Aquí está nuestro libro,ahora tiene la palabra Sánchez Cerén.
Berne Ayalá y yo hemos concluido la redacción del reportaje titulado Informe de una matanza. Grandeza y miseria en una guerrilla, del cual hemos presentado algunos avances. El libro, que es el primer volumen de la Colección Partes de Guerra, de Centroamérica 21, estará a disposición del público en librerías y otros putos de venta esta misma semana.
Geovani Galeas
Director Centroamérica 21
redaccion@centroamerica21.com
Berne fue guerrillero en las filas del Partido Comunista, yo fui militante del Ejército Revolucionario del Pueblo; ambos somos escritores. Había leído sus novelas y su magistral crónica extensa sobre la ofensiva insurgente de 1989, pero no había tenido contacto personal con él. Lo conocí hace un par de años, cuando le hice una entrevista televisiva a propósito del lanzamiento de uno de sus libros. Desde entonces no hemos cesado de hablar sobre la literatura y la guerra.
Hace poco más de un año decidimos embarcarnos juntos en la aventura de editar este periódico digital, cuyo corazón sería, y es, la sección titulada Partes de Guerra. Nos apasionaba la idea de relatar sistemáticamente todo lo vivido, visto, oído y sentido por nosotros mismos durante el conflicto, pero también, sobre todo, investigar y ahondar en la experiencia de muchos otros compañeros de las diferentes organizaciones que constituyeron el FMLN.
Así fuimos publicando crónicas y reportajes especiales sobre una gran diversidad de hechos y protagonistas de la guerra civil; relatando batallas heroicas y perfiles de jefes y combatientes excepcionales por su humanismo y arrojo combativo, lo mismo que pasajes sórdidos, vergonzantes, en los que se expresó a plenitud el lado oscuro y la miseria humana que también tuvieron lugar en las guerrillas.
En el curso de esas investigaciones fuimos descubriendo nombres, lugares y hechos inéditos, y encontramos una gran cantidad de mitificaciones, distorsiones, ocultamientos y llanas mentiras en la narrativa de la historia oficial de la guerrilla salvadoreña. El primer y más sobresaliente aspecto en este sentido fue la interesada sobrevaloración del papel jugado por varios comandantes, en sentido inverso al ocultamiento o indiferencia ante las gestas reales protagonizadas por combatientes rasos, cuyos nombres y hechos han quedado en el olvido.
Sobre todo eso fuimos hilvanando nuestras crónicas, hasta que, casi por casualidad encontramos una pista inesperada: entre 1986 y 1991, al interior mismo de las FPL, sin duda la más grande y poderosa de la organizaciones del FMLN, había tenido lugar una espantosa matanza de combatientes, a manos de sus propios jefes, bajo la acusación de ser "infiltrados del enemigo". Vagamente comenzamos a escuchar de cientos de ejecutados por lapidación, degollamiento o garrotazos. Lo espeluznante de esas primeras informaciones nos puso en guardia de inmediato, pues sospechamos que se trataba, por lo menos, de una exageración.
Sin embargo, decidimos investigar esos hechos. Providencialmente encontramos algunos contactos que nos pusieron en relación con varios combatientes y jefes de las FPL relacionados al frente paracentral. Finalmente viajamos a la zona muchas veces, y ahí en el terreno, en los modestos ranchos campesinos de los antiguos guerreros del paracentral, hoy olvidados y despreciados por la actual dirigencia del FMLN, escuchamos en palabras sencillas y directas los testimonios más desgarradores que hubiéramos podido imaginar.
A esos veteranos nadie les contó nada: ellos estuvieron en el lugar de los hechos, ellos vieron las ejecuciones, ellos conocen los nombres de las víctimas y de los asesinos. Sus testimonios apuntan irremediablemente a Salvador Sánchez Cerén como máximo responsable y autor intelectual de esas muertes. Esa gente, que comenzó y terminó la guerra, muchos de ellos militantes de las FPL desde inicios y mediados de los años setentas, habían guardado silencio durante todo este tiempo, y el solo recuerdo de aquella matanza de sus compañeros les quiebra la voz y les pone un brillo de dolor en sus ojos.
Poco tiempo después de la firma de los Acuerdos de Paz, Salvador Sánchez Cerén se atrevió a llegar a La Sabana, uno de los territorios del paracentral. Allí se reunió lo que quedaba de las FPL en la zona. Cuando quiso tomar la palabra, un campesino ya maduro lo interrumpió y con voz firme dijo:
-Antes que nada yo quiero pedirle una explicación, señor. Quiero que me diga por qué mataron ustedes a nuestros hijos combatientes.
