viernes, 31 de octubre de 2008

Guerra de guerrillas; La Fiesta

A las cinco de la tarde comenzamos a escuchar los primeros silbadores, la señal inequívoca de que había fiesta. Los cohetes sonaban como disparos de pistola veintidós. Es el 24 de diciembre, hace frío y sólo estamos los cuatro en el charral, no hay más que grillos y un radio National Panasonic donde Timo y el Peche escuchan una canción de José Luis Perales que habla de un marinero y de la navidad, (con esa música es que la radio de los militares ha logrado unas cuantas deserciones de guerrilleros, a cambio de un plato de sopa caliente y unos supuestos mil colones por el fusil).

Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Está decidido: no vamos a salir esa noche, nuestra navidad será dormirnos temprano en el charral, enjutos y dentro de una montaña de vainas de frijol que son un placer, es lo mejor que nos ofrece la vida a esas alturas de la historia. Mañana será 25 y la guerra sigue. Lo mejor que nos puede pasar ese día es no morir.

Timo dice que hubiese sido mejor estar en la zona de los campamentos, al otro lado del río, donde está el viejo Cirilo, Mafalda y Orlando Carabina, los tres jefes del mando conjunto del frente occidental. Al menos allá habrá un poco de música y además está la mayoría de compañeros, y Vilmita, el amor de sus amores.

El Peche dice que cada vez que escucha esa canción le dan ganas de llorar, pero es mentira, sólo está bromeando, aunque la verdad es que sí le recuerda sus días en la BRAZ, las grandes unidades de entonces, cuando hacían fiestas en los pueblos controlados por la guerrilla y las muchachas se desvivían por los elegantes guerrilleros del ERP, cuando meneaban el esqueleto al compás de la música de los Torogoces de Morazán. Ahora no podemos ni controlar nuestras emociones. El pobre Peche le pone un calzón a un chirivisco y se enamora.

Amado es el más sereno de todos, está de pie, fumando un Delta, sin el equipo ni el fusil, mirando a través de los matojos las lucecitas de los candiles o de los focos de las casas que comienzan a asomar. Acaba de recordarle al Peche los días en que se levantaba a mitad de la noche, se metía en la champa de alguna guerrillera, le hacía el amor (eufemismo del sexo tigre en el que se rompe el calzón con la técnica del comando) mientras ella se hacía la dormida durante los cinco minutos que él desahogaba sus penas. Por eso es que siempre pedía hojas de afeitar, aunque no le salía ni un pelo en la barba.

El Peche no pierde tiempo y le recuerda su manía de bañarse desnudo frente a las cipotas del campamento, no sin antes hacerse un masaje en el arma, así, mientras ellas lo ven, con o sin disimulo, piensen que lo tiene más grande que lo normal.

Cada quién es dueño de su mañas. Pero Amado es de alguna manera maldito. Recuerdo la ocasión que una unidad grande de guerrilleros se conducía al caserío Las Cañas para recoger abastecimiento, él iba adelante cuando vio apostados a unos soldados de una sección RECONDO que estaba emboscada, los detectó pero no se lo dijo a nadie ni se detuvo, siguió andando de lo más normal, porque uno o dos compañeros atrás de él iba alguien que no era de su agrado.

Puta, maestro, se peló, le digo yo. Quería ver cómo respondía ese cabroncito cuando sonaran los vergazos, me dijo. Llegó tan cerca de los soldados que se pusieron tan nerviosos y al momento de los disparos no pudieron acertar, pero le rompieron su boina negra y le dejaron un pequeño surco blanco en la cabeza, donde pasó la bala quitándole un puño de pelo.

Yo hablo poco pero me estoy mordiendo la respiración por dentro. Extraño tantas cosas que no sé cuáles son y tengo ganas de salir corriendo. Para entonces todavía no me había olvidado de una novia que dejé en el pueblo de mis abuelos, es un recuerdo tonto, porque estaba seguro que jamás la volvería a ver. Un guerrillero a esas alturas de la vida no es un héroe, menos un Robin Hood, es una pequeña mancha que se esconde entre los montes, tan insignificante que aunque haya muerto nadie lo sabrá, ni él mismo.

Un par de días antes estuve a punto de que me mataran bien galán y sin posibilidad de disparar un solo tiro. Timo y el Peche habían salido de civil a dar una ronda por el caserío Las Flores, nos quedamos Amado y yo, con cuatro mochilas, cuatro fusiles, cuatro equipos con munición, cuatro bolsos y no sé que más.

Ahí estábamos cuando un colaborador nos aviso que en nuestra dirección iban los soldados. Al ver entre las ramas vimos que era una gran cantidad de tropa. Amado se apostó y yo me tercié los tres fusiles restantes, incluyendo un maldito G-3 que andaba el Peche, me puse los tres equipos con munición y las tres mochilas, no sé cómo me pude levantar del suelo.

La idea era llevar esas cosas hasta donde los compañeros o esconderlas para no perderlas a la hora que nos reventaran a cuetazo limpio. Bajé por una veredita con aquellos bultos que no me dejaban ver bien, entonces escuché el ruido de los solados.

Ya me había metido en una zacatalera y cuando el viento movió las espigas los vi a unos cuatro o cinco metros. Me quedé quieto, y helado, no podía hacer ningún movimiento, ni podía tirar la carga pues la misión era salvar las armas, desde ahí comencé a regresar al lugar de origen con aquel montón de babosadas en el lomo, caminando como cangrejo, medio encorvado mirando las espaldas de aquella pacotilla de enemigos, hasta que topé con Amado.

Por una de esas casualidades los soldados se desviaron a pocos metros de donde estábamos, si yo hubiese bajado un minuto antes me hubieran jodido, y no es que me hubieran matado, con lo enredado que iba con los chirigotes, me hubieran capturado vivo. Tres horas después había envejecido unos cinco años.

De eso me estaba acordando, de la manera fea que moríamos en esos días, cuando comenzamos a escuchar los tambores de la música en varias direcciones. En el Amatillo y La Laguneta, donde había energía eléctrica, con seguridad habría alguna fiesta. No seamos pendejos, vamos a bailar, dijo Amado. La mirada de interrogación que le entregué fue suficiente para que me explicara: Enterremos los fusiles, nos llevamos las granadas y las dos armas cortas, dijo.

Los ojos del Peche comenzaron a brillar como luciérnagas y Timo se puso de pie, le dio volumen al radio y comenzó a bailar un sobaqueado supernatural. Estaba claro: yo era el emplazado, el más cuadrado de todos. Hay cosas que no las pueden explicar los manuales ni las ceremonias insustanciales de los comisarios políticos, porque hay días que el hombre animal quiere vivir aunque en ello se le vaya la vida.

