al colectivo de los militantes de las FPL. Ahí siempre hubo al menos tres dimensiones para un mismo nombre: Jorgón, Jorge y Jorgito, Felipón, Felipe y Felipito.

Es muy probable que dado el tamaño de las FPL se haya ido desarrollando esa costumbre para distinguir a los que tenían el mismo nombre, que no es nueva en las guerrillas si recordamos al Pedrón de Sandino, el que se revive en las tonadas de Luis Enrique Mejía Godoy, cuando habla de la Adelita que silva todo el batallón rumbo a Waslala.

Juan está descalzo, como suele andar en el verano, no pierde el tiempo en recordar que ya están dispuestos para ir ordenando las listas de los asesinados, que los familiares están pendientes del libro Grandeza y miseria en una guerrilla y que vieron en la entrevista de canal 12 con William Meléndez, al viejo Tilo y a uno de los autores del libro, Geovani Galeas. "Me quedé con ganas de oír más, es que cuando se habla de esa historia uno siente que quiere hablar un montón y después se acuerda que se le olvidó algún nombre", dice Juan.

Le digo que Tilo quiere que le hable de su hermano. Y entonces le cuenta esa historia de los entrenamientos en el mar cuando Lucas solía nadar junto a Agustín la Liebre (sobrino de Juan y también fusilado por sus jefes). Los dos hombres ranas ingresaban mar adentro y nadaban horas y horas, no sólo como entrenamiento sino como táctica de reconocimiento de los recovecos de aquellos islotes de la bahía de Jiquilisco y sus alrededores. "Una vez fui yo, pero no aguanté el frío, es que como ellos se metían con sus equipos de buzo. No aguanté y tuve que salirme. Es que ellos eran fuertes y especiales para hacer esos recorridos, no cualquiera", dice Juan.

















Tilo escucha con atención, junta las manos, mueve el hombro y atiende con oído pulsudo. Es obvio, se trata de su hermano y está orgulloso de saber de su vida, dieciocho años después que dejara este mundo. Es inevitable que en algunos momentos los presentes se miren a los ojos o evadan al otro cuando se habla de tanta gente muerta. Se mencionan listas grandes, dentro de ellos a los sobrinos de Juan y otras gentes que pelearon en esos lugares.

Vamos a llegar lejos, dice Juan que está muy animado. En sus ojos silvestres hay una reflexión que no se puede expresar en palabras. Mira el libro y se alegra de tocarlo, lo mismo ha pasado con Pedro Café, hay alegría en sus gestos, es como si a toda esa gente alguien le hubiese recordado con algo tan simple como un libro, que ya no serán olvidados por lo que fueron en esta vida loca, y que cuando alguien venga a huronear nuestro pasado unas cuantas décadas después, ellos estarán ahí, tan vivos como hoy, tan inevitables como en estos días superfluos de campañas electorales.

Cada vez que uno se sienta en el corredor de la casa del capitán Juan Patojo, siente la necesidad de salir de ahí con un nuevo libro escrito, porque los descubrimientos no cesan, como eso de que eran once hermanos con treinta hijos, que murieron seis de sus hermanos y más de una decena de hijos que vienen siendo sus sobrinos, en esa nuestra guerra donde muchos creemos que hemos perdido mucho hasta que no hablamos con gente como él.

Salimos de ahí para que el viejo Tilo conociera a Guayón y a Edwin, Juan se vino con nosotros, iba vestido de camisa y sombrero negro, antes de despedirnos en uno de esos desvíos vecinales nos dice: "Esto apenas comienza, la lista es grande, compas".

En esas palabras pensaba a la hora que cenábamos en casa de Edwin, un asado de carne y ensalada de pepinos con tomate. Tilo no pudo esperar la llegada de Guayón, se fue con uno de los hijos del misilero a buscarlo a su casa. Esa era la misión irrevocable pues el artillero fue uno de los que vio con vida a Lucas, poco antes de que fuera asesinado.

De qué se trata todo esto, pensaba mientras los veía comer, todos hablando de la vida y de ese libro que estremece a aquellos que tengan el valor de leerlo con atención y delicadeza. Los muertos, todos sin excepción, merecen respeto, es lo que me dije ahí al ver las ondulaciones de las llamas de la cocina, como si recordara al hombre que jamás pude ver a los ojos porque vivió hace doscientos mil años.

Unos quieren contar su vida, otros quieren darle fin a las listas de los fallecidos, otros quieren escribir la historia de ese frente de guerra, otros saben que este ha sido uno de los pasos más importantes, Pedro Café está orgulloso. "Fuimos los primeros, los que nos atrevimos a hablar, después de esto mucha más gente se va a animar a decir lo que sabe, porque todos sabemos que esta historia es muy cierta", dice. Y es obvio, el primer paso es el más doloroso, el más peligroso, el más incomprendido.

Viéndolos ahí, escuchando la voz de Goyo en el teléfono y de muchos otros compañeros atrapados por la emoción de tener un libro que habla de sus vidas, he ponderado la coyuntura donde todas esas vidas han caído arrodilladas. Hace falta conocer el significado de matar a los propios para atreverse a hablar sin fundamentos, hace falta tener un mínimo de decencia para bajar el rostro e intentar entender el significado que tiene para muchos el que alguien les incluya en una historia oficial que ha pretendido arrancarlos tan vilmente, como en otro tiempo les arrancó la vida a los suyos.

Esa comunidad de veteranos sobrevivientes de la tragedia del frente paracentral es una, como otras tantas que vieron truncados sus sueños por quienquiera que haya sido, eso es lo de menos, ellos son en el fondo una de las piezas claves de nuestro rompecabezas.

Al escuchar a esa gente me convenzo más que el haber escrito esta historia ha sido una decisión acertada en estos tiempos. Las elecciones que provocan pedradas y gritos de guerra entre la gente más pobre de este país -a pesar de que los políticos repican a cada paso que aquí se firmó la paz en 1992-, terminará en una semanas, sin duda vendrán otras y otras, ninguna será igual, pero la tragedia contada en el libro Grandeza y miseria en una guerrilla, ya es parte de nuestra historia, superará la vida y el mandato de cualquier presidente electo del futuro.

