martes, 25 de noviembre de 2008

Los más de mil muertos de las FPL claman justicia

Entre el recuerdo y la justicia

Han pasado los años y la guerra civil que se liberó en El Salvador, y el recuerdo y los fantasmas de aquella violenta y sangrienta guerra se hacen presentes.

El recuerdo de muchos combatientes de las FPL, asesinados por Salvador Sánchez Cerén, aun vive en la memoria de sus seres queridos. Y los fantasmas de todos aquellos que fueron asesinados por órdenes del candidato a la vicepresidencia del pais por parte del FMLN, hoy aparecen en su vida.

El grito de justicia de todas esas víctimas se hace presente. Familiares de los más de mil combatientes asesinados piden explicaciones a Sánchez Cerén. Pero estas peticiones siguen siendo evadidas por parte del dirigente rojo.

Más que novela de ficción, Geovani Galeas, en su libro "Informe de una matanza" nos lleva a ese obscuro capítulo de la guerra y nos aclara quien es el responsable de tan macabra s ejecuciones.

Frente Paracentral, informe de una matanza 2
Chayito: "Eran veintisiete, los tiraron boca abajo y los mataron"

Chayito, considerada como una de las madres del paracentral, se incorporó a las FPL a mediados de los setentas. Todos sus hijos, Paty, Gloria, Walter y Nelson Vietnamita, también fueron guerrilleros.

Chayito es para muchos una de las madres del frente paracentral. A principios de los años setentas vivía en el cantón la Esperanza, jurisdicción de Tecoluca. Viuda a temprana edad y con siete hijos, tuvo que dedicarse al jornal en la siembra de caña de azúcar.

En aquella época sembraba caña por un colón con setenta y cinco centavos diarios. Para las mujeres, el horario de trabajo se extendía hasta las horas de la tarde, pues además les eran destinadas tareas como el desmonte de los cercos o la limpia de los sembradíos. Los hombres, en cambio, solo trabajaban hasta las doce del día y ganaban dos colones con cincuenta centavos.

Un día, mientras ella trabajaba en su jornal, el administrador de la hacienda la sorprendió por la espalda, realizando tocamientos impúdicos. Chayito se volteó y con toda su furia, lo golpeó en el pecho con una de las cañas que llevaba consigo, y le reclamó por el abuso. El hombre se marchó con la cola entre las patas. Ahí comenzó a nacer la leyenda de una mujer humilde que se convirtió en líder de incontables jornadas de lucha.

Esa misma noche, pensando en el acontecimiento en cuestión, Chayito, terminó por convencerse de que no era justo que las mujeres trabajaran más que los hombres, que ganaran menos y que además fueran abusadas a la menor oportunidad. Al día siguiente comunicó esa idea a sus compañeras de trabajo, y las convenció de insubordinarse juntas.

Subieron a los tractores y no dejaron que los hombres trabajaran, además se resistieron a sembrar la caña y demandaron igualdad de trato frente a los hombres, idéntico salario por la misma jornada de trabajo. Después de arduas discusiones con los representantes de los patronos, el dueño de la hacienda, preocupado por el peligro que la caña cortada se dañara al no ser sembrada, terminó aceptando todas las demandas.

La noticia de aquella negociación laboral donde no hubo organización de por medio, ni asesor legal, ni dirigente político, comenzó a volar de boca en boca por aquellos montes. Fue entonces que los dirigentes de las organizaciones de masas vinculadas a las FPL, la fueron a buscar con la intención de que replicara en otros lugares aquella experiencia.

Cuando sucedió la masacre de los campesinos de La Cayetana, en 1974, Chayito ya era secretaria de actas de Unión de Trabajadores del Campo, UTC. Cuando se formó el Bloque Popular Revolucionario, ocupó el cargo de secretaria general de la base y cuadro organizador. Esos años se le fueron entre lucha y lucha y negociaciones con propietarios de haciendas y fincas. En no pocas ocasiones terminó escapando apenas de los elementos de la Guardia Nacional, que la buscaban para matarla.

Como todos los que comenzaron a luchar en esos años, Chayito terminó siendo militante clandestina de las FPL, al igual que sus hijos: Paty, Gloria, Walter y Nelson Vietnamita, que también se convirtieron en guerrilleros.

Ahora Chayito ya pasa de los sesenta años de edad, pero en sus ojos achinados aún está el brillo de sus ideales y convicciones. Actualmente es presidenta de la Cooperativa de Lisiados de Guerra Dimas Rodríguez, que aglutina a más de mil asociados, no sólo de la ex guerrilla sino también de la Fuerza Armada.

Durante la guerra, ella fue sanitaria en los campamentos guerrilleros y fue herida en combate. Allí conoció a Ethel Pocasangre Campos (Crucita):

-A Crucita la amarraron y la mataron como a un perro, y eso sí me duele. Ella no merecía morir de esa forma. ¿Quién no conoció a Crucita y a su hermana Sonia? Si usted va a hablar con los compañeros, verá que todos las conocimos, y sabemos que eran buenas.

-¿Puede usted considerar la posibilidad de que Crucita fuera una infiltrada?

-No, en ningún momento. Cualquiera que se atreva a decir que ella era una infiltrada la está difamando. Fue una difamación y fue un asesinato. Lo que ellos hicieron con la compañera Crucita solo lo hace el enemigo.

-¿Se dice que la responsabilidad de esos asesinatos fue de Mayo Sibrián, ¿usted qué cree?

-Eso dependió de más arriba. Por eso yo a Leonel González lo odio con todas las fuerzas de mi alma. Yo quisiera que mis ojos fueran balas invisibles y que le cayeran o que se muriera, o que dios derramara un rayo y le cayera antes de que llegara a la presidencia. No me arrepiento de desear eso. Lo digo con todo mi corazón y con todo mi pensamiento y las fuerzas de la sangre que corre en mis venas. Lo digo así, sí quiero eso, lo odio. Sí tengo odio en mi corazón. Amo a los compañeros que han ofrendado su sangre y han dado lo mejor de sus vidas, que lo dieron todo por el pueblo. Pero odio a los que se aprovechan. Y odio a los traidores, porque él es un traidor.

-¿Qué supo de la muerte de Crucita?

-Que la garrotearon toda. Los compañeros cuentan que la arrastraron y le dieron un tiro en la cabeza. Mi esposo, también la conoció, y por ese mismo odio ya no quiere saber nada de la organización.

-¿Usted conoció a Fermín?, él vio cómo torturaron a Crucita.

-Sí, yo lo conozco y él me conoce. En un tiempo estuvimos juntos en los campamentos del paracentral. A Crucita no la mataron donde la torturaron, un sobrino de mi esposo me dijo que la habían arrastrado de los brazos por todo el camino. Cinco días después iban a matar a ese sobrino de mi esposo y a otros compas.

-¿Cómo fue eso?

-A ellos los obligaron a que hicieran las zanjas para matarlos. Los pusieron boca abajo y les tiraron ráfagas, rociándolos a todos, y a él no le cayó ninguna bala. Solo en calzoncillos ha salido huyendo él, hasta San Pedro Masahuat. Aquí por el volcán se tiró recto, pasó por Santa Teresa. Allá por Antioquia han quedado un montón de compañeros. Eran veintisiete compañeros con él, pero ahí quedaron enterrados veintiséis. Los dejaron ahí a que se terminaran de morir. Entonces fue que él se sentó, estaba bañado en sangre, se tocaba y no le dolía nada, era la sangre de los otros compañeros, y así se fue. Eran como las seis y media de la tarde cuando logró salir.