Dilio, un guerrillero del paracentral que combatió casi toda la guerra en Chalatenango, y que ahora dirige junto a otros veteranos una de las asociaciones más importantes de lisiados de guerra, estaba junto a ese campesino, y nos cuenta:
-Ese momento fue impactante para los que estábamos allí, porque ese hombre dijo en verdad lo que todos nosotros teníamos en la mente. Yo el nombre de ese compa no lo sé, pero si me recuerdo que estaba bien encachimbado, y fue terminando de decir eso menió el corvo contra los ladrillos. Al oír el chirrín-chirrín del corvo, la seguridad de Sáchez Cerén lo rodeó rápido y ahí nomás lo metieron al carro y se fueron. Ni una sola palabra lo dejaron decir esa vez.
Allí también estuvo el capitán guerrillero Juan Patojo, quien nos confirmó esos hechos:
-Si esa vez estuvo perra la cosa. Si no se llevan a Sánchez Cerén a saber qué hubiera pasado, porque la verdad es que toda esa gente estaba bien adolorida. Si la cosa no pasó a más fue porque el comandante Giovani y yo medio calmamos a la gente a como pudimos. Pero a otros que querían aplacar la cólera de la gente con pajas yo les dije: No jodan, hombre, si este problema no va a terminar nunca, si no son perros los que estos hijueputas mataron. Y andar queriendo aplacar la rabia de esta gente con pajas políticas es como querer sanar un cáncer con una curita.
2 ¿Por qué mataron las FPL, y de manera tan brutal, a tantos de sus propios militantes y colaboradores civiles? La explicación de un hecho tan complejo no puede ser única ni definitiva, pero sí es seguro que al menos algunas de las claves residen en la historia de esa organización, en cuyo fundamento ideológico y tuétano doctrinario se registró, como los mismos dirigentes de las FPL lo han reconocido públicamente, un altísimo componente de sectarismo, dogmatismo e intolerancia.
Salvador Cayetano Carpio, el comandante Marcial de las FPL, se suicidó en 1983, en Managua, cuando sus propios compañeros lo acusaron de haber ordenado el asesinato de su segunda al mando, Mélida Anaya Montes (comandante Ana María), a quien un comando guerrillero le asestó más de ochenta puñaladas.
Quienes sucedieron a Carpio en la jefatura de las FPL dijeron que ese suicidio era una muestra de cobardía política, y que quien había sido el fundador y jefe máximo de esa organización, se había convertido en un lastre del proceso revolucionario salvadoreño, debido a su pensamiento sectario, dogmático y hegemonista. Ese pensamiento que por excluyente obstaculizaba la unidad de la izquierda, reconocieron autocríticamente entonces, había minado la historia de las FPL desde su origen.
En los años setenta, el Ejército Revolucionario del Pueblo y la Resistencia Nacional, sostenían que era necesario unir a la mayoría de la nación en contra del régimen militar autoritario y que, por tanto, era imperativa una amplia política de alianzas que incluyera a los sectores progresistas y patrióticos del país, en torno a un programa democrático. Carpio se opuso con el argumento de que esos sectores solo debían sumarse al proletariado, incondicionalmente, y en torno a un programa socialista.
La propuesta de una alianza política que fuera más allá de la izquierda comunista le parecía a Carpio, y a sus seguidores, una herejía solo concebible por traidores "a los verdaderos intereses de la revolución"; en suma, de gente más cercana al socialcristianismo y a la socialdemocracia que al marxismo-leninismo. Cuando Fidel Castro presionó por la unificación de la izquierda dispersa salvadoreña, a principios de los ochenta, Carpio aceptó a regañadientes aliarse a esos socialcristianos y socialdemócratas.
Pero puso como condición que la unidad se realizara en torno a las FPL y su programa; es decir, que los otros simplemente se sumaran a sus posiciones. En el libro de Marta Harneker Con la mirada en alto, historia de las FPL, Salvador Guerra, quien fuera el segundo jefe militar de esa organización desde 1983, declara lo siguiente al referirse a Carpio: "Se consideraba a sí mismo como la salvaguarda de los intereses del proletariado. Entonces, si las FPL eran la vanguardia, él, como persona, era la vanguardia dentro de la vanguardia, sin discusión".