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Nelson: "Si fuéramos infiltrados hubiéramos matado a todo el mando"

Frente Paracentral, informe de una matanza

Nelson, hijo de Chayito, nació en el cantón La Esperanza, de Tecoluca, y también se salvó apenas de ser ejecutado en el paracentral. Hoy vive entre la carpintería y el trabajo en los colectivos de la Cooperativa Dimas Rodríguez y ADEGE, una asociación de lisiados de guerra donde comparte sus horas con ex solados de la Fuerza Armada y ex guerrilleros.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Fue correo de la guerrilla desde su infancia. Cuando cumplió catorce años, poco antes de la ofensiva insurgente de 1981, fue enviado al frente occidental Feliciano Ama, donde pasó más de un año. Luego, en Chalatenango, fue incorporado a las unidades del Batallón K-93 de la Brigada Felipe Peña Mendoza de las FPL. Su agresividad en el combate lo llevó pronto a formar parte del segundo pelotón de la compañía de las Fuerzas Especiales Selectas, en las que participó junto a Lucas, Agustín la Liebre y Mardo, en innumerables combates, incluyendo la toma del Cuartel de la Cuarta Brigada de Infantería, y el ataque a la presa hidroeléctrica del Cerrón Grande.

En 1985, el pelotón de Fuerzas Especiales comandado por el capitán Vidal, realizó misiones de exploración en las instalaciones de la Brigada de Artillería, ubicada en el Departamento de La Libertad. En esa misión Vidal abandonó su unidad, desertando con su arma y equipo, y se entregó al ejército. Las sospechas de infiltración, o al menos de ulterior colaboración del jefe guerrillero, produjeron el aborto de lo que sería el ataque a esa guarnición de la Fuerza Armada.

Todo el pelotón fue sometido a interrogatorios y desarticulado; sus miembros fueron enviados a diversas unidades militares. Es así como Nelson el Vietnamita regresa al frente paracentral, donde se incorpora a las unidades de élite del batallón "Andrés Torres" en el volcán de San Vicente.

Antes en su estancia en Chalatenango, Nelson ya había pasado por otras experiencias difíciles asociadas a los que él reconoce como su rebeldía:

-Es que éramos jóvenes rebeldes, juguetones y agresivos. Una vez estaba de posta cerca del campamento donde estaba el mando. De pronto vi a los soldados que venían por San Isidro. Agarre el fusil y dije a disparar. Eso fue lo que no les gustó a los jefes. Esa misma noche me quitaron el fusil, me amarraron y me entatuzaron. Cuando ya tenía cinco días de estar enterrado llegó un compañero que se llamaba Oscar Guevara, y les dijo que me sacaran: Discúlpenlo, esa es parte de la infancia, les dijo. Y así fui teniendo mi récord en las FPL, o sea que yo siempre murmuraba por aquello que no me gustaba. Y así éramos varios.

-Por eso tuvieron problemas...

-Sí, por discutir con los jefes. Está el caso de Mardo, que lo "ajusticiaron" en Chalatenango. Hubo una invasión enemiga y la gente se pasó para el lado de Honduras. Entonces un grupo de las Fuerzas Especiales, donde estaba yo, no estábamos para pelear en campo abierto, pero como mataron a unos familiares del compañero Arnulfo, nos encachimbamos y nos regresamos a la zona a buscar al enemigo, pero ya por cuenta de nosotros mismos. Ahí en El Zapotal nos reunieron los compañeros y nos reclamaron. A Mardo lo sacaron de las Fuerzas Especiales y lo mandaron al destacamento de Héctor. Ahí lo estaban mandando a traer maíz a La Laguna, y no tenía zapatos buenos. Vos no salieras así sin zapatos le dijo al jefe, y empezaron a discutir. Entonces lo desarmaron y lo amarraron. A mí y a Lucas nos mandaron a cuidarlo, y nosotros le dijimos que lo íbamos a soltar y que mejor se fuera. No, dijo él, si yo me voy los van a matar a ustedes. A los dos días el mando ordenó su muerte.

-¿Y en el paracentral cómo fue su problema?

-A mí ya me querían "ajusticiar" por esas fechas que mataron a Hugo que andaba en el destacamento dos del "Andrés Torres", y a la Marina, una compañera que le decíamos la Sota de Basto. Yo era el segundo jefe de pelotón del destacamento dos, que comandaba "Rogelio", que también lo mataron.

-¿Eso fue a mediados de 1986?

-Sí, por esos días. A mí me mandaron a traer de las Ánimas. Con el operativo enemigo encima salimos a apoyar un paro al transporte. Ahí andábamos y ya teníamos tres días de no comer. Yo les dije a los compañeros que, aunque estuviera el enemigo, teníamos que ir a buscar comida. Cuando salimos a la carretera llegó un carrito todo viejo con pan, y yo le dije al motorista que para qué le iba a quemar el carro. Vino el señor de agradecido partió una torta de pan y nos dio.

-¿Qué tenía eso de malo?

-Es que un compañero de expansión informó que nosotros estábamos pidiendo comida en el retén. Entonces me llamaron al mando. No fui pendejo y dije si yo me muero se tiene que morir todo el pelotón. Entonces reuní a los jefes de escuadra y les dije: Miren, compañeros, la orden que ha dado la organización es que nos van a "ajusticiar" a todos. Entonces la gente dijo que para que nos mataran tenían que quitarnos la M-60, los RPG-7 y todas las armas. Y salimos para el volcán. Y cuando llegamos ya tenían amarrado a Rogelio, que era jefe de destacamento.

-¿Qué pasó entonces?

-Llegamos al puesto de mando, que estaba ubicado en el cantón Paz Opico del volcán. Cuando me vieron con todo el pelotón me dijeron que la orden era que llegara yo solo, porque conmigo era que querían arreglar cuentas, y ya me acusaron de infiltrado y me amarraron. Ahí el jefe era Nelson Ávalos, que le decían Chele Gustavo. Yo le dije a él: Me vas a matar injustamente y sos un culero, porque me vas a matar desarmado, yo no soy infiltrado, yo lo que simplemente hablo son mis derechos, le dije.

- ¿Cómo pudo salvarse?

-Es que ahí andaban unos compañeros originarios de donde yo soy, del cantón La Esperanza. Un compañero que nosotros le decíamos Capirucho les dijo que cómo me iban a matar, Nosotros conocemos a este cipote, desde pequeño lo vimos crecer entre nosotros, les dijo. Entonces yo tenía diecinueve años. Por eso fue que me soltaron. Al poco tiempo de eso me mandaron para San Salvador.