-¿Entonces él vio a Crucita también?

-Sí, es que todos la conocimos. Ella era bien delicada de la piel, le daba alergia, todo el tiempo pasaba con unas cremas. Yo estuve mucho tiempo con ella. Nos conocimos en 1982, cuando yo andaba de sanitaria. Conocí a su hermana Sonia, a la mamá de ellas, una señora muy amable igual que ellas, y a una tía de ellas que se llamaba Cruz, que por eso ella se puso ese seudónimo. Desde que la vi esa vez en San Salvador, la vez que conocí a su tía, ya no volví a saber nada. Crucita regresó al frente y ya no volvió.

http://www.centroamerica21.com/edicion85/pages.php?Id=562

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Frente Paracentral, informe de una matanza
-Daniel Romero: "Que nos digan por qué los mataron y a dónde los enterraron"


Redacción
redaccion@centroamerica21.com

A propósito de la presentación del libro Informe de una matanza, grandeza y miseria de una guerrilla, editado por Centroamérica 21; Daniel Romero, excombatiente de las FPL y familiar de una de las víctimas del ajusticiamiento masivo de combatientes en el frente paracentral, en la entrevista Al Día con William Meléndez pidió a Salvador Sánchez Cerén, candidato a la vicepresidencia por el FMLN que por humanismo pidiera perdón, señalara el lugar donde están enterradas las víctimas y que por ética renunciara a la candidatura.

Presentamos un segmentos de la entrevista, en la que también participó Geovani Galeas, uno de los autores del libro junto a Berne Ayalá.

http://www.centroamerica21.com/edicion85/pages.php?Id=561

-Informe de una matanza. El libro

Opinion de Geovani Galeas

Columnista de LA PRENSA GRÁFICA


De Berne Ayalá había leído sus novelas y su magistral crónica extensa sobre la ofensiva insurgente de 1989, pero no lo conocía personalmente. Nos encontramos hace unos tres años, cuando le hice una entrevista televisiva a propósito del lanzamiento de otro de sus libros. Sus particulares puntos de vista sobre la realidad nacional, la literatura y la guerra me impactaron positivamente de forma inmediata.

Él había militado en las filas del Partido Comunista, yo en las del Ejército Revolucionario del Pueblo. La primera de nuestras coincidencias se dio en torno a una convicción: en la guerra civil, en los dos bandos, hubo admirables cuotas de sacrificio y heroísmo, pero también deplorables expresiones de la miseria humana, y es imposible abordar ese pasaje de nuestra historia ocultando o simplemente negando, a conveniencia, alguna de esas dos dimensiones.

http://www.laprensagrafica.com/index.php/opinion/editorial/2622.html

Ante matanzas en las FPL el FMLN "asume demencia" ante llamado de la Iglesia » El FMLN no quiso opinar sobre los detalles de víctimas del FPL.

El Diario de Hoy


Ni el candidato a la vicepresidencia por el FMLN, Salvador Sánchez Cerén, ni el vocero del partido, Sigfrido Reyes, ni otros miembros de este partido de izquierda atendieron el llamado del Arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz Lacalle, de dar detalles de las matanzas de guerrilleros de las FPL asesinados por sospechas de ser "infiltrados" del Gobierno en la guerra.

Sánchez Cerén, quien hace algunas semanas admitió los ajusticiamientos, en una plaza pública del occidente de país, ni siquiera atendió el llamado de El Diario de Hoy para conocer su reacción ante la exhortación del prelado católico.

http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_completa.asp?idCat=6351&idArt=3060214

lunes, 24 de noviembre de 2008

Los 1,000 crímenes secretos de las FPL


Geovani Galeas y Berne Ayalá, dos reconocidos escritores que se han dedicado a elaborar obras y reconstruir parte de la historia de la guerra salvadoreña, acaban de publicar una obra que llamaron "Grandeza y miseria en una guerrilla".

En ese libro, que llaman reportaje especial de Centroamérica 21, colecciones de partes de guerra, recogen toda suerte de testimonios y pruebas sobre los atribuidos asesinatos de más de 1.000 guerrilleros dentro de las FPL. En el libro encuentran responsables de esos crímenes e incluyen las peticiones de familias enteras que piden justicia aunque, sobre todo, demandan conocer la verdad sobre lo que ocurrió.

“Dígale a Milton que lo busca Tilo", le dijo el hombre con voz firme y no muy buena cara a la recepcionista del 13 16, la sede central del FMLN en San Salvador. Era la mañana del miércoles 27 de agosto de 2008.

La recepcionista miró al hombre con alguna reserva, pues era evidente que estaba muy molesto. Era delgado y fibroso, vestía de manera humilde y tendría unos 53 años. "Fíjese que él ahorita está ocupado porque estamos preparando el evento de la afiliación de Mauricio Funes al partido", dijo la recepcionista.

"Eso a mí no me interesa, señorita, usted vaya a decirle a Milton que lo busca Tilo, que quiero hablar con él y que es urgente", insistió el hombre.

La recepcionista vaciló. Le preguntó que de parte de quien llegaba y cuál era el motivo de su visita. "Dígale a Milton que vengo de parte de mis cuatro hermanos muertos en la guerrilla, pero principalmente de mi hermano Lucas, y el motivo él lo sabe muy bien. Eso dígale nada más", respondió el hombre.

Ella entró a la oficina del secretario general del FMLN, Medardo González (comandante Milton Méndez de las FPL durante la guerra civil). Mientras tanto, un grupo de guardaespaldas de los dirigentes del FMLN comenzaron a desplazarse disimuladamente en torno al hombre, que de inmediato detectó la maniobra y, sin inmutarse, les dijo: "A mí no me van a asustar con esos jueguitos. No les tengo miedo. Yo combatí tanto o más que cualquiera de ustedes durante la guerra".

La recepcionista regresó y dijo:"dice Milton que en este momento no puede atenderlo, que le deje el teléfono y que él va a comunicarse después".

El hombre ya no pudo contenerse y casi gritó:" Entonces dígale a Milton que él y Salvador Sánchez Cerén son unos cobardes, y que coma mierda. Dígale que me dé la cara y que me explique por qué las FLP mataron a mi hermano Lucas, combatiente de las Fuerzas Especiales Selectas de la guerrilla allá en San Vicente".

"Cálmese señor", le dijo la recepcionista. El hombre respondió:"A mi hermano Lucas, que sí era revolucionario de verdad, me lo mataron como si fuera un perro estos cabrones ¿Cree usted que esto es para calmarse?”, preguntó y salió enfurecido de la sede del FMLN.

Semanas después el hombre leyó en un periódico un editorial en el que se pedía que Sánchez Cerén debía responder. Era un editorial de Geovanni Galeas, quien aludía a las ejecuciones sumarias realizadas por las FPL, en contra de sus propios combatientes, en el frente paracentral.