Me puse de pie y abrí la mochila, recuerdo que para entonces tenía una camisa a cuadros de color azul, como de vaquero, sin decir nada, la saque y después de quitarme la guerrera verde olivo, me la puse. Los compañeros hicieron lo mismo pues todos teníamos una camisa de color para los momentos en los que nos infiltrábamos en la población, pero Amado y yo no teníamos pantalón de color, sólo verdes olivo de macártur. A esas alturas el Peche se había quitado las ataderas y se había bajado las mangas de los pantalones.

Amado y Timo se llevaron las armas cortas y el Peche y yo nos metimos una granada de cantarito en cada uno en las bolsas laterales de nuestros pantalones comandos.

No había oscurecido cuando comenzamos a salir del monte. Nos fuimos por la calle de la hacienda Los Apoyos, de ahí avanzamos un par de kilómetros y llegamos a un pequeño caserío llamado La Laguneta, era el más grande de las planicies que lindaban con el río Lempa, donde se encontraba nuestra zona de movimientos.

La fiesta era en la escuela y había mucha gente. Nos acercamos, hicimos un reconocimiento desde la oscuridad para cerciorarnos de que no hubiera soldados en la zona. Todo estaba en orden.

La música que se escuchaba mucho en el campo era la de Aniceto Molina, Alma Tuneca, Fiebre Amarilla, Los Sepultureros, y otras. Es fácil comprender que nuestro aspecto no iba a pasar desapercibido pues llevábamos botas, dos de nosotros al menos, pantalones militares y los cuatro una cara de bandoleros con la que no podíamos.

Entramos casi en cámara lenta, como si fuésemos Los Magníficos, fuimos de dos en dos a los extremos de la pista y quince minutos después ya estaba batiéndome a patada voladora en el centro de la pista. La gente se había apartado para hacer una rueda pues había un efecto simpático en una de mis piernas cuando zigzagueaba, el bulto de la granada que me pegaba en la rodilla, si el seguro de la espoleta hubiera andado desdoblado, no hubiera quedado mucho de mi, ni de la muchacha que bailaba conmigo.

Minutos después estábamos bailando los cuatro, sudados y olvidados que éramos unos fugitivos, enemigos del gobierno, ilegales y que en caso de problemas no había más salida que el portón principal que daba a la calle.

En uno de los descansos conversamos con alguna de la gente, y con las muchachas que bailaban con nosotros. No les costó mucho darse cuenta que no éramos del lugar y que teníamos algo sospechoso en el olor. No perdimos el tiempo y les dijimos que éramos soldados del batallón Pipil de la Segunda Brigada de Infantería y que habíamos decidido pasar la navidad en la zona.

Las muchachas y sus amigos se sorprendieron de que hubiésemos dejado la ciudad de Santa Ana, según el cuento, para ir y pasar la nochebuena con ellos. De inmediato nos consideraron sus invitados especiales y la cosa se puso caliente cuando la muchacha con la que bailaba el Peche lo miraba con una sonrisa picara en el momento que Alma Tuneca cantaba, Cuál foco, cuál foco, si esta noche no traje el foco, y el guerrillero que se topaba a la trinchera como en los viejos tiempos.

Y yo que me pongo eléctrico con una bailada que sólo a un desquiciado se le podía ocurrir cuando pusieron Al Compás de Reloj de Bill Haley y sus Cometas, y la granada que casi se me salía de la bolsa del pantalón. Fui el único que se quedó bailando pues los compañeros se fueron a descansar por ahí en lo oscurito, a calentar la mano y el aliento con las muchachas.

Fue entonces que imaginé a esas niñas de vestidos boludos de color pastel, colitas y caritas de rock and roll, y los muchachos de chamarras de cuero negro, y cerré los ojos y comencé bajar moviendo las rodillas hacia los lados, sacudiendo las manos. Cuando me había ido de ahí bien lejos, pero tan lejos, donde no había guerra ni ninguna de sus miserias, sentí la mano en el hombro y la voz de Timo: Los soldados, dijo y Bill Haley soltó la guitarra y al abrir los ojos escuché el último tamborazo de la banda.

No tuve tiempo de hacer una despedida decorosa con la muchacha que bailaba conmigo, pero sonreí con caballerosidad antes de salir, al Peche le fue peor pues ya casi se endamaba. Amado estaba en la entrada del portón, sereno, con el cuete cargado medio encubierto en los pantalones y la camisa.

Una de las niñas nos había avisado por casualidad, cuando Amado bebía una Cocacola ella le dijo: Hay vienen sus compañeros. Al asomar observó la primera patrulla por una tienda. Ahí estaban cuando nos juntamos.

Caminamos despacio, sin dar a entender nada, con las voces de las muchachas atrás de nosotros, un tanto extrañadas de que nos fuéramos tan pronto. Amado, como siempre, tranquilo, diciendo que no fuéramos a correr que esa mierda le caía mal. Que al llegar al siguiente cerco nos saliéramos de la calle, al pasar por la entrada de una casita vimos un grupo de soldados y nosotros con aquellas pistolitas y las dos granadas estábamos fritos.

Sentí que me comenzó a picar la planta de los pies cuando debimos pasar en medio de un grupo de soldados que estaban en dos casas distintas divididos sólo por la calle angosta del caserío. Las granadas iban sin seguro, y las pistolas con tiro en recámara.

Pasaban las doce de la noche y entre los alborotos de los cuetes de los cipotes y los saludos de la gente y el hambre que sin duda andaban los soldados, logramos salir "patitas pa que te quiero".

Dos horas después estábamos de nuevo en el charral, sacando los tendidos de las mochilas y las cobijas. Con el sudor en la frente nos enterramos en la parva de vainas de frijol, donde acostumbrábamos a dormir en el verano y nos olvidamos que era nochebuena.

Ese era el ritmo de la vida de los cuatro gatos locos. Nos movimos de aquella manera unos cuantos meses más, hasta que hubo un cambio de planes. Luego salí herido en una misión de exploración, cuando andábamos con un grupo de compas del ERP, donde andaba el viejo Pipo.

Meses después de salir del hospital, aún sin estar nada bien del brazo, me asignaron otro grupo de guerrilleros, esta vez andaba conmigo Pablo, Carlos, Francisco y otro compañero cuyo nombre se me escapa. Eran unos verdaderos bandidos, pero nos la pasamos bien un largo rato.

Carlos y Francisco terminaron por desertarse, Pablo salió de permiso y no volvió, hoy vive en Suecia. Timo también salió de permiso y no volvió, sigue viviendo con Vilmita en Soyapango, y los padres de ella, veteranos de la guerrilla también, siguen en el mismo rancho del caserío Los Alas del cantón Las Minas, Chalatenango.