-¿Qué son para usted Lucas, Mardo, Agustín la Liebre, Crucita y los otros ejecutados a los que conoció y con los que combatió hombro a hombro?

-Todos ellos son mis hermanos.

-¿Por qué cree usted que pasó todo eso?

-Lo que sé decirles es que, si hubiéramos sido infiltrados, hubiéramos podido matar al mando de las FPL, pues era a nosotros que nos tocaba cuidarlos, inclusive al mismo Sánchez Cerén.

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martes, 25 de noviembre de 2008

Los más de mil muertos de las FPL claman justicia

Entre el recuerdo y la justicia

Han pasado los años y la guerra civil que se liberó en El Salvador, y el recuerdo y los fantasmas de aquella violenta y sangrienta guerra se hacen presentes.

El recuerdo de muchos combatientes de las FPL, asesinados por Salvador Sánchez Cerén, aun vive en la memoria de sus seres queridos. Y los fantasmas de todos aquellos que fueron asesinados por órdenes del candidato a la vicepresidencia del pais por parte del FMLN, hoy aparecen en su vida.

El grito de justicia de todas esas víctimas se hace presente. Familiares de los más de mil combatientes asesinados piden explicaciones a Sánchez Cerén. Pero estas peticiones siguen siendo evadidas por parte del dirigente rojo.

Más que novela de ficción, Geovani Galeas, en su libro "Informe de una matanza" nos lleva a ese obscuro capítulo de la guerra y nos aclara quien es el responsable de tan macabra s ejecuciones.

Frente Paracentral, informe de una matanza 2
Chayito: "Eran veintisiete, los tiraron boca abajo y los mataron"

Chayito, considerada como una de las madres del paracentral, se incorporó a las FPL a mediados de los setentas. Todos sus hijos, Paty, Gloria, Walter y Nelson Vietnamita, también fueron guerrilleros.

Chayito es para muchos una de las madres del frente paracentral. A principios de los años setentas vivía en el cantón la Esperanza, jurisdicción de Tecoluca. Viuda a temprana edad y con siete hijos, tuvo que dedicarse al jornal en la siembra de caña de azúcar.

En aquella época sembraba caña por un colón con setenta y cinco centavos diarios. Para las mujeres, el horario de trabajo se extendía hasta las horas de la tarde, pues además les eran destinadas tareas como el desmonte de los cercos o la limpia de los sembradíos. Los hombres, en cambio, solo trabajaban hasta las doce del día y ganaban dos colones con cincuenta centavos.

Un día, mientras ella trabajaba en su jornal, el administrador de la hacienda la sorprendió por la espalda, realizando tocamientos impúdicos. Chayito se volteó y con toda su furia, lo golpeó en el pecho con una de las cañas que llevaba consigo, y le reclamó por el abuso. El hombre se marchó con la cola entre las patas. Ahí comenzó a nacer la leyenda de una mujer humilde que se convirtió en líder de incontables jornadas de lucha.

Esa misma noche, pensando en el acontecimiento en cuestión, Chayito, terminó por convencerse de que no era justo que las mujeres trabajaran más que los hombres, que ganaran menos y que además fueran abusadas a la menor oportunidad. Al día siguiente comunicó esa idea a sus compañeras de trabajo, y las convenció de insubordinarse juntas.

Subieron a los tractores y no dejaron que los hombres trabajaran, además se resistieron a sembrar la caña y demandaron igualdad de trato frente a los hombres, idéntico salario por la misma jornada de trabajo. Después de arduas discusiones con los representantes de los patronos, el dueño de la hacienda, preocupado por el peligro que la caña cortada se dañara al no ser sembrada, terminó aceptando todas las demandas.

La noticia de aquella negociación laboral donde no hubo organización de por medio, ni asesor legal, ni dirigente político, comenzó a volar de boca en boca por aquellos montes. Fue entonces que los dirigentes de las organizaciones de masas vinculadas a las FPL, la fueron a buscar con la intención de que replicara en otros lugares aquella experiencia.

Cuando sucedió la masacre de los campesinos de La Cayetana, en 1974, Chayito ya era secretaria de actas de Unión de Trabajadores del Campo, UTC. Cuando se formó el Bloque Popular Revolucionario, ocupó el cargo de secretaria general de la base y cuadro organizador. Esos años se le fueron entre lucha y lucha y negociaciones con propietarios de haciendas y fincas. En no pocas ocasiones terminó escapando apenas de los elementos de la Guardia Nacional, que la buscaban para matarla.

Como todos los que comenzaron a luchar en esos años, Chayito terminó siendo militante clandestina de las FPL, al igual que sus hijos: Paty, Gloria, Walter y Nelson Vietnamita, que también se convirtieron en guerrilleros.

Ahora Chayito ya pasa de los sesenta años de edad, pero en sus ojos achinados aún está el brillo de sus ideales y convicciones. Actualmente es presidenta de la Cooperativa de Lisiados de Guerra Dimas Rodríguez, que aglutina a más de mil asociados, no sólo de la ex guerrilla sino también de la Fuerza Armada.

Durante la guerra, ella fue sanitaria en los campamentos guerrilleros y fue herida en combate. Allí conoció a Ethel Pocasangre Campos (Crucita):

-A Crucita la amarraron y la mataron como a un perro, y eso sí me duele. Ella no merecía morir de esa forma. ¿Quién no conoció a Crucita y a su hermana Sonia? Si usted va a hablar con los compañeros, verá que todos las conocimos, y sabemos que eran buenas.

-¿Puede usted considerar la posibilidad de que Crucita fuera una infiltrada?

-No, en ningún momento. Cualquiera que se atreva a decir que ella era una infiltrada la está difamando. Fue una difamación y fue un asesinato. Lo que ellos hicieron con la compañera Crucita solo lo hace el enemigo.

-¿Se dice que la responsabilidad de esos asesinatos fue de Mayo Sibrián, ¿usted qué cree?

-Eso dependió de más arriba. Por eso yo a Leonel González lo odio con todas las fuerzas de mi alma. Yo quisiera que mis ojos fueran balas invisibles y que le cayeran o que se muriera, o que dios derramara un rayo y le cayera antes de que llegara a la presidencia. No me arrepiento de desear eso. Lo digo con todo mi corazón y con todo mi pensamiento y las fuerzas de la sangre que corre en mis venas. Lo digo así, sí quiero eso, lo odio. Sí tengo odio en mi corazón. Amo a los compañeros que han ofrendado su sangre y han dado lo mejor de sus vidas, que lo dieron todo por el pueblo. Pero odio a los que se aprovechan. Y odio a los traidores, porque él es un traidor.