Cuando Tilo leyó eso se le nublaron los ojos y le temblaron las manos. Respiró hondo intentanto dominar la ebullición de sus sentimientos. Leyó varias veces el editorial. Después tomó nota de la dirección electrónica de Galeas y, sin pensarlo mucho, caminó hasta un cibercafé donde le escribió a Geovanni el siguiente mensaje:

"Busco justicia. Estimado Geovani, yo era obrero en la fábrica Corinca, y en 1977 me organicé en las FPL junto con mis cuatro hermanos, todos combatientes. Tres de ellos murieron con las armas en las manos (Jorge, William y Samuel), pero te quiero hablar de mi hermano menor, que tenía el seudónimo de Lucas, que fue entrenado en Vietnam y fue uno de los fundadores de las Fuerzas Especiales Selectas de las FPL.

Lucas se especializó como hombre rana, y participó como buzo en la voladura del Puente de Oro. Pero lo que te quiero decir es que a mi hermano Lucas, como otros cientos de guerrilleros que fueron asesinados por la dirección de las FPL, lo mataron junto a otro compañero de seudónimo Liebre en el frente paracentral.

De mi parte he tratado de buscar a Leonel (Salvador Sánchez Cerén), a Milton (Medardo González, a la Rebecona (Lorena Peña) a Douglas Santamaría (Eduardo Linares), para que todos estos me dan una explicación o por lo menos que me digan en qué lugar enterraron a mi hermano Lucas.

Mi madre y yo, necesitamos una explicación concreta de donde lo enterraron para ver si podemos trasladar los restos si es que todavía existen, o ponerle una cruz en el lugar que fue asesinado. Hoy es tiempo de que todos los que están implicados en esos cobardes asesinatos le den la cara a todos los familiares de todos los compañeros asesinados.

Mirá, Geovani, yo fui combatiente, estuve en Cuba especializándome, fui instructor de la escuela militar que las FPL tenían en Managua, la Juan Méndez, yo no les tengo miedo y no voy a descansar ni un minuto hasta que me digan por qué mataron a mi hermano Lucas y dónde lo enterraron. Si podés ayudarme en mi averiguación te lo voy a agradecer. Mi seudónimo siempre fue Tilo”.

Cuando Geovani recibió el correo electrónico de Tilo se le hizo un nudo el corazón. Llevaba, junto con el escritor Berne Ayalá, tres meses investigando ese tipo de casos. Sobre todo porque, en ese momento, habían recogido de los labios del artillero Guayón, y del misilero Edwin, testimonios dramáticos sobre el asesinato de Lucas.

La versión de Guayón

"Es que, de repente, empezaron a deshijar las unidades. Al pelotón de fuerzas especiales le mataron la mitad. A un tal Lucas, que había sido jefe de seguridad del mando del Estado Mayor allá en Chalatenango, conocido de todos los comandantes del FPL, lo mataron también”.

¿Usted vio cuando lo mataron?, preguntaron a Guayón.

“Es que yo llegué adonde lo tenían amarrado porque me mandaron a hacer unas diligencias. Y me ve Lucas y me dice: "mirá hermano, cómo me tienen. Le habían quebrado las dos patas a puro garrotazo. A mí me dieron ganas de llorar al ver aquello.

"Ya no tenía ni dientes el Lucas, todo lo habían desgraciado, y él les dice: "Si creen que soy enemigo, mejor mátenme ya. No, es que tenés que confesar, le dijeron. Mirá, me dijo Lucas a mí, dame aunque sea meados que me estoy muriendo de la sequía. Le di la pichinga de agua. Se me quedaron viendo esos cerotes que lo estaban golpeando, pero no me dijeron nada. A Lucas, cuando ya se lo terminaron a golpes, lo ahorcaron. A toda esa gente que mataban así los enterraban en las trincheras”.

Eso se lo contó Geovani a Tilo y le mostró el vídeo de Guayón. Cuando eso ocurrió, Tilo no dijo una palabra, solo suspiró profundo y hundió la cara entre las manos. Tiempo después se incorporó y le dijo a Geovanni:

"Mi mamá ya está muy viejita, y no va a aguantar este golpe. A ella no le digamos eso…Yo ya fui a buscarlos dispuesto a todo hasta el 1316 y no me han querido dar la cara. Yo quiero que me escuchen. Geovanni ayúdame por favor, yo ya no sé qué quiero porque de lo que me dan ganas es de hacer una locura.

Geovanni le pidió a una camarógrafa que grabara un mensaje de Tilo y esto fue lo que dijo:
"Desde el momento en que me di cuenta cómo mataron a mi hermano, y no solo a él, sino a muchos compas y cuadros valiosos de las FPL, hermanos nuestros, se me metió a mí no descansar hasta que se me diga quiénes fueron los culpables. Yo no voy a descansar hasta saber la verdad. Porque es sencillo: sin la verdad no hay paz. Entonces como me he metido a querer saber la verdad, y principalmente adónde enterraron a mi hermano, por lo menos para irle a poner una cruz de guayabo, así como lo garrotearon a él. Yo digo que en estas atrocidades es responsable toda la comisión política de las FPL, y principalmente Sánchez Cerén. Y lo que quiero es que ellos me den la cara a mí, y me den explicaciones y me digan dónde enterraron a mi hermano. Eso es lo que quiero".

Por qué mataron

Los autores del libro "Grandeza y miseria en una guerrilla" consideran que, al igual que al hermano de Tilo, las FPL pudieron haber asesinado a más de mil combatientes de sus propias fuerzas. No creen que la explicación sea única ni definitiva. Creen que las claves están en la historia de esa organización. Incluso, recuerdan que muchos ex dirigentes de las FPL reconocen un altísimo componente de sectarismo, dogmatismo e intolerancia.
Lo que vio Guayón

"Soy del cantón Guadalupe, de Suchitoto. La ofensiva de 1981 me le eché en Guazapa y Cinquera, como jefe de una escuadra de artillería. Desde entonces, andaba con mi ametralladora punto cincuenta.

Después de sufrir y reponerme de una grave herida, regresé y me extrañó que algunos combatientes de Chalatenango que me había encontrado durante los combates de la ofensiva, ya no los veía. Entonces un día le pregunté a Mayo Sibrián por un tal Galileo, un cipotón bueno para pelear. “¿Por qué preguntas por él?”, me respondió. Le respondí que nos habíamos conocido en Chalate. "Ya lo matamos porque era enemigo", me dijo. Puta, dije entre mí, pero si lo vi pelear en Chalate y nunca le vi algo raro.

A los días, Mayo Sibrián me mandó a llamar a una reunión. Me dijo: "Mirá, aquí no andés preguntando más de la cuenta. Vos no sabés como está la situación en este frente”. Después vi algunas injusticias. A una unidad de fuerzas especiales de Mayo les dijeron: "les vamos a quitar las armas, pongan las manos atrás y los amarraron. Vi eso y me pregunté sobre el problema. Pero ahí fue cosa de ir matando a esos muchachos.

La matazón comenzó a tomar curso. Unidades enteras de guerrilleros fueran llevadas a lugares solitarios para torturarlos y luego asesinar a garrotazos a sus integrandes. La práctica se generalizó y se dijo que "era para no gastar munición en los traidores".

http://www.elmundo.com.sv/Mambo/index.php?option=com_content&task=view&id=15103&Itemid=41

jueves, 20 de noviembre de 2008

Noviembre sangriento (Primera parte)


La noche del jueves 8 de noviembre de 1989, el entonces coronel Mauricio Ernesto Vargas, se acostó con una extraña sensación. No era para menos. Desde hacía unos meses, el aparato de inteligencia de la Fuerza Armada había recolectado suficiente información sobre los preparativos de una gran ofensiva guerrillera.