Carpio consideraba sagrada dos consignas que se hicieron carne dentro de las FPL: que sus mártires serían implacablemente vengados, y que no se negocia jamás sobre la sangre de los mismos. Por eso se opuso radicalmente a la propuesta de terminar la guerra mediante el diálogo y la negociación. El problema es que Fidel Castro, los sandinistas, el resto de organizaciones del FMLN, y la mayoría de los dirigentes de su propia organización, estaban de acuerdo con esa propuesta.
Aferrado a su radicalidad sectaria, dogmática y excluyente, al menos según la versión oficial de las FPL, Carpio se fue quedando solo y al final fue derrotado; entonces habría ordenado el salvaje asesinato de Mélida Anaya Montes y, acorralado, optó por el suicidio. En teoría, sus sucesores entendieron la lección, pero los testimonios consignados en nuestro libro demuestran que el dogmatismo y la intolerancia, que hacen ver como traición cualquier disenso o actitud heterodoxa en relación al manual doctrinario, siguieron estando en la base de su pensamiento y su práctica.
Es cierto que, en aquella coyuntura aceptaron la unidad de toda la izquierda y la alianza más amplia con sectores no marxistas-leninistas, el antiguo FDR, dialogaron y negociaron con "el enemigo" y conquistaron la paz.
Pero, luego, ya finalizada la guerra, socialdemócratas y socialcristianos fueron de nuevo considerados traidores y expulsados de un FMLN ya controlado por las FPL y el Partido Comunista, volviéndose imposible, hasta la fecha, construir una alianza con ellos y con otros sectores políticamente moderados. Intolerancia es la palabra clave en esta historia.
3 Quien se acerque a estos testimonios sentirá, como Berne y yo mismo, la mayor condensación de horror, rabia contenida, dolor, dignidad humana, pero también el máximo nivel de perversión que se haya registrado durante la guerra.
Con este libro, que es en realidad un trabajo en progreso, pues aun nos faltan muchos testimonios por recoger, no damos una respuesta total a la tragedia acaecida en el frente paracentral, pero hemos podido establecer algunas de las preguntas claves sobre el asesinato brutal de más de mil combatientes y colaboradores civiles a manos de sus propios jefes.
Berne Ayalá y yo firmamos como autores, pero en verdad solo hemos sido los intermediarios de la voz, hasta ahora ignorada, de los protagonistas principales de esta historia: esos extraordinarios guerreros del frente paracentral de la guerrilla salvadoreña.
Esos testigos, sin excepción y sin ambigüedades. , adjudican la responsabilidad de los asesinatos a Salvador Sánchez Cerén. Ahora es él quien tiene la palabra, sea para volver a hablar de traición e infiltración, como lo ha venido haciendo, o para pedir perdón a las familias de sus víctimas e indicarles el lugar donde sus seres queridos fueron enterrados.
http://www.centroamerica21.com/edicion84/pages.php?Id=551
Así fuimos publicando crónicas y reportajes especiales sobre una gran diversidad de hechos y protagonistas de la guerra civil; relatando batallas heroicas y perfiles de jefes y combatientes excepcionales por su humanismo y arrojo combativo, lo mismo que pasajes sórdidos, vergonzantes, en los que se expresó a plenitud el lado oscuro y la miseria humana que también tuvieron lugar en las guerrillas.
En el curso de esas investigaciones fuimos descubriendo nombres, lugares y hechos inéditos, y encontramos una gran cantidad de mitificaciones, distorsiones, ocultamientos y llanas mentiras en la narrativa de la historia oficial de la guerrilla salvadoreña. El primer y más sobresaliente aspecto en este sentido fue la interesada sobrevaloración del papel jugado por varios comandantes, en sentido inverso al ocultamiento o indiferencia ante las gestas reales protagonizadas por combatientes rasos, cuyos nombres y hechos han quedado en el olvido.
Sobre todo eso fuimos hilvanando nuestras crónicas, hasta que, casi por casualidad encontramos una pista inesperada: entre 1986 y 1991, al interior mismo de las FPL, sin duda la más grande y poderosa de la organizaciones del FMLN, había tenido lugar una espantosa matanza de combatientes, a manos de sus propios jefes, bajo la acusación de ser "infiltrados del enemigo". Vagamente comenzamos a escuchar de cientos de ejecutados por lapidación, degollamiento o garrotazos. Lo espeluznante de esas primeras informaciones nos puso en guardia de inmediato, pues sospechamos que se trataba, por lo menos, de una exageración.