-¿Qué supo de la muerte de Crucita?

-Que la garrotearon toda. Los compañeros cuentan que la arrastraron y le dieron un tiro en la cabeza. Mi esposo, también la conoció, y por ese mismo odio ya no quiere saber nada de la organización.

-¿Usted conoció a Fermín?, él vio cómo torturaron a Crucita.

-Sí, yo lo conozco y él me conoce. En un tiempo estuvimos juntos en los campamentos del paracentral. A Crucita no la mataron donde la torturaron, un sobrino de mi esposo me dijo que la habían arrastrado de los brazos por todo el camino. Cinco días después iban a matar a ese sobrino de mi esposo y a otros compas.

-¿Cómo fue eso?

-A ellos los obligaron a que hicieran las zanjas para matarlos. Los pusieron boca abajo y les tiraron ráfagas, rociándolos a todos, y a él no le cayó ninguna bala. Solo en calzoncillos ha salido huyendo él, hasta San Pedro Masahuat. Aquí por el volcán se tiró recto, pasó por Santa Teresa. Allá por Antioquia han quedado un montón de compañeros. Eran veintisiete compañeros con él, pero ahí quedaron enterrados veintiséis. Los dejaron ahí a que se terminaran de morir. Entonces fue que él se sentó, estaba bañado en sangre, se tocaba y no le dolía nada, era la sangre de los otros compañeros, y así se fue. Eran como las seis y media de la tarde cuando logró salir.

-¿Entonces él vio a Crucita también?

-Sí, es que todos la conocimos. Ella era bien delicada de la piel, le daba alergia, todo el tiempo pasaba con unas cremas. Yo estuve mucho tiempo con ella. Nos conocimos en 1982, cuando yo andaba de sanitaria. Conocí a su hermana Sonia, a la mamá de ellas, una señora muy amable igual que ellas, y a una tía de ellas que se llamaba Cruz, que por eso ella se puso ese seudónimo. Desde que la vi esa vez en San Salvador, la vez que conocí a su tía, ya no volví a saber nada. Crucita regresó al frente y ya no volvió.

http://www.centroamerica21.com/edicion85/pages.php?Id=562

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Frente Paracentral, informe de una matanza
-Daniel Romero: "Que nos digan por qué los mataron y a dónde los enterraron"


Redacción
redaccion@centroamerica21.com

A propósito de la presentación del libro Informe de una matanza, grandeza y miseria de una guerrilla, editado por Centroamérica 21; Daniel Romero, excombatiente de las FPL y familiar de una de las víctimas del ajusticiamiento masivo de combatientes en el frente paracentral, en la entrevista Al Día con William Meléndez pidió a Salvador Sánchez Cerén, candidato a la vicepresidencia por el FMLN que por humanismo pidiera perdón, señalara el lugar donde están enterradas las víctimas y que por ética renunciara a la candidatura.

Presentamos un segmentos de la entrevista, en la que también participó Geovani Galeas, uno de los autores del libro junto a Berne Ayalá.

http://www.centroamerica21.com/edicion85/pages.php?Id=561

-Informe de una matanza. El libro

Opinion de Geovani Galeas

Columnista de LA PRENSA GRÁFICA


De Berne Ayalá había leído sus novelas y su magistral crónica extensa sobre la ofensiva insurgente de 1989, pero no lo conocía personalmente. Nos encontramos hace unos tres años, cuando le hice una entrevista televisiva a propósito del lanzamiento de otro de sus libros. Sus particulares puntos de vista sobre la realidad nacional, la literatura y la guerra me impactaron positivamente de forma inmediata.

Él había militado en las filas del Partido Comunista, yo en las del Ejército Revolucionario del Pueblo. La primera de nuestras coincidencias se dio en torno a una convicción: en la guerra civil, en los dos bandos, hubo admirables cuotas de sacrificio y heroísmo, pero también deplorables expresiones de la miseria humana, y es imposible abordar ese pasaje de nuestra historia ocultando o simplemente negando, a conveniencia, alguna de esas dos dimensiones.

http://www.laprensagrafica.com/index.php/opinion/editorial/2622.html

Ante matanzas en las FPL el FMLN "asume demencia" ante llamado de la Iglesia » El FMLN no quiso opinar sobre los detalles de víctimas del FPL.

El Diario de Hoy


Ni el candidato a la vicepresidencia por el FMLN, Salvador Sánchez Cerén, ni el vocero del partido, Sigfrido Reyes, ni otros miembros de este partido de izquierda atendieron el llamado del Arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz Lacalle, de dar detalles de las matanzas de guerrilleros de las FPL asesinados por sospechas de ser "infiltrados" del Gobierno en la guerra.

Sánchez Cerén, quien hace algunas semanas admitió los ajusticiamientos, en una plaza pública del occidente de país, ni siquiera atendió el llamado de El Diario de Hoy para conocer su reacción ante la exhortación del prelado católico.

http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_completa.asp?idCat=6351&idArt=3060214

lunes, 24 de noviembre de 2008

Los 1,000 crímenes secretos de las FPL


Geovani Galeas y Berne Ayalá, dos reconocidos escritores que se han dedicado a elaborar obras y reconstruir parte de la historia de la guerra salvadoreña, acaban de publicar una obra que llamaron "Grandeza y miseria en una guerrilla".

En ese libro, que llaman reportaje especial de Centroamérica 21, colecciones de partes de guerra, recogen toda suerte de testimonios y pruebas sobre los atribuidos asesinatos de más de 1.000 guerrilleros dentro de las FPL. En el libro encuentran responsables de esos crímenes e incluyen las peticiones de familias enteras que piden justicia aunque, sobre todo, demandan conocer la verdad sobre lo que ocurrió.

“Dígale a Milton que lo busca Tilo", le dijo el hombre con voz firme y no muy buena cara a la recepcionista del 13 16, la sede central del FMLN en San Salvador. Era la mañana del miércoles 27 de agosto de 2008.

La recepcionista miró al hombre con alguna reserva, pues era evidente que estaba muy molesto. Era delgado y fibroso, vestía de manera humilde y tendría unos 53 años. "Fíjese que él ahorita está ocupado porque estamos preparando el evento de la afiliación de Mauricio Funes al partido", dijo la recepcionista.