El Peche también está vivo, nunca volví a verlo. Amado es hoy el siempre elegante y sereno guerrero, oficial de policía con el grado de clase en la Unidad de Protección a Personalidades Importantes.

Muchos murieron en esa aventura, yo debí salir a Cuba para que me repararan el brazo, luego volví a la guerra en 1988, a seguir comiendo la platada, el resto de la historia, o parte al menos está en un libro que se llama Al Tope y más allá.

Posdata: he omitido hasta donde pude las balas pues creía más interesante recordar a esos guerrilleros, amigos y hermanos, en las cosas menudas de la vida, no necesito probar que Amado, el Peche, Timo, Pablito, Ramón, Harry el Sucio, y tantos otros, fueron hombres valientes y que de alguna manera les debo la vida y lo que soy.

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martes, 28 de octubre de 2008

Las FPL y Mayo Sibrián

Los militantes de las FPL veían en Cayetano Carpio y los demás fundadores los impolutos guardianes de la moral proletaria, dispuestos a combatir, con odio implacable, no solo al enemigo de clase sino también las desviaciones pequeñoburguesas dentro de la misma organización.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

El primero de abril de 1970, no más de doce hombres se reunieron en secreto, en algún lugar de San Salvador, para fundar la que con el correr de los años llegaría a ser la guerrilla salvadoreña más grande y poderosa, pero también la más dogmática y sectaria: las Fuerzas Populares de Liberación, FPL.

Por esas mismas fechas, un grupo de jóvenes universitarios, formados en su mayoría en la corriente social cristiana, ya se había lanzado a la lucha armada clandestina, formando el núcleo inicial de lo que luego se convertiría en el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP

Los fundadores de las FPL provenían de otra tradición ideológica. El 30 de marzo, apenas un día antes de su cónclave clandestino, habían renunciado a su militancia en el Partido Comunista, del cual uno de ellos, Salvador Cayetano Carpio, había sido el Secretario General en los últimos seis años.

Carpio, un panadero de cincuenta años de edad por entonces, se había enrolado en las luchas sindicales desde 1943, y por ello había sido perseguido y encarcelado en varias ocasiones. A finales de los años cuarenta se integró al partido comunista; en 1953 cayó preso de nuevo y fue torturado por la policía. Cuando salió de la cárcel, después de veintiún días de mantenerse en huelga de hambre, sus camaradas lo enviaron a Moscú para que realizara estudios de marxismo-leninismo en la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Después de cuatro años concluyó su preparación, y luego de una estancia de tres meses en la China maoísta regresó a El Salvador, en 1957. Siete años después, en 1964, fue elegido Secretario General del Partido Comunista. Carpio no solo era un obrero él mismo sino que también era profundamente obrerista. Todo su pensamiento y su actividad tenían por base la afirmación marxista de que la clase obrera es la fuerza motriz de la revolución y es, además, depositaria natural de los más altos valores humanos.

Su radicalismo ideológico, en ese punto, generaba un permanente conflicto con los dirigentes comunistas provenientes de la clase media y aun de estratos económicos altos, intelectuales en su mayoría.

Al asumir la dirección del Partido Comunista, Carpio se concentró en el trabajo de organización obrera, inyectando en los sindicatos un elevado nivel de combatividad que culminó, hacia finales de los años sesenta, con intensas jornadas de protestas y huelgas. El panadero estuvo personalmente al frente de esas luchas, mostrando una tenacidad extraordinaria y un temple combativo expresado en su capacidad de resistencia ante la persecución, la cárcel y la tortura. Su gesta comenzaba a ser legendaria en los círculos de la izquierda salvadoreña.

El plan de Carpio consistía en desatar la violencia insurreccional de las masas. Pero esa voluntad, al menos según su propia percepción, se enfrentaba a la oposición de un bloque de derecha enquistado en la dirigencia comunista, y cuyo dirigente más representativo era Schafik Handal. Ese bloque se inclinaba hacia las formas legales de la lucha política, principalmente hacia la construcción de alianzas electorales con sectores que Carpio consideraba pequeñoburgueses.

Desatada la pugna ideológica entre esas dos corrientes, las posiciones de Carpio fueron finalmente derrotadas en los órganos de dirección partidaria. Aislados, Carpio y sus seguidores más cercanos optaron por la renuncia y por el compromiso de fundar una nueva organización cuyo principal esfuerzo, en esa fase inicial, se centraría en el aspecto militar.

Carpio y sus compañeros se clandestinizaron y a los pocos días comenzaron a ejecutar sus primeras acciones, que básicamente consistieron en asaltar a policías y vigilantes nocturnos para quitarles las pistolas. En los medios obreros, donde eran muy conocidos, comenzaron a preguntar por ellos, y pronto comenzó a rumorearse de que estaban formando una guerrilla. Al parecer no eran pocos los que querían sumarse a ese nuevo esfuerzo, pero ello implicaba una grave amenaza de desprendimientos dentro del Partido Comunista.

Para conjurar ese riesgo, la dirigencia comunista comenzó a propalar una especie, según la cual quienes habían abandonado el partido eran provocadores al servicio del enemigo, y concretamente eran instrumentos de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, según lo denunciaría después en varios escritos el propio Carpio.

Esa acusación, o más bien la tendencia a considerar como traición todo desacuerdo político, habría de marcar el aspecto más negativo de la izquierda salvadoreña en su conjunto, y sería la base directa de al menos tres de los hechos más dramáticos que marcan su historia: el asesinato de Roque Dalton en 1975, por parte del ERP; el asesinato de la comandante "Ana María" (segunda al mando de las FPL), ejecutada en 1983 mediante más de ochenta puñaladas por órdenes del mismo Carpio, según la posición oficial de esa misma organización; y la sanguinaria purga masiva realizada en el frente paracentral entre 1986 y 1989 por las FPL.

En una entrevista concedida al Servicio Informativo Ecuménico Popular, SIEP, en julio de 2008, Eduardo Santacruz, un antiguo militante que actualmente es miembro del tribunal de ética del FMLN, relata un detalle sumamente interesante relativo a la ruptura de Carpio con el Partido Comunista.

Santacruz había realizado un viaje a la ex Unión Soviética en esa época. A su regreso a San Salvador se entrevistó en una reunión privada con Carpio, quién le explicó las razones por las que renunciaría al partido, y lo invitó a que lo acompañara a fundar otra organización. Santa Cruz no aceptó, y dice:

-El 30 de marzo (de 1970) Carpio presenta su renuncia, y es aceptada. Entonces él devolvió bienes, entregó documentos y se le facilitaron fondos por algún tiempo, se le facilito vehículo y chofer, que era "Mayo Sibrián", que era el chofer de Carpio.