El coronel había hecho de la Tercera Brigada de Infantería su casa, su oficina y su santuario. Ese era el cuartel más grande y con mayor número de efectivos en el país. Bajo su mando estaban los batallones propios de la guarnición y además los batallones de Reacción Inmediata Arce y Atonal. También dependían de él, de manera operativa, los destacamentos militares 3 y 4, que tenían sus sedes en La Unión y San Francisco Gotera, respectivamente.

La Sección II (grupo de inteligencia) de la brigada reportaba desplazamientos inusuales de las guerrillas. Tales informes no hubieran inquietado al coronel si no fuese por el hecho que reportes similares se estaban generando en otros cuarteles, incluyendo en el Estado Mayor Conjunto. Algo fuera de lo común estaba pasando.

Ocho años atrás, Vargas había dirigido el aniquilamiento de una columna guerrillera en el cantón Cutumay Camones, en el norte del occidental departamento de Santa Ana. El frente occidental guerrillero, llamado Feliciano Ama, nunca prosperó. Ese golpe lo mató antes de nacer. Entonces Vargas era un joven capitán de la Segunda Brigada de Infantería.

El resto de la guerra se la pasó en el oriente del país. Fue comandante del Atonal, el Destacamento Militar 4 y la Tercera Brigada. Sus antecesores en esos puestos habían sido los coroneles Salvador Beltrán Luna, Napoleón Calito y Domingo Monterrosa. Todos muertos en combate. Oriente era, pues, la Caldera del Diablo o como escribió un soldado en la pared de la abandonada escuela de Arambala: "Aquí es la tierra donde se rasca el tigre".

El coronel no estaba tranquilo aquella noche. Esa vez además de los reportes de movimientos guerrilleros, sentía un como presagio del infierno que se venía… a lo lejos como si nada, se oía música de carnaval en los barrios de San Miguel.

A varios kilómetros de donde cavilaba el coronel, una semana antes, en una casa espaciosa de la colonia Miramonte de San Salvador, un joven de unos 30 años, revisaba con cara de urgencia unos documentos. Medía 1.86 mts., blanco y esbelto. Vestía ropas elegantes y tenía el aspecto de un ejecutivo de éxito en alguna empresa transnacional. En realidad era el comandante guerrillero Claudio Armijo, miembro de la máxima dirección del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

Chico, como era su seudónimo, había entrado a la clandestinidad a los 16 años. A los 22 había sido promovido hacia la máxima dirección del ERP. Al igual que el coronel Vargas, al otro lado de la moneda, a Chico le habían tocado los frentes de guerra más difíciles. En 1982 fue uno de los principales mandos en la batalla del Moscarrón, donde el ejército había sufrido una seria derrota militar. Durante esos combates había sido capturado el segundo hombre en importancia en la Fuerza Armada, el coronel Francisco Adolfo Castillo.

Un año antes había sido herido en el frente paracentral. Dos años después fue capturado en Honduras y liberado debido a intensas gestiones de los gobiernos de Francia y México. En 1986 Chico se aferró, con una pequeña fuerza, en el Cerro de Guazapa, en donde resistió la poderosa embestida de la Operación Fénix de la Fuerza Armada.

Pero aquellos primeros días de noviembre, Chico tenía suficientes motivos para estar preocupado. Un periodista había estado en el despacho del general René Emilio Ponce, Ministro de Defensa, a quien iba a entrevistar. En el momento en que el general se levantó, el periodista vio casualmente un papel sobre el escritorio que decía URGENTE. Alcanzó a leer lo que parecía ser un informe sobre futuras operaciones guerrilleras.

Sólo unas horas después, el periodista, un colaborador de la guerrilla, le dio el informe a Chico. El comandante concluyó que había un infiltrado en los comandos urbanos guerrilleros. La ofensiva ya no iba a comenzar el siete sino el 11 de noviembre.

*Columnista de El Diario de Hoy.

Informe de una matanza - tercera parte



http://www.youtube.com/watch?v=ZaR9-NJxIRQ

martes, 18 de noviembre de 2008

Ahora si......Frente Paracentral, informe de una matanza


Aquí está nuestro libro,ahora tiene la palabra Sánchez Cerén.

Berne Ayalá y yo hemos concluido la redacción del reportaje titulado Informe de una matanza. Grandeza y miseria en una guerrilla, del cual hemos presentado algunos avances. El libro, que es el primer volumen de la Colección Partes de Guerra, de Centroamérica 21, estará a disposición del público en librerías y otros putos de venta esta misma semana.

Geovani Galeas

Director Centroamérica 21

redaccion@centroamerica21.com

Berne fue guerrillero en las filas del Partido Comunista, yo fui militante del Ejército Revolucionario del Pueblo; ambos somos escritores. Había leído sus novelas y su magistral crónica extensa sobre la ofensiva insurgente de 1989, pero no había tenido contacto personal con él. Lo conocí hace un par de años, cuando le hice una entrevista televisiva a propósito del lanzamiento de uno de sus libros. Desde entonces no hemos cesado de hablar sobre la literatura y la guerra.

Hace poco más de un año decidimos embarcarnos juntos en la aventura de editar este periódico digital, cuyo corazón sería, y es, la sección titulada Partes de Guerra. Nos apasionaba la idea de relatar sistemáticamente todo lo vivido, visto, oído y sentido por nosotros mismos durante el conflicto, pero también, sobre todo, investigar y ahondar en la experiencia de muchos otros compañeros de las diferentes organizaciones que constituyeron el FMLN.

Así fuimos publicando crónicas y reportajes especiales sobre una gran diversidad de hechos y protagonistas de la guerra civil; relatando batallas heroicas y perfiles de jefes y combatientes excepcionales por su humanismo y arrojo combativo, lo mismo que pasajes sórdidos, vergonzantes, en los que se expresó a plenitud el lado oscuro y la miseria humana que también tuvieron lugar en las guerrillas.

En el curso de esas investigaciones fuimos descubriendo nombres, lugares y hechos inéditos, y encontramos una gran cantidad de mitificaciones, distorsiones, ocultamientos y llanas mentiras en la narrativa de la historia oficial de la guerrilla salvadoreña. El primer y más sobresaliente aspecto en este sentido fue la interesada sobrevaloración del papel jugado por varios comandantes, en sentido inverso al ocultamiento o indiferencia ante las gestas reales protagonizadas por combatientes rasos, cuyos nombres y hechos han quedado en el olvido.

Sobre todo eso fuimos hilvanando nuestras crónicas, hasta que, casi por casualidad encontramos una pista inesperada: entre 1986 y 1991, al interior mismo de las FPL, sin duda la más grande y poderosa de la organizaciones del FMLN, había tenido lugar una espantosa matanza de combatientes, a manos de sus propios jefes, bajo la acusación de ser "infiltrados del enemigo". Vagamente comenzamos a escuchar de cientos de ejecutados por lapidación, degollamiento o garrotazos. Lo espeluznante de esas primeras informaciones nos puso en guardia de inmediato, pues sospechamos que se trataba, por lo menos, de una exageración.