"Eso a mí no me interesa, señorita, usted vaya a decirle a Milton que lo busca Tilo, que quiero hablar con él y que es urgente", insistió el hombre.

La recepcionista vaciló. Le preguntó que de parte de quien llegaba y cuál era el motivo de su visita. "Dígale a Milton que vengo de parte de mis cuatro hermanos muertos en la guerrilla, pero principalmente de mi hermano Lucas, y el motivo él lo sabe muy bien. Eso dígale nada más", respondió el hombre.

Ella entró a la oficina del secretario general del FMLN, Medardo González (comandante Milton Méndez de las FPL durante la guerra civil). Mientras tanto, un grupo de guardaespaldas de los dirigentes del FMLN comenzaron a desplazarse disimuladamente en torno al hombre, que de inmediato detectó la maniobra y, sin inmutarse, les dijo: "A mí no me van a asustar con esos jueguitos. No les tengo miedo. Yo combatí tanto o más que cualquiera de ustedes durante la guerra".

La recepcionista regresó y dijo:"dice Milton que en este momento no puede atenderlo, que le deje el teléfono y que él va a comunicarse después".

El hombre ya no pudo contenerse y casi gritó:" Entonces dígale a Milton que él y Salvador Sánchez Cerén son unos cobardes, y que coma mierda. Dígale que me dé la cara y que me explique por qué las FLP mataron a mi hermano Lucas, combatiente de las Fuerzas Especiales Selectas de la guerrilla allá en San Vicente".

"Cálmese señor", le dijo la recepcionista. El hombre respondió:"A mi hermano Lucas, que sí era revolucionario de verdad, me lo mataron como si fuera un perro estos cabrones ¿Cree usted que esto es para calmarse?”, preguntó y salió enfurecido de la sede del FMLN.

Semanas después el hombre leyó en un periódico un editorial en el que se pedía que Sánchez Cerén debía responder. Era un editorial de Geovanni Galeas, quien aludía a las ejecuciones sumarias realizadas por las FPL, en contra de sus propios combatientes, en el frente paracentral.

Cuando Tilo leyó eso se le nublaron los ojos y le temblaron las manos. Respiró hondo intentanto dominar la ebullición de sus sentimientos. Leyó varias veces el editorial. Después tomó nota de la dirección electrónica de Galeas y, sin pensarlo mucho, caminó hasta un cibercafé donde le escribió a Geovanni el siguiente mensaje:

"Busco justicia. Estimado Geovani, yo era obrero en la fábrica Corinca, y en 1977 me organicé en las FPL junto con mis cuatro hermanos, todos combatientes. Tres de ellos murieron con las armas en las manos (Jorge, William y Samuel), pero te quiero hablar de mi hermano menor, que tenía el seudónimo de Lucas, que fue entrenado en Vietnam y fue uno de los fundadores de las Fuerzas Especiales Selectas de las FPL.

Lucas se especializó como hombre rana, y participó como buzo en la voladura del Puente de Oro. Pero lo que te quiero decir es que a mi hermano Lucas, como otros cientos de guerrilleros que fueron asesinados por la dirección de las FPL, lo mataron junto a otro compañero de seudónimo Liebre en el frente paracentral.

De mi parte he tratado de buscar a Leonel (Salvador Sánchez Cerén), a Milton (Medardo González, a la Rebecona (Lorena Peña) a Douglas Santamaría (Eduardo Linares), para que todos estos me dan una explicación o por lo menos que me digan en qué lugar enterraron a mi hermano Lucas.

Mi madre y yo, necesitamos una explicación concreta de donde lo enterraron para ver si podemos trasladar los restos si es que todavía existen, o ponerle una cruz en el lugar que fue asesinado. Hoy es tiempo de que todos los que están implicados en esos cobardes asesinatos le den la cara a todos los familiares de todos los compañeros asesinados.

Mirá, Geovani, yo fui combatiente, estuve en Cuba especializándome, fui instructor de la escuela militar que las FPL tenían en Managua, la Juan Méndez, yo no les tengo miedo y no voy a descansar ni un minuto hasta que me digan por qué mataron a mi hermano Lucas y dónde lo enterraron. Si podés ayudarme en mi averiguación te lo voy a agradecer. Mi seudónimo siempre fue Tilo”.

Cuando Geovani recibió el correo electrónico de Tilo se le hizo un nudo el corazón. Llevaba, junto con el escritor Berne Ayalá, tres meses investigando ese tipo de casos. Sobre todo porque, en ese momento, habían recogido de los labios del artillero Guayón, y del misilero Edwin, testimonios dramáticos sobre el asesinato de Lucas.

La versión de Guayón

"Es que, de repente, empezaron a deshijar las unidades. Al pelotón de fuerzas especiales le mataron la mitad. A un tal Lucas, que había sido jefe de seguridad del mando del Estado Mayor allá en Chalatenango, conocido de todos los comandantes del FPL, lo mataron también”.

¿Usted vio cuando lo mataron?, preguntaron a Guayón.

“Es que yo llegué adonde lo tenían amarrado porque me mandaron a hacer unas diligencias. Y me ve Lucas y me dice: "mirá hermano, cómo me tienen. Le habían quebrado las dos patas a puro garrotazo. A mí me dieron ganas de llorar al ver aquello.

"Ya no tenía ni dientes el Lucas, todo lo habían desgraciado, y él les dice: "Si creen que soy enemigo, mejor mátenme ya. No, es que tenés que confesar, le dijeron. Mirá, me dijo Lucas a mí, dame aunque sea meados que me estoy muriendo de la sequía. Le di la pichinga de agua. Se me quedaron viendo esos cerotes que lo estaban golpeando, pero no me dijeron nada. A Lucas, cuando ya se lo terminaron a golpes, lo ahorcaron. A toda esa gente que mataban así los enterraban en las trincheras”.

Eso se lo contó Geovani a Tilo y le mostró el vídeo de Guayón. Cuando eso ocurrió, Tilo no dijo una palabra, solo suspiró profundo y hundió la cara entre las manos. Tiempo después se incorporó y le dijo a Geovanni:

"Mi mamá ya está muy viejita, y no va a aguantar este golpe. A ella no le digamos eso…Yo ya fui a buscarlos dispuesto a todo hasta el 1316 y no me han querido dar la cara. Yo quiero que me escuchen. Geovanni ayúdame por favor, yo ya no sé qué quiero porque de lo que me dan ganas es de hacer una locura.