No es difícil deducir entonces que, muy probablemente, "Mayo Sibrián" fue uno de los fundadores de las FPL; es decir, miembro del primer y casi mítico Comando Central, el máximo organismo de dirección de esa naciente organización.

Contra las "desviaciones pequeñoburguesas" del ERP y otros grupos insurgentes, las FPL se autodefinía como garante exclusiva de los genuinos intereses proletarios, y por lo mismo como la vanguardia indiscutible del movimiento revolucionario salvadoreño. Su estrategia político-militar, definida como Guerra Popular Prolongada, GPP, partía de una certeza: luego de que el movimiento revolucionario derrotara al enemigo local (la oligarquía terrateniente y el ejército), tendría que enfrentar inevitablemente una invasión del imperialismo norteamericano.

Por ello era preciso preparar al pueblo para una larga y sangrienta guerra ("una revolución antioligárquica, anticapitalista y antiimperialista"), mediante la combinación de todas las formas y los medios de lucha, con un principio orientador básico: avanzar siempre bajo la guía del marxismo-leninismo que, se decía en sus documentos, por ser un pensamiento científico era inimpugnable.

Había también otro principio básico: el odio incesante, implacable y consciente al enemigo. Ese odio se expresaba con toda claridad en las dos consignas históricas de las FPL: "Porque el color de la sangre jamás se olvida, los masacrados serán vengados", "No negociaremos jamás sobre la sangre de nuestros muertos".

En sus primeros tres años de existencia, las FPL en su conjunto eran una extensión refleja de las virtudes y de los defectos personales de su fundador y máximo dirigente, Cayetano Carpio. Sus combatientes eran tenaces, severos, abnegados hasta el sacrificio extremo, dogmáticos y sectarios. Todos, independientemente de su origen de clase, habían pasado por un duro proceso de proletarización en su pensamiento y en su estilo de vida.

Dirigentes y militantes vivían con suma austeridad en los mesones más baratos de los barrios pobres, como si de aquellos primeros cristianos de las catacumbas se tratara, y como aquellos mismos practicaban un estricto ritual disciplinario que, en lugar de Dios, tenía por centro el ideal proletario, cuya viva encarnación era Cayetano Carpio.

En 1973, un comando de las FPL, en el que participaban directamente los fundadores y el mismo Carpio, realizó una arriesgada operación que consistió en el asalto, toma y destrucción del Consejo Central de Elecciones. En el refuego, uno de los guerrilleros del equipo de choque cayó herido ya en el interior del edificio, que para ese momento era devorado por las llamas. Sus compañeros lo creyeron muerto y se retiraron del lugar. El hombre, sin embargo, se arrastro entre el fuego y pudo salir de la zona, aunque quedó lisiado en una silla de ruedas durante un buen tiempo. Ese combatiente era "Mayo" Sibrián", y ese episodio pasó a formar parte de la "gesta gloriosa" de las FPL.

Con todo, el marxismo que Carpio había estudiado en Moscú, en los años cincuenta, era una doctrina simplificada y bastante superficial, condensada en aquellos tristemente célebres manuales hechos a la medida de la pequeña estatura intelectual de José Stalin. Por otra parte, la pureza ideológica propugnada por Carpio había hecho posible la mística combativa de los primeros dirigentes de las FPL, pero dogmatizaba y sectarizaba a la organización.

En ese contexto, los militantes de las FPL veían en Carpio y los demás fundadores a los impolutos modelos y guardianes de la moral proletaria, dispuestos a combatir en todo momento y hasta la muerte, con odio implacable, no solo al enemigo de clase sino también las desviaciones pequeñoburguesas que pudieran germinar dentro de la misma organización.

No fue casual entonces que, en 1983, según la versión oficial de las FPL, Carpio considerara una infiltrada a su segunda al mando, comandante Ana María, y le ordenara al jefe de seguridad interna de las FPL, comandante Marcelo, que la ejecutara. La orden fue cumplida en Managua mediante más de ochenta puñaladas... ¿de qué otra manera merece morir un traidor?, habrán pensado los ejecutores.

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Víctimas del terrorismo en Argentina

Desde hace 3 años, el 5 de octubre varias organizaciones de Derechos Humanos conmemoran el Día Nacional de las Víctimas del Terrorismo, en Argentina. En 1975 ese mismo día los montoneros secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas, ese era solo uno de los miles de atentados que provocaron víctimas, que a la fecha no han sido reconocidas ni por el Estado argentino ni por la historia.

Desde hace 3 años, el 5 de octubre varias organizaciones de Derechos Humanos conmemoran el Día Nacional de las Víctimas del Terrorismo, en Argentina. En 1975 ese mismo día los montoneros secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas, ese era solo uno de los miles de atentados que provocaron víctimas, que a la fecha no han sido reconocidas ni por el Estado argentino ni por la historia.

Herard Von Santos
redaccion@centroamerica21.com

El Estado argentino empezó a reconocer y a reivindicar a las víctimas con el advenimiento de la democracia en el año 1983. El Presidente Raúl Alfonsín dictó dos decretos, uno por el cual ordenaba el juzgamiento de las juntas militares que habían gobernado de facto desde el 24 de marzo de 1976 y otro decreto por el cual ordenaba lo mismo en el otro bando, es decir la persecución de los cabecillas y combatientes de las organizaciones subversivas.

Como resultado las juntas militares fueron juzgadas y condenadas, las víctimas de los actos terroristas ejecutados por los Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo siguen esperando justicia. Victoria Villarruel, abogada argentina, abanderada de la lucha por la reivindicación de los que sufrieron el terrorismo señala que "hay doble moral a la hora de juzgar a los criminales de uno y otro bando".

En el limbo legal

Victoria dice no encontrar la diferencia entre el asesinato de Juan Eduardo Barrios, un niño de 3 años fallecido en un atentado a una sucursal bancaria mientras acompañaba a su madre a pagar un recibo y cualquiera de los casos de violencia ejercida por las juntas militares que han sido llevados a la justicia.

"El Estado le ha otorgado el goce de los derechos humanos, únicamente a aquellos que fueron miembros de organizaciones terroristas que sufrieron o pudieron haber sufrido violaciones a sus derechos humanos, entonces el gobierno les ha otorgado indemnizaciones, posibilidad de juzgar a los agentes del estado (militares y policías) que los detuvieron, además de una serie de homenajes en su honor. Por el contrario, el Estado ha ignorado a las victimas de estos ‘revolucionarios iluminados' que integraban las organizaciones terroristas, personas que eran realmente inocentes, es decir al civil que iba caminando por la calle y lo volaron de un tiro, a esa persona, el Estado no le reconoce nada".