Sin embargo, decidimos investigar esos hechos. Providencialmente encontramos algunos contactos que nos pusieron en relación con varios combatientes y jefes de las FPL relacionados al frente paracentral. Finalmente viajamos a la zona muchas veces, y ahí en el terreno, en los modestos ranchos campesinos de los antiguos guerreros del paracentral, hoy olvidados y despreciados por la actual dirigencia del FMLN, escuchamos en palabras sencillas y directas los testimonios más desgarradores que hubiéramos podido imaginar.

A esos veteranos nadie les contó nada: ellos estuvieron en el lugar de los hechos, ellos vieron las ejecuciones, ellos conocen los nombres de las víctimas y de los asesinos. Sus testimonios apuntan irremediablemente a Salvador Sánchez Cerén como máximo responsable y autor intelectual de esas muertes. Esa gente, que comenzó y terminó la guerra, muchos de ellos militantes de las FPL desde inicios y mediados de los años setentas, habían guardado silencio durante todo este tiempo, y el solo recuerdo de aquella matanza de sus compañeros les quiebra la voz y les pone un brillo de dolor en sus ojos.

Poco tiempo después de la firma de los Acuerdos de Paz, Salvador Sánchez Cerén se atrevió a llegar a La Sabana, uno de los territorios del paracentral. Allí se reunió lo que quedaba de las FPL en la zona. Cuando quiso tomar la palabra, un campesino ya maduro lo interrumpió y con voz firme dijo:

-Antes que nada yo quiero pedirle una explicación, señor. Quiero que me diga por qué mataron ustedes a nuestros hijos combatientes.

Dilio, un guerrillero del paracentral que combatió casi toda la guerra en Chalatenango, y que ahora dirige junto a otros veteranos una de las asociaciones más importantes de lisiados de guerra, estaba junto a ese campesino, y nos cuenta:

-Ese momento fue impactante para los que estábamos allí, porque ese hombre dijo en verdad lo que todos nosotros teníamos en la mente. Yo el nombre de ese compa no lo sé, pero si me recuerdo que estaba bien encachimbado, y fue terminando de decir eso menió el corvo contra los ladrillos. Al oír el chirrín-chirrín del corvo, la seguridad de Sáchez Cerén lo rodeó rápido y ahí nomás lo metieron al carro y se fueron. Ni una sola palabra lo dejaron decir esa vez.

Allí también estuvo el capitán guerrillero Juan Patojo, quien nos confirmó esos hechos:

-Si esa vez estuvo perra la cosa. Si no se llevan a Sánchez Cerén a saber qué hubiera pasado, porque la verdad es que toda esa gente estaba bien adolorida. Si la cosa no pasó a más fue porque el comandante Giovani y yo medio calmamos a la gente a como pudimos. Pero a otros que querían aplacar la cólera de la gente con pajas yo les dije: No jodan, hombre, si este problema no va a terminar nunca, si no son perros los que estos hijueputas mataron. Y andar queriendo aplacar la rabia de esta gente con pajas políticas es como querer sanar un cáncer con una curita.

2 ¿Por qué mataron las FPL, y de manera tan brutal, a tantos de sus propios militantes y colaboradores civiles? La explicación de un hecho tan complejo no puede ser única ni definitiva, pero sí es seguro que al menos algunas de las claves residen en la historia de esa organización, en cuyo fundamento ideológico y tuétano doctrinario se registró, como los mismos dirigentes de las FPL lo han reconocido públicamente, un altísimo componente de sectarismo, dogmatismo e intolerancia.

Salvador Cayetano Carpio, el comandante Marcial de las FPL, se suicidó en 1983, en Managua, cuando sus propios compañeros lo acusaron de haber ordenado el asesinato de su segunda al mando, Mélida Anaya Montes (comandante Ana María), a quien un comando guerrillero le asestó más de ochenta puñaladas.

Quienes sucedieron a Carpio en la jefatura de las FPL dijeron que ese suicidio era una muestra de cobardía política, y que quien había sido el fundador y jefe máximo de esa organización, se había convertido en un lastre del proceso revolucionario salvadoreño, debido a su pensamiento sectario, dogmático y hegemonista. Ese pensamiento que por excluyente obstaculizaba la unidad de la izquierda, reconocieron autocríticamente entonces, había minado la historia de las FPL desde su origen.

En los años setenta, el Ejército Revolucionario del Pueblo y la Resistencia Nacional, sostenían que era necesario unir a la mayoría de la nación en contra del régimen militar autoritario y que, por tanto, era imperativa una amplia política de alianzas que incluyera a los sectores progresistas y patrióticos del país, en torno a un programa democrático. Carpio se opuso con el argumento de que esos sectores solo debían sumarse al proletariado, incondicionalmente, y en torno a un programa socialista.

La propuesta de una alianza política que fuera más allá de la izquierda comunista le parecía a Carpio, y a sus seguidores, una herejía solo concebible por traidores "a los verdaderos intereses de la revolución"; en suma, de gente más cercana al socialcristianismo y a la socialdemocracia que al marxismo-leninismo. Cuando Fidel Castro presionó por la unificación de la izquierda dispersa salvadoreña, a principios de los ochenta, Carpio aceptó a regañadientes aliarse a esos socialcristianos y socialdemócratas.

Pero puso como condición que la unidad se realizara en torno a las FPL y su programa; es decir, que los otros simplemente se sumaran a sus posiciones. En el libro de Marta Harneker Con la mirada en alto, historia de las FPL, Salvador Guerra, quien fuera el segundo jefe militar de esa organización desde 1983, declara lo siguiente al referirse a Carpio: "Se consideraba a sí mismo como la salvaguarda de los intereses del proletariado. Entonces, si las FPL eran la vanguardia, él, como persona, era la vanguardia dentro de la vanguardia, sin discusión".

Carpio consideraba sagrada dos consignas que se hicieron carne dentro de las FPL: que sus mártires serían implacablemente vengados, y que no se negocia jamás sobre la sangre de los mismos. Por eso se opuso radicalmente a la propuesta de terminar la guerra mediante el diálogo y la negociación. El problema es que Fidel Castro, los sandinistas, el resto de organizaciones del FMLN, y la mayoría de los dirigentes de su propia organización, estaban de acuerdo con esa propuesta.

Aferrado a su radicalidad sectaria, dogmática y excluyente, al menos según la versión oficial de las FPL, Carpio se fue quedando solo y al final fue derrotado; entonces habría ordenado el salvaje asesinato de Mélida Anaya Montes y, acorralado, optó por el suicidio. En teoría, sus sucesores entendieron la lección, pero los testimonios consignados en nuestro libro demuestran que el dogmatismo y la intolerancia, que hacen ver como traición cualquier disenso o actitud heterodoxa en relación al manual doctrinario, siguieron estando en la base de su pensamiento y su práctica.

Es cierto que, en aquella coyuntura aceptaron la unidad de toda la izquierda y la alianza más amplia con sectores no marxistas-leninistas, el antiguo FDR, dialogaron y negociaron con "el enemigo" y conquistaron la paz.

Pero, luego, ya finalizada la guerra, socialdemócratas y socialcristianos fueron de nuevo considerados traidores y expulsados de un FMLN ya controlado por las FPL y el Partido Comunista, volviéndose imposible, hasta la fecha, construir una alianza con ellos y con otros sectores políticamente moderados. Intolerancia es la palabra clave en esta historia.