Geovanni le pidió a una camarógrafa que grabara un mensaje de Tilo y esto fue lo que dijo:
"Desde el momento en que me di cuenta cómo mataron a mi hermano, y no solo a él, sino a muchos compas y cuadros valiosos de las FPL, hermanos nuestros, se me metió a mí no descansar hasta que se me diga quiénes fueron los culpables. Yo no voy a descansar hasta saber la verdad. Porque es sencillo: sin la verdad no hay paz. Entonces como me he metido a querer saber la verdad, y principalmente adónde enterraron a mi hermano, por lo menos para irle a poner una cruz de guayabo, así como lo garrotearon a él. Yo digo que en estas atrocidades es responsable toda la comisión política de las FPL, y principalmente Sánchez Cerén. Y lo que quiero es que ellos me den la cara a mí, y me den explicaciones y me digan dónde enterraron a mi hermano. Eso es lo que quiero".

Por qué mataron

Los autores del libro "Grandeza y miseria en una guerrilla" consideran que, al igual que al hermano de Tilo, las FPL pudieron haber asesinado a más de mil combatientes de sus propias fuerzas. No creen que la explicación sea única ni definitiva. Creen que las claves están en la historia de esa organización. Incluso, recuerdan que muchos ex dirigentes de las FPL reconocen un altísimo componente de sectarismo, dogmatismo e intolerancia.
Lo que vio Guayón

"Soy del cantón Guadalupe, de Suchitoto. La ofensiva de 1981 me le eché en Guazapa y Cinquera, como jefe de una escuadra de artillería. Desde entonces, andaba con mi ametralladora punto cincuenta.

Después de sufrir y reponerme de una grave herida, regresé y me extrañó que algunos combatientes de Chalatenango que me había encontrado durante los combates de la ofensiva, ya no los veía. Entonces un día le pregunté a Mayo Sibrián por un tal Galileo, un cipotón bueno para pelear. “¿Por qué preguntas por él?”, me respondió. Le respondí que nos habíamos conocido en Chalate. "Ya lo matamos porque era enemigo", me dijo. Puta, dije entre mí, pero si lo vi pelear en Chalate y nunca le vi algo raro.

A los días, Mayo Sibrián me mandó a llamar a una reunión. Me dijo: "Mirá, aquí no andés preguntando más de la cuenta. Vos no sabés como está la situación en este frente”. Después vi algunas injusticias. A una unidad de fuerzas especiales de Mayo les dijeron: "les vamos a quitar las armas, pongan las manos atrás y los amarraron. Vi eso y me pregunté sobre el problema. Pero ahí fue cosa de ir matando a esos muchachos.

La matazón comenzó a tomar curso. Unidades enteras de guerrilleros fueran llevadas a lugares solitarios para torturarlos y luego asesinar a garrotazos a sus integrandes. La práctica se generalizó y se dijo que "era para no gastar munición en los traidores".

http://www.elmundo.com.sv/Mambo/index.php?option=com_content&task=view&id=15103&Itemid=41

jueves, 20 de noviembre de 2008

Noviembre sangriento (Primera parte)


La noche del jueves 8 de noviembre de 1989, el entonces coronel Mauricio Ernesto Vargas, se acostó con una extraña sensación. No era para menos. Desde hacía unos meses, el aparato de inteligencia de la Fuerza Armada había recolectado suficiente información sobre los preparativos de una gran ofensiva guerrillera.

El coronel había hecho de la Tercera Brigada de Infantería su casa, su oficina y su santuario. Ese era el cuartel más grande y con mayor número de efectivos en el país. Bajo su mando estaban los batallones propios de la guarnición y además los batallones de Reacción Inmediata Arce y Atonal. También dependían de él, de manera operativa, los destacamentos militares 3 y 4, que tenían sus sedes en La Unión y San Francisco Gotera, respectivamente.

La Sección II (grupo de inteligencia) de la brigada reportaba desplazamientos inusuales de las guerrillas. Tales informes no hubieran inquietado al coronel si no fuese por el hecho que reportes similares se estaban generando en otros cuarteles, incluyendo en el Estado Mayor Conjunto. Algo fuera de lo común estaba pasando.

Ocho años atrás, Vargas había dirigido el aniquilamiento de una columna guerrillera en el cantón Cutumay Camones, en el norte del occidental departamento de Santa Ana. El frente occidental guerrillero, llamado Feliciano Ama, nunca prosperó. Ese golpe lo mató antes de nacer. Entonces Vargas era un joven capitán de la Segunda Brigada de Infantería.

El resto de la guerra se la pasó en el oriente del país. Fue comandante del Atonal, el Destacamento Militar 4 y la Tercera Brigada. Sus antecesores en esos puestos habían sido los coroneles Salvador Beltrán Luna, Napoleón Calito y Domingo Monterrosa. Todos muertos en combate. Oriente era, pues, la Caldera del Diablo o como escribió un soldado en la pared de la abandonada escuela de Arambala: "Aquí es la tierra donde se rasca el tigre".

El coronel no estaba tranquilo aquella noche. Esa vez además de los reportes de movimientos guerrilleros, sentía un como presagio del infierno que se venía… a lo lejos como si nada, se oía música de carnaval en los barrios de San Miguel.

A varios kilómetros de donde cavilaba el coronel, una semana antes, en una casa espaciosa de la colonia Miramonte de San Salvador, un joven de unos 30 años, revisaba con cara de urgencia unos documentos. Medía 1.86 mts., blanco y esbelto. Vestía ropas elegantes y tenía el aspecto de un ejecutivo de éxito en alguna empresa transnacional. En realidad era el comandante guerrillero Claudio Armijo, miembro de la máxima dirección del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

Chico, como era su seudónimo, había entrado a la clandestinidad a los 16 años. A los 22 había sido promovido hacia la máxima dirección del ERP. Al igual que el coronel Vargas, al otro lado de la moneda, a Chico le habían tocado los frentes de guerra más difíciles. En 1982 fue uno de los principales mandos en la batalla del Moscarrón, donde el ejército había sufrido una seria derrota militar. Durante esos combates había sido capturado el segundo hombre en importancia en la Fuerza Armada, el coronel Francisco Adolfo Castillo.