Sin embargo, decidimos investigar esos hechos. Providencialmente encontramos algunos contactos que nos pusieron en relación con varios combatientes y jefes de las FPL relacionados al frente paracentral. Finalmente viajamos a la zona muchas veces, y ahí en el terreno, en los modestos ranchos campesinos de los antiguos guerreros del paracentral, hoy olvidados y despreciados por la actual dirigencia del FMLN, escuchamos en palabras sencillas y directas los testimonios más desgarradores que hubiéramos podido imaginar.
A esos veteranos nadie les contó nada: ellos estuvieron en el lugar de los hechos, ellos vieron las ejecuciones, ellos conocen los nombres de las víctimas y de los asesinos. Sus testimonios apuntan irremediablemente a Salvador Sánchez Cerén como máximo responsable y autor intelectual de esas muertes. Esa gente, que comenzó y terminó la guerra, muchos de ellos militantes de las FPL desde inicios y mediados de los años setentas, habían guardado silencio durante todo este tiempo, y el solo recuerdo de aquella matanza de sus compañeros les quiebra la voz y les pone un brillo de dolor en sus ojos.
Poco tiempo después de la firma de los Acuerdos de Paz, Salvador Sánchez Cerén se atrevió a llegar a La Sabana, uno de los territorios del paracentral. Allí se reunió lo que quedaba de las FPL en la zona. Cuando quiso tomar la palabra, un campesino ya maduro lo interrumpió y con voz firme dijo:
-Antes que nada yo quiero pedirle una explicación, señor. Quiero que me diga por qué mataron ustedes a nuestros hijos combatientes.
Dilio, un guerrillero del paracentral que combatió casi toda la guerra en Chalatenango, y que ahora dirige junto a otros veteranos una de las asociaciones más importantes de lisiados de guerra, estaba junto a ese campesino, y nos cuenta:
-Ese momento fue impactante para los que estábamos allí, porque ese hombre dijo en verdad lo que todos nosotros teníamos en la mente. Yo el nombre de ese compa no lo sé, pero si me recuerdo que estaba bien encachimbado, y fue terminando de decir eso menió el corvo contra los ladrillos. Al oír el chirrín-chirrín del corvo, la seguridad de Sáchez Cerén lo rodeó rápido y ahí nomás lo metieron al carro y se fueron. Ni una sola palabra lo dejaron decir esa vez.
Allí también estuvo el capitán guerrillero Juan Patojo, quien nos confirmó esos hechos:
-Si esa vez estuvo perra la cosa. Si no se llevan a Sánchez Cerén a saber qué hubiera pasado, porque la verdad es que toda esa gente estaba bien adolorida. Si la cosa no pasó a más fue porque el comandante Giovani y yo medio calmamos a la gente a como pudimos. Pero a otros que querían aplacar la cólera de la gente con pajas yo les dije: No jodan, hombre, si este problema no va a terminar nunca, si no son perros los que estos hijueputas mataron. Y andar queriendo aplacar la rabia de esta gente con pajas políticas es como querer sanar un cáncer con una curita.
2 ¿Por qué mataron las FPL, y de manera tan brutal, a tantos de sus propios militantes y colaboradores civiles? La explicación de un hecho tan complejo no puede ser única ni definitiva, pero sí es seguro que al menos algunas de las claves residen en la historia de esa organización, en cuyo fundamento ideológico y tuétano doctrinario se registró, como los mismos dirigentes de las FPL lo han reconocido públicamente, un altísimo componente de sectarismo, dogmatismo e intolerancia.
Salvador Cayetano Carpio, el comandante Marcial de las FPL, se suicidó en 1983, en Managua, cuando sus propios compañeros lo acusaron de haber ordenado el asesinato de su segunda al mando, Mélida Anaya Montes (comandante Ana María), a quien un comando guerrillero le asestó más de ochenta puñaladas.
Quienes sucedieron a Carpio en la jefatura de las FPL dijeron que ese suicidio era una muestra de cobardía política, y que quien había sido el fundador y jefe máximo de esa organización, se había convertido en un lastre del proceso revolucionario salvadoreño, debido a su pensamiento sectario, dogmático y hegemonista. Ese pensamiento que por excluyente obstaculizaba la unidad de la izquierda, reconocieron autocríticamente entonces, había minado la historia de las FPL desde su origen.