3 Quien se acerque a estos testimonios sentirá, como Berne y yo mismo, la mayor condensación de horror, rabia contenida, dolor, dignidad humana, pero también el máximo nivel de perversión que se haya registrado durante la guerra.

Con este libro, que es en realidad un trabajo en progreso, pues aun nos faltan muchos testimonios por recoger, no damos una respuesta total a la tragedia acaecida en el frente paracentral, pero hemos podido establecer algunas de las preguntas claves sobre el asesinato brutal de más de mil combatientes y colaboradores civiles a manos de sus propios jefes.

Berne Ayalá y yo firmamos como autores, pero en verdad solo hemos sido los intermediarios de la voz, hasta ahora ignorada, de los protagonistas principales de esta historia: esos extraordinarios guerreros del frente paracentral de la guerrilla salvadoreña.

Esos testigos, sin excepción y sin ambigüedades. , adjudican la responsabilidad de los asesinatos a Salvador Sánchez Cerén. Ahora es él quien tiene la palabra, sea para volver a hablar de traición e infiltración, como lo ha venido haciendo, o para pedir perdón a las familias de sus víctimas e indicarles el lugar donde sus seres queridos fueron enterrados.

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lunes, 10 de noviembre de 2008

¿Una operación de contrainteligencia?


Frente Paracentral, informe de una matanza

Mayo Sibrián persuadió a sus compañeros de haber mantenido una actitud íntegra durante su cautiverio. Fue reintegrado a la militancia y, además, promovido a responsabilidades superiores: la jefatura general de todo un frente de guerra.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

En la historia de las luchas revolucionarias, no es infrecuente que quienes son capturados y torturados terminen colaborando con sus enemigos, en el sentido de suministrarles la información que poseen. Pero también hay casos de quienes han logrado soportar el martirio, hasta la muerte, sin doblegarse. En teoría, un cuadro consolidado, un jefe, está más capacitado y dispuesto para la resistencia que un militante raso. Sin embargo, la realidad registra casos de combatientes que han resistido y de jefes que han traicionado.

En El Salvador, a lo largo del conflicto, se dieron ambas circunstancias. Al menos tres comandantes guerrilleros, de nivel de Dirección Nacional, terminaron siendo colaboradores del ejército, según lo afirmaron en su momento sus respectivas organizaciones: Moisés Arreola, de la Resistencia Nacional; Arquímedes Cañada, del ERP, y Miguel Castellanos, de las FPL.

Hay que decir también que otros comandantes guerrilleros con igual o superior jerarquía soportaron la tortura sin doblegarse: Salvador Cayetano Carpio, Lil Milagro Ramírez, Ana Guadalupe Martínez, Jeanette Samour, Américo Araujo, Facundo Guardado y Claudio Armijo entre otros. En todo caso, al salir de prisión, sea por un escape o por un canje, el militante tiene que someterse a un control o filtro especial por parte de los encargados de contrainteligencia de su organización.

Con toda probabilidad este fue el caso de Mayo Sibrián, que ya en La Habana debió rendir informes y ser evaluado. Los hechos indican que pudo persuadir a sus compañeros de haber mantenido una actitud íntegra durante su cautiverio, puesto que no solo fue reintegrado a la militancia sino que, además, fue promovido a responsabilidades superiores a las que hasta ese momento había ejercido: concretamente la jefatura general de todo un frente de guerra.

Esto permite suponer que la jefatura máxima de las FPL no solo vio en Mayo Sibrián un dirigente íntegro (lo que en el lenguaje tradicional de esa organización se conocía como un cuadro consolidado, por haber superado todas las pruebas posibles en la trayectoria de lucha), sino que también validó las conclusiones que él habría sacado respecto a la magnitud de la infiltración enemiga en las estructuras clandestinas de la guerrilla. Habría entonces que actuar en consecuencia, es decir: detectar y castigar ejemplarmente a los espías y colaboradores que el enemigo hubiera introducido en la organización.

Pero hay algo todavía más complejo en estos casos. Una vez producida la captura, la que muchas veces es seguida de una "desaparición" que implica no reportar la misma a ninguna autoridad administrativa o judicial, como suele ser natural en un estado de guerra, comienzan las desconfianzas de quienes son compañeros de armas del apresado.

Una vez comprobada la captura se produce un despliegue de las estructuras clandestinas para evitar que cualquier información que brinde el capturado sirva para golpear a las unidades guerrilleras. Pero el hecho de que no se reporte ninguna otra captura o desmantelamiento de bases, como resultado de la primera, no es motivo para suponer que no ha pasado nada, es por ello que las medidas de seguridad tomadas en contra de aquellos que una vez quedan libres han de volver a las filas, son drásticas.

En un nivel un tanto burdo, una vez producida la captura del guerrillero, se puede provocar un descalabro, lo que de inmediato delata al capturado. Pero puede ser que se trate de un trabajo más fino, que implique una colaboración más permanente con el ejército oficial, esta es la parte más delicada pues en ella es donde podemos hablar de un verdadero trabajo de inteligencia, lograr que jefes guerrilleros sigan trabajando en el máximo secreto con la Fuerza Armada.

En 1983, un año antes de la captura de Mayo Sibrián, el ejército salvadoreño había montado en San Vicente, corazón del frente paracentral, un proyecto modelo denominado Bienestar Para San Vicente, integrado al plan nacional de guerra conocido como CONARA, que replicaba las operaciones de pacificación de áreas específicas realizadas por los norteamericanos en Vietnam. Hacia 1992, la socióloga marxista chilena Marta Harnecker publicó el libro titulado Con la mirada en alto, historia de las FPL, basado en entrevistas con varios de los dirigentes de esa organización. Ahí, Salvador Sánchez Cerén, por entonces comandante Leonel González, se refiere a ese proyecto del ejército en los siguientes términos:

"Ocupaban las áreas de población civil para llevar a cabo su plan de acción cívica que consistía en llevarles profesores, abrir las escuelas, realizar algunas obras de infraestructura, instalar chorros, letrinas, llevar diversión a los barrios, a los cantones, asistencia médica, donación de ropas y víveres. Todo eso se llevó a cabo mientras realizaban la operación de exterminio contra las fuerzas guerrilleras. Y eso se iba complementando con todo un trabajo de inteligencia que, en aquella época no descubrimos, sino solo mucho después (...) Como el poder local que representaba al gobierno había sido destruido por nosotros, ellos tuvieron que empezar a construir una nueva forma de control, sobre la base de crear redes clandestinas de información. Una vez terminada la acción cívica, esas redes quedaban en contacto con la fuerza aérea y con la brigada".

Es imperioso referir que esa tendencia a ponderar un trabajo de inteligencia de nivel desproporcionado fue uno de los grandes errores de análisis estratégico del mando de las FPL. De ahí que la cura resultó ser peor que la supuesta enfermedad. Veamos: los planes del ejército que estaban encaminados a ganar la mente y corazón de las masas, eran más bien diseños políticos de guerra que buscaban arrebatar territorios controlados por la guerrilla y su influencia política en las masas.

Además, las operaciones militares son en cualquier caso una respuesta a la extraordinaria capacidad de combate de la guerrilla de ese período. Como lo hemos dicho en otros apartados de esta investigación, la pequeñez del territorio, la densidad poblacional y la altísima movilidad de la guerra llevó a ambos ejércitos a estar mezclados cotidianamente con la misma población civil y mucho de lo que uno u otro hacía en el terreno de combate siempre era conocido.