Un año antes había sido herido en el frente paracentral. Dos años después fue capturado en Honduras y liberado debido a intensas gestiones de los gobiernos de Francia y México. En 1986 Chico se aferró, con una pequeña fuerza, en el Cerro de Guazapa, en donde resistió la poderosa embestida de la Operación Fénix de la Fuerza Armada.

Pero aquellos primeros días de noviembre, Chico tenía suficientes motivos para estar preocupado. Un periodista había estado en el despacho del general René Emilio Ponce, Ministro de Defensa, a quien iba a entrevistar. En el momento en que el general se levantó, el periodista vio casualmente un papel sobre el escritorio que decía URGENTE. Alcanzó a leer lo que parecía ser un informe sobre futuras operaciones guerrilleras.

Sólo unas horas después, el periodista, un colaborador de la guerrilla, le dio el informe a Chico. El comandante concluyó que había un infiltrado en los comandos urbanos guerrilleros. La ofensiva ya no iba a comenzar el siete sino el 11 de noviembre.

*Columnista de El Diario de Hoy.

Informe de una matanza - tercera parte



http://www.youtube.com/watch?v=ZaR9-NJxIRQ

martes, 18 de noviembre de 2008

Ahora si......Frente Paracentral, informe de una matanza


Aquí está nuestro libro,ahora tiene la palabra Sánchez Cerén.

Berne Ayalá y yo hemos concluido la redacción del reportaje titulado Informe de una matanza. Grandeza y miseria en una guerrilla, del cual hemos presentado algunos avances. El libro, que es el primer volumen de la Colección Partes de Guerra, de Centroamérica 21, estará a disposición del público en librerías y otros putos de venta esta misma semana.

Geovani Galeas

Director Centroamérica 21

redaccion@centroamerica21.com

Berne fue guerrillero en las filas del Partido Comunista, yo fui militante del Ejército Revolucionario del Pueblo; ambos somos escritores. Había leído sus novelas y su magistral crónica extensa sobre la ofensiva insurgente de 1989, pero no había tenido contacto personal con él. Lo conocí hace un par de años, cuando le hice una entrevista televisiva a propósito del lanzamiento de uno de sus libros. Desde entonces no hemos cesado de hablar sobre la literatura y la guerra.

Hace poco más de un año decidimos embarcarnos juntos en la aventura de editar este periódico digital, cuyo corazón sería, y es, la sección titulada Partes de Guerra. Nos apasionaba la idea de relatar sistemáticamente todo lo vivido, visto, oído y sentido por nosotros mismos durante el conflicto, pero también, sobre todo, investigar y ahondar en la experiencia de muchos otros compañeros de las diferentes organizaciones que constituyeron el FMLN.

Así fuimos publicando crónicas y reportajes especiales sobre una gran diversidad de hechos y protagonistas de la guerra civil; relatando batallas heroicas y perfiles de jefes y combatientes excepcionales por su humanismo y arrojo combativo, lo mismo que pasajes sórdidos, vergonzantes, en los que se expresó a plenitud el lado oscuro y la miseria humana que también tuvieron lugar en las guerrillas.

En el curso de esas investigaciones fuimos descubriendo nombres, lugares y hechos inéditos, y encontramos una gran cantidad de mitificaciones, distorsiones, ocultamientos y llanas mentiras en la narrativa de la historia oficial de la guerrilla salvadoreña. El primer y más sobresaliente aspecto en este sentido fue la interesada sobrevaloración del papel jugado por varios comandantes, en sentido inverso al ocultamiento o indiferencia ante las gestas reales protagonizadas por combatientes rasos, cuyos nombres y hechos han quedado en el olvido.

Sobre todo eso fuimos hilvanando nuestras crónicas, hasta que, casi por casualidad encontramos una pista inesperada: entre 1986 y 1991, al interior mismo de las FPL, sin duda la más grande y poderosa de la organizaciones del FMLN, había tenido lugar una espantosa matanza de combatientes, a manos de sus propios jefes, bajo la acusación de ser "infiltrados del enemigo". Vagamente comenzamos a escuchar de cientos de ejecutados por lapidación, degollamiento o garrotazos. Lo espeluznante de esas primeras informaciones nos puso en guardia de inmediato, pues sospechamos que se trataba, por lo menos, de una exageración.

Sin embargo, decidimos investigar esos hechos. Providencialmente encontramos algunos contactos que nos pusieron en relación con varios combatientes y jefes de las FPL relacionados al frente paracentral. Finalmente viajamos a la zona muchas veces, y ahí en el terreno, en los modestos ranchos campesinos de los antiguos guerreros del paracentral, hoy olvidados y despreciados por la actual dirigencia del FMLN, escuchamos en palabras sencillas y directas los testimonios más desgarradores que hubiéramos podido imaginar.

A esos veteranos nadie les contó nada: ellos estuvieron en el lugar de los hechos, ellos vieron las ejecuciones, ellos conocen los nombres de las víctimas y de los asesinos. Sus testimonios apuntan irremediablemente a Salvador Sánchez Cerén como máximo responsable y autor intelectual de esas muertes. Esa gente, que comenzó y terminó la guerra, muchos de ellos militantes de las FPL desde inicios y mediados de los años setentas, habían guardado silencio durante todo este tiempo, y el solo recuerdo de aquella matanza de sus compañeros les quiebra la voz y les pone un brillo de dolor en sus ojos.

Poco tiempo después de la firma de los Acuerdos de Paz, Salvador Sánchez Cerén se atrevió a llegar a La Sabana, uno de los territorios del paracentral. Allí se reunió lo que quedaba de las FPL en la zona. Cuando quiso tomar la palabra, un campesino ya maduro lo interrumpió y con voz firme dijo:

-Antes que nada yo quiero pedirle una explicación, señor. Quiero que me diga por qué mataron ustedes a nuestros hijos combatientes.

Dilio, un guerrillero del paracentral que combatió casi toda la guerra en Chalatenango, y que ahora dirige junto a otros veteranos una de las asociaciones más importantes de lisiados de guerra, estaba junto a ese campesino, y nos cuenta:

-Ese momento fue impactante para los que estábamos allí, porque ese hombre dijo en verdad lo que todos nosotros teníamos en la mente. Yo el nombre de ese compa no lo sé, pero si me recuerdo que estaba bien encachimbado, y fue terminando de decir eso menió el corvo contra los ladrillos. Al oír el chirrín-chirrín del corvo, la seguridad de Sáchez Cerén lo rodeó rápido y ahí nomás lo metieron al carro y se fueron. Ni una sola palabra lo dejaron decir esa vez.