El limbo legal en que se encuentran estas víctimas, Villarruel lo resume con un hecho de la realidad argentina actual, según la abogada, el procurador de la nación, Esteban Righi, ha girado orden a las sedes fiscales de toda Argentina de que ignoren los pedidos de juzgamiento de los subversivos, "que no se debe, bajo ningún concepto, ser declarados como delitos de lesa humanidad, los actos cometidos por las organizaciones subversivas; volviendo de esta manera, casi imposible poder juzgar a estas personas." Villaruel es todavía más específica y señala que "si uno reabre una causa judicial de aquellos años o inicia una nueva, le dicen que el acto está prescrito por no ser delito de lesa humanidad y eso es por una orden que emana del propio Estado". Esta irregularidad es atribuida por Victoria a los antecedentes del procurador Righi, quien en 1973, durante el gobierno democrático de Héctor José Campora, promovió y firmó una amnistía general para los subversivos que se encontraban presos. Después de esta liberación la violencia alcanzó niveles extremos de crueldad.

La organización que dirige Victoria Villarruel, el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), tiene documentados los casos de más de 6,000 argentinos, la mayoría de ellos asesinados antes de la dictadura militar, "víctimas de una revolución que clamaba por la vida y las libertades sociales, pero que arrebató sin lástima alguna, la vida y la libertad de quienes se cruzaron en su camino". Muchas de las atrocidades cometidas por los subversivos fueron torturas y asesinatos de secuestrados en las ‘cárceles del pueblo'. Victoria señala que, desde la dictadura cubana, no se tenía un ejemplo tan claro del interés del Estado por escribir la historia y borrar a sus mártires.

La gestión internacional

En esta lucha cuesta arriba, Celtyv como asociación no gubernamental ha buscado a sus pares en América Latina, es decir aquellas asociaciones de víctimas del accionar terrorista, civiles o no combatientes, así encontraron una asociación en Uruguay, otra en Chile, en Colombia, y otra en Perú que han formado una federación de hecho, es la Federación Latinoamericana de Víctimas del Terrorismo. Victoria ha ido al extranjero, a varios lugares difundiendo lo que ha pasado en América Latina, ha estado en el Vaticano, con el ex-presidente español, José María Aznar, en el Comité Internacional de la Cruz Roja, en el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU. Su próximo paso obviamente, es continuar con las causas que ya están abiertas en Argentina y de esta manera quedar habilitados para la instancia internacional, es decir para continuar con el trámite en la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

La respuesta que han encontrado en el escenario internacional les hace abrigar esperanzas de que no todo está perdido. Una víctima del terrorismo es inocente de por sí, y eso en el resto del mundo se comprende perfectamente, el problema es que en países como Argentina todo esta muy politizado, muchos miembros de estas organizaciones armadas son funcionarios públicos y hay un interés muy concreto por parte del Estado de ignorar estos reclamos pero en el resto del mundo eso no pasa.

Victoria nos sigue comentando "nosotros hablamos con nuestros pares de España, es decir con las víctimas de la ETA y ellos comprenden perfectamente nuestra situación y de hecho hemos realizado en Argentina un evento, el 22 de abril de 2008, en el Hotel Sheraton de Buenos Aires, en el cual invitamos a una víctima de la ETA a que cuente su experiencia junto con víctimas de Argentina para demostrar que las experiencias son las mismas, no importa que haya sido en España o que sea en Argentina, el terrorismo obra de la misma manera, sobre todo el terrorismo de corte marxista".

Victoria no entiende como su gobierno apoya las marchas encabezadas por Ingrid Betancourt, mientras elude condenar claramente a las FARC. Mientras el Estado argentino presume de vanguardia en la lucha contra la impunidad ante la ONU, las víctimas del terrorismo se encuentran en situación de total violación a sus Derechos Humanos.

http://www.centroamerica21.com/edicion81/pages.php?Id=498

martes, 21 de octubre de 2008

Frente Paracentral, informe de una matanza

Pedro Café: "Por acción u omisión todos fuimos cómplices"

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Pero es al mismo tiempo un hombre seco, parco, que parece simular confusión en sus recuerdos cuando se trata de la matanza de sus compañeros. Y no es porque no quiera hablar de ello, es porque en su alma anida un dolor ahogado en todos estos años de silencio, un grito pausado que se agazapa en su pecho, como esperando el momento de salir, un grito de rabia y de vergüenza. Cuando finalmente decide hablar del tema reflexiona tan crudamente que es imposible no creerle. Una de sus primeras reflexiones compartidas con nosotros es contundente:

-Por acción u omisión, todos los que estuvimos en el paracentral somos cómplices. Yo me siento culpable porque no dije ni pío. Los asesinados eran gente buena, gente que se entregó de lleno a la revolución, dio lo mejor de su vida y no les importaba haber muerto combatiendo frente al enemigo. Pero no se imaginaron morir a manos de sus mismos compañeros, acusados en esa forma, pues el sentido común dice que al menos había que darles el beneficio de la duda. Porque alguno o algunos puede que hayan sido infiltrados, pero no esa cantidad. Es que si todos los asesinados hubieran sido infiltrados, en una sola noche le hubieran dado vuelta al frente.

"Pedro" es licenciado en filosofía y veterano de dos guerras: la sandinista y la salvadoreña. Peleó en ambas como oficial de sanidad. Aunque ese término suene suave o hasta contradictorio, lo cierto es que estuvo en ataques en plena línea de fuego con fuerzas especiales y unidades regulares de élite, en emboscadas, golpes de mano y maniobras de campo abierto. En él se juntan dos cualidades: las del curandero y la del guerrero.

Vivió sus años de infancia y juventud en las barriadas del norte de San Salvador, y como muchos de los jóvenes setenteros, como él mismo lo señala, pasó de un existencialismo difuso a una vida con los ojos puestos en la revolución. En la búsqueda de sí mismo y del sentido de la vida, como solía decirse por entonces, un día decidió echarse a la carretera y comenzar un viaje de mochilero que lo llevó por varios países. Cuando entre 1978 y 1979 estalló la insurrección popular contra la dictadura somocista en Nicaragua, "Pedro" estaba allí, por casualidad, y no vaciló en sumarse a la rebelión.

Después del triunfo se integró al Ejército Sandinista, en el cual ganó el grado de teniente combatiendo en las montañas a las fuerzas contrarrevolucionarias. Ahí también se especializó en técnica odontológica. A mediado de los años ochenta entró en contacto con miembros de las FPL que estaban destacados en Managua, y a principios de 1987 aceptó la propuesta de venir a combatir a El Salvador.