En los años setenta, el Ejército Revolucionario del Pueblo y la Resistencia Nacional, sostenían que era necesario unir a la mayoría de la nación en contra del régimen militar autoritario y que, por tanto, era imperativa una amplia política de alianzas que incluyera a los sectores progresistas y patrióticos del país, en torno a un programa democrático. Carpio se opuso con el argumento de que esos sectores solo debían sumarse al proletariado, incondicionalmente, y en torno a un programa socialista.
La propuesta de una alianza política que fuera más allá de la izquierda comunista le parecía a Carpio, y a sus seguidores, una herejía solo concebible por traidores "a los verdaderos intereses de la revolución"; en suma, de gente más cercana al socialcristianismo y a la socialdemocracia que al marxismo-leninismo. Cuando Fidel Castro presionó por la unificación de la izquierda dispersa salvadoreña, a principios de los ochenta, Carpio aceptó a regañadientes aliarse a esos socialcristianos y socialdemócratas.
Pero puso como condición que la unidad se realizara en torno a las FPL y su programa; es decir, que los otros simplemente se sumaran a sus posiciones. En el libro de Marta Harneker Con la mirada en alto, historia de las FPL, Salvador Guerra, quien fuera el segundo jefe militar de esa organización desde 1983, declara lo siguiente al referirse a Carpio: "Se consideraba a sí mismo como la salvaguarda de los intereses del proletariado. Entonces, si las FPL eran la vanguardia, él, como persona, era la vanguardia dentro de la vanguardia, sin discusión".
Carpio consideraba sagrada dos consignas que se hicieron carne dentro de las FPL: que sus mártires serían implacablemente vengados, y que no se negocia jamás sobre la sangre de los mismos. Por eso se opuso radicalmente a la propuesta de terminar la guerra mediante el diálogo y la negociación. El problema es que Fidel Castro, los sandinistas, el resto de organizaciones del FMLN, y la mayoría de los dirigentes de su propia organización, estaban de acuerdo con esa propuesta.
Aferrado a su radicalidad sectaria, dogmática y excluyente, al menos según la versión oficial de las FPL, Carpio se fue quedando solo y al final fue derrotado; entonces habría ordenado el salvaje asesinato de Mélida Anaya Montes y, acorralado, optó por el suicidio. En teoría, sus sucesores entendieron la lección, pero los testimonios consignados en nuestro libro demuestran que el dogmatismo y la intolerancia, que hacen ver como traición cualquier disenso o actitud heterodoxa en relación al manual doctrinario, siguieron estando en la base de su pensamiento y su práctica.
Es cierto que, en aquella coyuntura aceptaron la unidad de toda la izquierda y la alianza más amplia con sectores no marxistas-leninistas, el antiguo FDR, dialogaron y negociaron con "el enemigo" y conquistaron la paz.
Pero, luego, ya finalizada la guerra, socialdemócratas y socialcristianos fueron de nuevo considerados traidores y expulsados de un FMLN ya controlado por las FPL y el Partido Comunista, volviéndose imposible, hasta la fecha, construir una alianza con ellos y con otros sectores políticamente moderados. Intolerancia es la palabra clave en esta historia.
3 Quien se acerque a estos testimonios sentirá, como Berne y yo mismo, la mayor condensación de horror, rabia contenida, dolor, dignidad humana, pero también el máximo nivel de perversión que se haya registrado durante la guerra.
Con este libro, que es en realidad un trabajo en progreso, pues aun nos faltan muchos testimonios por recoger, no damos una respuesta total a la tragedia acaecida en el frente paracentral, pero hemos podido establecer algunas de las preguntas claves sobre el asesinato brutal de más de mil combatientes y colaboradores civiles a manos de sus propios jefes.
Berne Ayalá y yo firmamos como autores, pero en verdad solo hemos sido los intermediarios de la voz, hasta ahora ignorada, de los protagonistas principales de esta historia: esos extraordinarios guerreros del frente paracentral de la guerrilla salvadoreña.
Esos testigos, sin excepción y sin ambigüedades. , adjudican la responsabilidad de los asesinatos a Salvador Sánchez Cerén. Ahora es él quien tiene la palabra, sea para volver a hablar de traición e infiltración, como lo ha venido haciendo, o para pedir perdón a las familias de sus víctimas e indicarles el lugar donde sus seres queridos fueron enterrados.
http://www.centroamerica21.com/edicion84/pages.php?Id=551
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