Allí también estuvo el capitán guerrillero Juan Patojo, quien nos confirmó esos hechos:

-Si esa vez estuvo perra la cosa. Si no se llevan a Sánchez Cerén a saber qué hubiera pasado, porque la verdad es que toda esa gente estaba bien adolorida. Si la cosa no pasó a más fue porque el comandante Giovani y yo medio calmamos a la gente a como pudimos. Pero a otros que querían aplacar la cólera de la gente con pajas yo les dije: No jodan, hombre, si este problema no va a terminar nunca, si no son perros los que estos hijueputas mataron. Y andar queriendo aplacar la rabia de esta gente con pajas políticas es como querer sanar un cáncer con una curita.

2 ¿Por qué mataron las FPL, y de manera tan brutal, a tantos de sus propios militantes y colaboradores civiles? La explicación de un hecho tan complejo no puede ser única ni definitiva, pero sí es seguro que al menos algunas de las claves residen en la historia de esa organización, en cuyo fundamento ideológico y tuétano doctrinario se registró, como los mismos dirigentes de las FPL lo han reconocido públicamente, un altísimo componente de sectarismo, dogmatismo e intolerancia.

Salvador Cayetano Carpio, el comandante Marcial de las FPL, se suicidó en 1983, en Managua, cuando sus propios compañeros lo acusaron de haber ordenado el asesinato de su segunda al mando, Mélida Anaya Montes (comandante Ana María), a quien un comando guerrillero le asestó más de ochenta puñaladas.

Quienes sucedieron a Carpio en la jefatura de las FPL dijeron que ese suicidio era una muestra de cobardía política, y que quien había sido el fundador y jefe máximo de esa organización, se había convertido en un lastre del proceso revolucionario salvadoreño, debido a su pensamiento sectario, dogmático y hegemonista. Ese pensamiento que por excluyente obstaculizaba la unidad de la izquierda, reconocieron autocríticamente entonces, había minado la historia de las FPL desde su origen.

En los años setenta, el Ejército Revolucionario del Pueblo y la Resistencia Nacional, sostenían que era necesario unir a la mayoría de la nación en contra del régimen militar autoritario y que, por tanto, era imperativa una amplia política de alianzas que incluyera a los sectores progresistas y patrióticos del país, en torno a un programa democrático. Carpio se opuso con el argumento de que esos sectores solo debían sumarse al proletariado, incondicionalmente, y en torno a un programa socialista.

La propuesta de una alianza política que fuera más allá de la izquierda comunista le parecía a Carpio, y a sus seguidores, una herejía solo concebible por traidores "a los verdaderos intereses de la revolución"; en suma, de gente más cercana al socialcristianismo y a la socialdemocracia que al marxismo-leninismo. Cuando Fidel Castro presionó por la unificación de la izquierda dispersa salvadoreña, a principios de los ochenta, Carpio aceptó a regañadientes aliarse a esos socialcristianos y socialdemócratas.

Pero puso como condición que la unidad se realizara en torno a las FPL y su programa; es decir, que los otros simplemente se sumaran a sus posiciones. En el libro de Marta Harneker Con la mirada en alto, historia de las FPL, Salvador Guerra, quien fuera el segundo jefe militar de esa organización desde 1983, declara lo siguiente al referirse a Carpio: "Se consideraba a sí mismo como la salvaguarda de los intereses del proletariado. Entonces, si las FPL eran la vanguardia, él, como persona, era la vanguardia dentro de la vanguardia, sin discusión".

Carpio consideraba sagrada dos consignas que se hicieron carne dentro de las FPL: que sus mártires serían implacablemente vengados, y que no se negocia jamás sobre la sangre de los mismos. Por eso se opuso radicalmente a la propuesta de terminar la guerra mediante el diálogo y la negociación. El problema es que Fidel Castro, los sandinistas, el resto de organizaciones del FMLN, y la mayoría de los dirigentes de su propia organización, estaban de acuerdo con esa propuesta.

Aferrado a su radicalidad sectaria, dogmática y excluyente, al menos según la versión oficial de las FPL, Carpio se fue quedando solo y al final fue derrotado; entonces habría ordenado el salvaje asesinato de Mélida Anaya Montes y, acorralado, optó por el suicidio. En teoría, sus sucesores entendieron la lección, pero los testimonios consignados en nuestro libro demuestran que el dogmatismo y la intolerancia, que hacen ver como traición cualquier disenso o actitud heterodoxa en relación al manual doctrinario, siguieron estando en la base de su pensamiento y su práctica.

Es cierto que, en aquella coyuntura aceptaron la unidad de toda la izquierda y la alianza más amplia con sectores no marxistas-leninistas, el antiguo FDR, dialogaron y negociaron con "el enemigo" y conquistaron la paz.

Pero, luego, ya finalizada la guerra, socialdemócratas y socialcristianos fueron de nuevo considerados traidores y expulsados de un FMLN ya controlado por las FPL y el Partido Comunista, volviéndose imposible, hasta la fecha, construir una alianza con ellos y con otros sectores políticamente moderados. Intolerancia es la palabra clave en esta historia.

3 Quien se acerque a estos testimonios sentirá, como Berne y yo mismo, la mayor condensación de horror, rabia contenida, dolor, dignidad humana, pero también el máximo nivel de perversión que se haya registrado durante la guerra.

Con este libro, que es en realidad un trabajo en progreso, pues aun nos faltan muchos testimonios por recoger, no damos una respuesta total a la tragedia acaecida en el frente paracentral, pero hemos podido establecer algunas de las preguntas claves sobre el asesinato brutal de más de mil combatientes y colaboradores civiles a manos de sus propios jefes.

Berne Ayalá y yo firmamos como autores, pero en verdad solo hemos sido los intermediarios de la voz, hasta ahora ignorada, de los protagonistas principales de esta historia: esos extraordinarios guerreros del frente paracentral de la guerrilla salvadoreña.

Esos testigos, sin excepción y sin ambigüedades. , adjudican la responsabilidad de los asesinatos a Salvador Sánchez Cerén. Ahora es él quien tiene la palabra, sea para volver a hablar de traición e infiltración, como lo ha venido haciendo, o para pedir perdón a las familias de sus víctimas e indicarles el lugar donde sus seres queridos fueron enterrados.

http://www.centroamerica21.com/edicion84/pages.php?Id=551