Ingresó a las zonas guerrilleras por el frente occidental, por el lado de Metapán, y ya desde ahí comenzó a sentir el asedio de los ataques aéreos y artilleros. Semanas después caminó hasta Chalatenango. Ahí el comandante "Leonel González" le dio las instrucciones precisas de la misión que iría a cumplir al frente paracentral.

Al salir de Chalatenango pasó por la zona guerrillera de Radiola, y fue ahí donde comenzó a escuchar el nombre de "Mayo" Sibrián", asociado a vagas historias de "serios problemas de infiltración enemiga". También ahí conoció a un joven radista con el que trabó amistad, y que también estaba en ruta hacia el paracentral, al que finalmente entraron, en el mes de octubre, por Cerros de San Pedro hasta llegar a la zona de Gavidia.

Cuando él y su compañero se presentaron ante el comandante del frente, se encontró con un hombre no muy alto y de mirada esquiva al que ya conocía, pues era el mismo que un tiempo atrás le había dado un seminario político en Managua. El saludo entre ambos fue frío y parco. Un par de meses después, "Pedro" envió una carta a su amigo radista, que había sido enviado a otra subzona. En la carta le contaba que estaba alfabetizando y trabajando en el hospital, "un jardín rodeado de hermosas flores", decía en alusión a las compañeras que ahí se desempeñaban. No recibió respuesta y pasó un tiempo en el que no volvió a ver a su amigo.

-Pero en un viaje que hicimos para traer abastecimientos, me lo encontré y lo noté muy cambiado, muy evasivo, ya no era el mismo. Al correr de los días, allá por diciembre, vinieron unas fuerzas de Chalatenango y se rompieron muchos esquemas que había en la tropa del paracentral, incluso se hizo una fiesta en el campamento. Los de Chalate pusieron un casete de los Credence, y los del paracentral estaban todos asombrados por ese tipo de música. Ninguna compañera quería bailar una música tan rara. Entonces, para romper el hielo, comencé a bailar solo, haciendo pasos medio psicodélicos, y los de Chalate se sumaron al deschongue.

El comandante "Mayo Sibrián" lo mandó a llamar al siguiente día:

-Lo primero que hizo fue mostrarme la cartita que yo le había enviado a mi amigo. ¿Qué significa esto?, me dijo bien serio. Le expliqué que ese mensaje era simplemente un gesto de cortesía y de amistad hacia un compañero, y agregué que ambos éramos solteros y que por eso había escrito los de las flores hermosas. No es correcto escribir esas cosas, me dijo, y me reclamó lo de la fiesta: Ni esa música ni esa manera de bailar son de un revolucionario; usted también anda hablando cosas que vio en otros países, y tampoco eso está bien, a la tropa no le ande contando babosadas. Usted tiene pensamiento pequeñoburgués, por lo tanto ya no puede seguir alfabetizando a los compañeros, porque los puede influir con esa mentalidad pequeño burguesa, me dijo.

Y continúa:

-Ahí mismo me degradó, me quitó la condición de militante del partido que me habían dado en Managua. Entonces pasé como seis meses sin fusil, porque "Mayo" me dijo cara a cara que tenía que ganarme la militancia, el fusil y la categoría de combatiente. Esos seis meses me los pasé como sancionado prácticamente, moliendo maíz y acarreando todas las noches los abastos, cargando bultos por esos cerros y sin fusil.

"Pedro" da un salto de memoria y de pronto evoca a un compañero por el que llegó a sentir afecto y admiración:

-Nunca supe su nombre legal, solo le decíamos "el Maestro". Era universitario y jefe de taller de explosivos. Una persona muy especial por sus conocimientos, su talento técnico y su generosidad. A él lo ejecutaron en Cerros de San Pedro". Se trata, evidentemente, del mismo muchacho de apellido Roque del que ya con anterioridad no habló "Goyo".

-El jefe de Cerros de San Pedro era "Carlos", y a él mismo le mataron después a la mujer y a dos hermanas de ella-, continúa "Pedro"-, yo no sé, no les puedo decir en verdad cuántos fueron los muertos, pero con uno que haya sido matado de esa forma como lo hacían... A una compañera llamada "Pasita" incluso llegaron a meterle un tizón prendido en la vagina. A otros les reventaron la cabeza con grandes piedras los mismos compañeros. Eso no es de revolucionarios... Si nosotros nos metimos a esta mierda precisamente por combatir esos métodos.

"Pedro" no vio, pero le contaron otros compañeros, la ejecución en masa de los miembros de un pelotón de veteranos. Por el mismo motivo de la sospecha fueron colgados de las piernas en los árboles. Los ejecutores les comenzaron a pegar garrotazos en las cabezas, cumplieron la rutina en varias rondas. En cada ronda iban muriendo algunos, con la masa gris a flor de piel, otros fueron desangrándose y muriendo en la ronda siguiente, hasta que no quedo ninguno con vida.

"Pedro Café" fue sanitario de la guerrilla. Usa lentes redondos y cabello largo recogido en una coleta. Es muy expresivo cuando relata la guerra. Puede subir a una banca, tirarse al suelo, dar vueltas, simular un avance nocturno en posición vietnamita o la picadura de una serpiente. Es un histrión completo cuando quiere contar una aventura de guerra o de amor.

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lunes, 20 de octubre de 2008

Guerra de guerrillas

La Fiesta

A las cinco de la tarde comenzamos a escuchar los primeros silbadores, la señal inequívoca de que había fiesta. Los cohetes sonaban como disparos de pistola veintidós. Es el 24 de diciembre, hace frío y sólo estamos los cuatro en el charral, no hay más que grillos y un radio National Panasonic donde Timo y el Peche escuchan una canción de José Luis Perales que habla de un marinero y de la navidad, (con esa música es que la radio de los militares ha logrado unas cuantas deserciones de guerrilleros, a cambio de un plato de sopa caliente y unos supuestos mil colones por el fusil).

Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Está decidido: no vamos a salir esa noche, nuestra navidad será dormirnos temprano en el charral, enjutos y dentro de una montaña de vainas de frijol que son un placer, es lo mejor que nos ofrece la vida a esas alturas de la historia. Mañana será 25 y la guerra sigue. Lo mejor que nos puede pasar ese día es no morir.

Timo dice que hubiese sido mejor estar en la zona de los campamentos, al otro lado del río, donde está el viejo Cirilo, Mafalda y Orlando Carabina, los tres jefes del mando conjunto del frente occidental. Al menos allá habrá un poco de música y además está la mayoría de compañeros, y Vilmita, el amor de sus amores.