Ese rasgo de nuestra guerra tiene vetas de luz por donde quiera que lo observemos. La misma guerrilla tenía mucha información de los movimientos del ejército, pero esas informaciones no llegaban necesariamente por el conducto típico de una unidad de inteligencia o de infiltración, era la misma población la que contaba que había visto a tantos hombres armados pasar por equis lugar.

El que recibía la información era quien debía corroborar con sus propias unidades si eran fuerzas amigas u hostiles. Pero eso no es en modo alguno un plan tan bien articulado, como se quiere seguir argumentando para justificar las barbaridades cometidas. Un principio de todo ejército es contar con información de campo al momento de sus movimientos, para ello no requiere de ningún plan maquiavélico, más que moverse y tomar todo aquello que encuentre a su paso. La mejor información con la que cuenta es la que encuentra en el terreno.

El análisis hecho por Sánchez Cerén en aquel entonces bien pudo haber buscado descalificar el programa de acción cívica que siempre han implementado los norteamericanos en sus guerras de intervención, y nada mejor que acusar a los ingenieros, doctores, maestros, alcaldes, líderes comunales, de ser una red de trabajo de la inteligencia enemiga; el problema es que una vez hecho el análisis, torpe y simplista por cierto, se transmite a las jefaturas y militancias y lo que debió ser un estudio más serio, más bien sociológico, del estado de guerra y la vinculación de las masas, se vuelve un foco de ataque repleto de fantasmas que, unido a la doctrina purista de esa organización, pudo provocar los resultados que hoy conocemos con más detalles.

Esto prueba que, en la jefatura de las FPL y particularmente en su máximo comandante, Salvador Sánchez Cerén, existía la convicción de que en el frente paracentral estaba en curso una vasta operación de infiltración de informantes ("redes enemigas") en la periferia y al interior mismo de ese frente. Tomando esto en cuenta, y asociándolo a la ya descrita obsesión que Mayo Sibrián comenzó a experimentar en relación al tema de la infiltración enemiga, no es muy aventurado imaginar que, en el momento de evaluar la situación del frente paracentral, la Comisión Política de las FPL, a la cual pertenecía Mayo Sibrián, llegara a la conclusión de que era imperativo enfrentar con la mayor firmeza el problema en cuestión.

Precisamente por esos mismos días, finales de 1984 y principios de 1985, había tenido lugar un incidente en el paracentral. Pablo Parada Andino, (comandante Goyo), jefe militar de ese frente por entonces, había detectado problemas de disciplina y moral en los combatientes del batallón "Ernesto Morales".

Habiendo nacido, crecido y formado como combatiente y mando en esa misma zona, Goyo conocía perfectamente la idiosincrasia de sus hombres. Sabía que la mayoría de ellos venían combatiendo en las guerrillas desde principios, mediados o finales de los años setenta, enmontañados y alejados de sus familias, y que en esas condiciones era comprensible que se dieran periodos de cansancio y desmoralización. Sobre todo porque a esas alturas ya era evidente que la guerra, en lugar de tener un desenlace rápido, como se había presupuestado en la ofensiva general guerrillera de 1981, se prolongaría indefinidamente.

En esas circunstancias, Goyo y sus jefes tomaron una decisión poco usual, o en todo caso heterodoxa en relación al manual o la doctrina de las FPL, que contemplaba el máximo rigor contra el relajamiento disciplinario o el ablandamiento de la moral combativa de sus militantes: reunió al batallón en cuestión, les explicó el problema y les dijo que embuzonaran las armas y que se tomaran todos un mes de licencia para descansar y estar con sus familias.

Goyo sabía que existía el riesgo de que algunos ya no regresaran, pero su cálculo mental fue el siguiente: "Los que regresen son los auténticos combatientes, y con ellos, aunque sean pocos, si será posible llevar adelante una guerra cada vez más dura y agotadora".

La historia demostraría después, trágicamente que, lo que para el comandante Goyo era el comprensible cansancio del combatiente, en última instancia un problema relacionado a los ciclos de ascenso y descenso del entusiasmo, propios de la condición humana en general, para Mayo Sibrián, Salvador Sánchez Cerén, y para la mayoría de los miembros de la máxima jefatura de las FPL, era un signo evidente del trabajo de infiltración enemiga. Todo lo descrito anteriormente, permite suponer que Mayo Sibrián regresó al frente paracentral con una misión específica de contrainteligencia: detectar y aniquilar "las redes enemigas" infiltradas.

http://www.centroamerica21.com/edicion83/pages.php?Id=530

miércoles, 5 de noviembre de 2008

¿Infiltrados? (II)

Universo Crítico

Geovani Galeas
Columnista de LA PRENSA GRÁFICA

A principios de 1985, Pablo Parada Andino, el comandante Goyo de las FPL, por entonces jefe militar del frente paracentral, detectó problemas de disciplina y moral en los combatientes del batallón guerrillero “Ernesto Morales”. Habiendo nacido, crecido y formado como combatiente y jefe en esa misma zona, Goyo conocía la idiosincrasia de sus hombres.

Sabía que la mayoría de ellos venía combatiendo desde principios, mediados o finales de los años setenta, enmontañados y alejados de sus familias, y que en esas condiciones era comprensible que se dieran periodos de cansancio y desmoralización. Sobre todo porque a esas alturas ya era evidente que la guerra, en lugar de tener un desenlace rápido, como se había presupuestado en la ofensiva insurgente de 1981, se prolongaría indefinidamente.

Entonces Goyo, junto a su equipo de mando, tomó una decisión poco usual en relación con la doctrina de las FPL, que contemplaba el máximo rigor contra el relajamiento disciplinario o el ablandamiento de la moral combativa: reunió a los efectivos del batallón, les explicó el problema, les dijo que embuzonaran las armas y que se tomaran todos un mes de licencia para descansar y estar con sus familias. Existía el riesgo de que algunos ya no regresaran, pero Goyo pensó lo siguiente: “Los que regresen son los realmente dispuestos a librar una guerra cada vez más dura y agotadora”.

La historia demostraría después, trágicamente, que lo que para Goyo era el comprensible cansancio del combatiente, un problema relacionado con los ciclos de ascenso y descenso del entusiasmo, propios de la condición humana, para la máxima jefatura de las FPL, encabezada por Salvador Sánchez Cerén, era un signo de infiltración enemiga.

En 1983, el ejército montó en los territorios del paracentral el programa Bienestar Para San Vicente, réplica de las operaciones de pacificación de áreas específicas realizadas por los norteamericanos en Vietnam. En el libro “Con la mirada en alto, historia de las FPL”, Sánchez Cerén explica que, si bien ese programa tenía un componente cívico, “eso se complementó con todo un trabajo de inteligencia (...) Como habíamos destruido el poder local del gobierno, tuvieron que construir una nueva forma de control, sobre la base de crear redes clandestinas de información que, una vez terminada la acción cívica, quedaban en contacto con la fuerza aérea y con la brigada”.