El Peche dice que cada vez que escucha esa canción le dan ganas de llorar, pero es mentira, sólo está bromeando, aunque la verdad es que sí le recuerda sus días en la BRAZ, las grandes unidades de entonces, cuando hacían fiestas en los pueblos controlados por la guerrilla y las muchachas se desvivían por los elegantes guerrilleros del ERP, cuando meneaban el esqueleto al compás de la música de los Torogoces de Morazán. Ahora no podemos ni controlar nuestras emociones. El pobre Peche le pone un calzón a un chirivisco y se enamora.

Amado es el más sereno de todos, está de pie, fumando un Delta, sin el equipo ni el fusil, mirando a través de los matojos las lucecitas de los candiles o de los focos de las casas que comienzan a asomar. Acaba de recordarle al Peche los días en que se levantaba a mitad de la noche, se metía en la champa de alguna guerrillera, le hacía el amor (eufemismo del sexo tigre en el que se rompe el calzón con la técnica del comando) mientras ella se hacía la dormida durante los cinco minutos que él desahogaba sus penas. Por eso es que siempre pedía hojas de afeitar, aunque no le salía ni un pelo en la barba.

El Peche no pierde tiempo y le recuerda su manía de bañarse desnudo frente a las cipotas del campamento, no sin antes hacerse un masaje en el arma, así, mientras ellas lo ven, con o sin disimulo, piensen que lo tiene más grande que lo normal.

Cada quién es dueño de su mañas. Pero Amado es de alguna manera maldito. Recuerdo la ocasión que una unidad grande de guerrilleros se conducía al caserío Las Cañas para recoger abastecimiento, él iba adelante cuando vio apostados a unos soldados de una sección RECONDO que estaba emboscada, los detectó pero no se lo dijo a nadie ni se detuvo, siguió andando de lo más normal, porque uno o dos compañeros atrás de él iba alguien que no era de su agrado.

Puta, maestro, se peló, le digo yo. Quería ver cómo respondía ese cabroncito cuando sonaran los vergazos, me dijo. Llegó tan cerca de los soldados que se pusieron tan nerviosos y al momento de los disparos no pudieron acertar, pero le rompieron su boina negra y le dejaron un pequeño surco blanco en la cabeza, donde pasó la bala quitándole un puño de pelo.

Yo hablo poco pero me estoy mordiendo la respiración por dentro. Extraño tantas cosas que no sé cuáles son y tengo ganas de salir corriendo. Para entonces todavía no me había olvidado de una novia que dejé en el pueblo de mis abuelos, es un recuerdo tonto, porque estaba seguro que jamás la volvería a ver. Un guerrillero a esas alturas de la vida no es un héroe, menos un Robin Hood, es una pequeña mancha que se esconde entre los montes, tan insignificante que aunque haya muerto nadie lo sabrá, ni él mismo.

Un par de días antes estuve a punto de que me mataran bien galán y sin posibilidad de disparar un solo tiro. Timo y el Peche habían salido de civil a dar una ronda por el caserío Las Flores, nos quedamos Amado y yo, con cuatro mochilas, cuatro fusiles, cuatro equipos con munición, cuatro bolsos y no sé que más.

Ahí estábamos cuando un colaborador nos aviso que en nuestra dirección iban los soldados. Al ver entre las ramas vimos que era una gran cantidad de tropa. Amado se apostó y yo me tercié los tres fusiles restantes, incluyendo un maldito G-3 que andaba el Peche, me puse los tres equipos con munición y las tres mochilas, no sé cómo me pude levantar del suelo.

La idea era llevar esas cosas hasta donde los compañeros o esconderlas para no perderlas a la hora que nos reventaran a cuetazo limpio. Bajé por una veredita con aquellos bultos que no me dejaban ver bien, entonces escuché el ruido de los solados.

Ya me había metido en una zacatalera y cuando el viento movió las espigas los vi a unos cuatro o cinco metros. Me quedé quieto, y helado, no podía hacer ningún movimiento, ni podía tirar la carga pues la misión era salvar las armas, desde ahí comencé a regresar al lugar de origen con aquel montón de babosadas en el lomo, caminando como cangrejo, medio encorvado mirando las espaldas de aquella pacotilla de enemigos, hasta que topé con Amado.

Por una de esas casualidades los soldados se desviaron a pocos metros de donde estábamos, si yo hubiese bajado un minuto antes me hubieran jodido, y no es que me hubieran matado, con lo enredado que iba con los chirigotes, me hubieran capturado vivo. Tres horas después había envejecido unos cinco años.

De eso me estaba acordando, de la manera fea que moríamos en esos días, cuando comenzamos a escuchar los tambores de la música en varias direcciones. En el Amatillo y La Laguneta, donde había energía eléctrica, con seguridad habría alguna fiesta. No seamos pendejos, vamos a bailar, dijo Amado. La mirada de interrogación que le entregué fue suficiente para que me explicara: Enterremos los fusiles, nos llevamos las granadas y las dos armas cortas, dijo.

Los ojos del Peche comenzaron a brillar como luciérnagas y Timo se puso de pie, le dio volumen al radio y comenzó a bailar un sobaqueado supernatural. Estaba claro: yo era el emplazado, el más cuadrado de todos. Hay cosas que no las pueden explicar los manuales ni las ceremonias insustanciales de los comisarios políticos, porque hay días que el hombre animal quiere vivir aunque en ello se le vaya la vida.

Me puse de pie y abrí la mochila, recuerdo que para entonces tenía una camisa a cuadros de color azul, como de vaquero, sin decir nada, la saque y después de quitarme la guerrera verde olivo, me la puse. Los compañeros hicieron lo mismo pues todos teníamos una camisa de color para los momentos en los que nos infiltrábamos en la población, pero Amado y yo no teníamos pantalón de color, sólo verdes olivo de macártur. A esas alturas el Peche se había quitado las ataderas y se había bajado las mangas de los pantalones.

Amado y Timo se llevaron las armas cortas y el Peche y yo nos metimos una granada de cantarito en cada uno en las bolsas laterales de nuestros pantalones comandos.

No había oscurecido cuando comenzamos a salir del monte. Nos fuimos por la calle de la hacienda Los Apoyos, de ahí avanzamos un par de kilómetros y llegamos a un pequeño caserío llamado La Laguneta, era el más grande de las planicies que lindaban con el río Lempa, donde se encontraba nuestra zona de movimientos.

La fiesta era en la escuela y había mucha gente. Nos acercamos, hicimos un reconocimiento desde la oscuridad para cerciorarnos de que no hubiera soldados en la zona. Todo estaba en orden.