En 1986, Goyo fue asignado a otra misión y entregó el mando del paracentral al comandante Mayo Sibrián, miembro de la Comisión Política de las FPL, quien de inmediato implementó una operación de contrainteligencia para detectar y aniquilar las mencionadas “redes clandestinas” de infiltración enemiga. Cuatro años después, más de mil combatientes y colaboradores civiles de las FPL, acusados de trabajar para el enemigo, habían sido torturados y ejecutados por sus mismos jefes.

Hacia 1991, el otrora pujante frente paracentral había colapsado. Las ejecuciones masivas de jefes, combatientes y colaboradores civiles de las FPL habían provocado la deserción de lo que quedaba de la fuerza guerrillera, y también el éxodo y resentimiento de las familias de las víctimas. Fue hasta entonces que, ante la protesta de varios jefes intermedios, la máxima jefatura de las FPL ordenó el fusilamiento de Mayo Sibrián, colocándolo ante la historia como el único responsable de la matanza.

¿Pero Mayo Sibrián actuó en verdad por cuenta propia durante esos cuatro años de espanto, o solo dio cumplimiento a una orden emanada desde el mando supremo de las FPL? Esta es la interrogante que Berne Ayalá y yo hemos querido despejar en la investigación periodística que, dentro de un par de semanas, comenzará a circular como el primer libro de la Colección Partes de Guerra, de Centroamérica 21.

http://www.laprensagrafica.com/opinion/1170078.asp

martes, 4 de noviembre de 2008

Caída en un contacto clandestino

Frente Paracentral, informe de una matanza

"Mayo Sibrián" fue capturado en 1984, salió libre por un canje de prisioneros, relató a sus compañeros la crueldad con que había sido torturado, pero también su estupor por la cantidad de información que tenía el enemigo.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Comandante Mayo Sibrián, jefe máximo del frente paracentral

La primera estancia de "Mayo Sibrián" en el frente paracentral duró hasta principios de 1984, cuando le fue asignada otra misión en la ciudad capital.

Unos meses después, a las diez de la mañana del día 16 julio 1984, "Mayo Sibrián" caminaba por las cercanías del cine Jardín, en el municipio de Mejicanos, al norte de San Salvador. En dirección contraria, en la misma acera y a unos veinte metros, se aproximaba Arnoldo Bernal. Los dos hombres se vieron a la distancia y detuvieron la marcha simulando no conocerse. Ambos echaron una ojeada escrutadora al entorno. Se trataba del chequeo y contra chequeo típico de un contacto clandestino.

El rápido apreciado de la situación les indicó que no había problemas. El encuentro tenía por objetivo un cruce de informaciones sobre una operación, de considerable importancia, que ya estaba en curso en su fase preliminar: las FPL se tomarían de manera simultánea dieciséis emisoras radiales para difundir un comunicado rebelde. Una unidad guerrillera bajaría del volcán de San Salvador, al día siguiente, para apoyar esa acción. Concluida la misma, "Mayo Sibrián" partiría con dicha unidad rumbo a Chalatenango, pues su situación de seguridad en la capital se había complicado en las últimas semanas.

Los dos hombres decidieron realizar el contacto y continuaron caminando. Ninguno de ellos estaba armado. Repentinamente, cuando ya estaban a menos de cinco metros de distancia, un auto grande se detuvo junto a "Mayo Sibrián", y cuatro hombres fornidos descendieron y se le fueron encima a golpes.

Arnoldo Bernal se paró en seco, y supo de inmediato que él no estaba en el radar de los agresores. El cuadro era claro: alguien había delatado el contacto clandestino, o al menos el movimiento de "Mayo Sibrián" en esa zona y a esa hora precisa. Poco después hubo sospechas de un infiltrado en Chalatenango.

Arnoldo Bernal vio que su compañero comenzó a batirse a puñetazos y patadas como una fiera. Entonces, sin mucho pensarlo, corrió y se sumó a la pelea, pero otros cuatro hombres le cayeron repentinamente por detrás. Las fuerzas eran abrumadoramente desiguales y los dos guerrilleros fueron reducidos en pocos momentos. Luego los subieron en dos autos y se los llevaron esposados, encapuchados.

Arnoldo Bernal fue conducido de inmediato al cuartel general de la Policía Nacional, donde comenzaron a interrogarlo y torturarlo. A "Mayo Sibrián" lo llevaron al mismo lugar pero muchas horas después, ya en la noche. "Ya iba bastante maltratado, lo habían estado torturando brutalmente", recuerda Arnoldo Bernal. Ese tratamiento se prolongó durante más de dos meses, en los que tanto "Mayo Sibrián" como Arnoldo Bernal estuvieron en calidad de "desaparecidos" en las celdas de la Policía Nacional.

Poco antes de la caída de los dos guerrilleros, el ERP había herido y capturado a un capitán del ejército nacional, Napoleón Medina Garay, en un combate en san Juan Nuevo Edén, al norte del departamento de San Miguel. Ese capitán estaba acusado de haber perpetrado una masacre de civiles en 1981, en el cantón el Junquillo del departamento de Morazán. A pesar de ello, el ERP decidió canjear al militar y a otros oficiales igualmente capturados por la guerrilla, a cambio de la libertad de cuatro dirigentes rebeldes y de un salvoconducto para la salida, con la intermediación de la Cruz Roja Internacional, de un contingente de combatientes que se encontraban gravemente heridos en diferentes frentes de guerra.

El canje se concretó el 27 de septiembre de 1984, fecha en que los guerrilleros liberados y los heridos abordaron un avión que, luego de algunas escalas, llegó a Suecia. "Mayo Sibrián" estuvo muy poco tiempo en ese país, pues partió a Cuba a seguir un tratamiento clínico especial.

En La Habana, y después en Managua, "Mayo Sibrián" contó a muchos de sus compañeros la crueldad con la que había sido torturado, pero no solo eso. También expresaba su estupor ante la cantidad de información que tenía la policía sobre las estructuras clandestinas de la guerrilla: nombres, casas, rutas, redes, planes, en fin, información que sus interrogadores habían manejado ante él en fallidos intentos por sonsacarle lo que sabía, aseguraba. Y, claro, todo eso se corroboraba con el hecho de que él mismo hubiese sido delatado. La infiltración enemiga, por tanto, era un hecho y era muy grande. De eso no le cabía ninguna duda.

Por ese tiempo, y mientras estuvo en el exterior del país en recuperación, principalmente entre La Habana y Managua, "Mayo Sibrián" se aficionó a la lectura de libros y manuales relacionados con las técnicas de inteligencia y contrainteligencia. Algunos de los que conversaron con él en ese periodo recuerdan que, entre esos materiales de consulta, dos lo habían impresionado particularmente y los releía, citaba y recomendaba con frecuencia: "El documento Filipino", que era básicamente un recuento de cómo la CIA habría desarticulado la guerrilla Filipina a partir de un sofisticado proceso de infiltración de sus estructuras clandestinas. La otra fuente de consulta era, extrañamente, una novela de espionaje.

Se trata del best seller titulado "La clave está en Rebeca", de Ken Follet, una historia sobre las peripecias de las redes de espionaje durante la segunda guerra mundial. La particularidad argumental de ese libro consiste en que los protagonistas, poco a poco, van transformando sus misiones oficiales en obsesiones personales, y terminan desplegando sus actividades, entre las consabidas aventuras de amor y crimen, prácticamente en ese único plano.

http://www.centroamerica21.com/edicion82/pages.php?Id=511