La música que se escuchaba mucho en el campo era la de Aniceto Molina, Alma Tuneca, Fiebre Amarilla, Los Sepultureros, y otras. Es fácil comprender que nuestro aspecto no iba a pasar desapercibido pues llevábamos botas, dos de nosotros al menos, pantalones militares y los cuatro una cara de bandoleros con la que no podíamos.

Entramos casi en cámara lenta, como si fuésemos Los Magníficos, fuimos de dos en dos a los extremos de la pista y quince minutos después ya estaba batiéndome a patada voladora en el centro de la pista. La gente se había apartado para hacer una rueda pues había un efecto simpático en una de mis piernas cuando zigzagueaba, el bulto de la granada que me pegaba en la rodilla, si el seguro de la espoleta hubiera andado desdoblado, no hubiera quedado mucho de mi, ni de la muchacha que bailaba conmigo.

Minutos después estábamos bailando los cuatro, sudados y olvidados que éramos unos fugitivos, enemigos del gobierno, ilegales y que en caso de problemas no había más salida que el portón principal que daba a la calle.

En uno de los descansos conversamos con alguna de la gente, y con las muchachas que bailaban con nosotros. No les costó mucho darse cuenta que no éramos del lugar y que teníamos algo sospechoso en el olor. No perdimos el tiempo y les dijimos que éramos soldados del batallón Pipil de la Segunda Brigada de Infantería y que habíamos decidido pasar la navidad en la zona.

Las muchachas y sus amigos se sorprendieron de que hubiésemos dejado la ciudad de Santa Ana, según el cuento, para ir y pasar la nochebuena con ellos. De inmediato nos consideraron sus invitados especiales y la cosa se puso caliente cuando la muchacha con la que bailaba el Peche lo miraba con una sonrisa picara en el momento que Alma Tuneca cantaba, Cuál foco, cuál foco, si esta noche no traje el foco, y el guerrillero que se topaba a la trinchera como en los viejos tiempos.

Y yo que me pongo eléctrico con una bailada que sólo a un desquiciado se le podía ocurrir cuando pusieron Al Compás de Reloj de Bill Haley y sus Cometas, y la granada que casi se me salía de la bolsa del pantalón. Fui el único que se quedó bailando pues los compañeros se fueron a descansar por ahí en lo oscurito, a calentar la mano y el aliento con las muchachas.

Fue entonces que imaginé a esas niñas de vestidos boludos de color pastel, colitas y caritas de rock and roll, y los muchachos de chamarras de cuero negro, y cerré los ojos y comencé bajar moviendo las rodillas hacia los lados, sacudiendo las manos. Cuando me había ido de ahí bien lejos, pero tan lejos, donde no había guerra ni ninguna de sus miserias, sentí la mano en el hombro y la voz de Timo: Los soldados, dijo y Bill Haley soltó la guitarra y al abrir los ojos escuché el último tamborazo de la banda.

No tuve tiempo de hacer una despedida decorosa con la muchacha que bailaba conmigo, pero sonreí con caballerosidad antes de salir, al Peche le fue peor pues ya casi se endamaba. Amado estaba en la entrada del portón, sereno, con el cuete cargado medio encubierto en los pantalones y la camisa.

Una de las niñas nos había avisado por casualidad, cuando Amado bebía una Cocacola ella le dijo: Hay vienen sus compañeros. Al asomar observó la primera patrulla por una tienda. Ahí estaban cuando nos juntamos.

Caminamos despacio, sin dar a entender nada, con las voces de las muchachas atrás de nosotros, un tanto extrañadas de que nos fuéramos tan pronto. Amado, como siempre, tranquilo, diciendo que no fuéramos a correr que esa mierda le caía mal. Que al llegar al siguiente cerco nos saliéramos de la calle, al pasar por la entrada de una casita vimos un grupo de soldados y nosotros con aquellas pistolitas y las dos granadas estábamos fritos.

Sentí que me comenzó a picar la planta de los pies cuando debimos pasar en medio de un grupo de soldados que estaban en dos casas distintas divididos sólo por la calle angosta del caserío. Las granadas iban sin seguro, y las pistolas con tiro en recámara.

Pasaban las doce de la noche y entre los alborotos de los cuetes de los cipotes y los saludos de la gente y el hambre que sin duda andaban los soldados, logramos salir "patitas pa que te quiero".

Dos horas después estábamos de nuevo en el charral, sacando los tendidos de las mochilas y las cobijas. Con el sudor en la frente nos enterramos en la parva de vainas de frijol, donde acostumbrábamos a dormir en el verano y nos olvidamos que era nochebuena.

Ese era el ritmo de la vida de los cuatro gatos locos. Nos movimos de aquella manera unos cuantos meses más, hasta que hubo un cambio de planes. Luego salí herido en una misión de exploración, cuando andábamos con un grupo de compas del ERP, donde andaba el viejo Pipo.

Meses después de salir del hospital, aún sin estar nada bien del brazo, me asignaron otro grupo de guerrilleros, esta vez andaba conmigo Pablo, Carlos, Francisco y otro compañero cuyo nombre se me escapa. Eran unos verdaderos bandidos, pero nos la pasamos bien un largo rato.

Carlos y Francisco terminaron por desertarse, Pablo salió de permiso y no volvió, hoy vive en Suecia. Timo también salió de permiso y no volvió, sigue viviendo con Vilmita en Soyapango, y los padres de ella, veteranos de la guerrilla también, siguen en el mismo rancho del caserío Los Alas del cantón Las Minas, Chalatenango.

El Peche también está vivo, nunca volví a verlo. Amado es hoy el siempre elegante y sereno guerrero, oficial de policía con el grado de clase en la Unidad de Protección a Personalidades Importantes.

Muchos murieron en esa aventura, yo debí salir a Cuba para que me repararan el brazo, luego volví a la guerra en 1988, a seguir comiendo la platada, el resto de la historia, o parte al menos está en un libro que se llama Al Tope y más allá.

Posdata: he omitido hasta donde pude las balas pues creía más interesante recordar a esos guerrilleros, amigos y hermanos, en las cosas menudas de la vida, no necesito probar que Amado, el Peche, Timo, Pablito, Ramón, Harry el Sucio, y tantos otros, fueron hombres valientes y que de alguna manera les debo la vida y lo que soy.

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miércoles, 15 de octubre de 2008

Trine: "Yo también la vi cerca...

Trine es aún más veterano que Juan Patojo. Se integró a las FPL ("la Felipa" como él prefiere decir), el 19 de julio de 1972 en una reunión clandestina celebrada en el cantón La Cayetana. El hombre conoce cada arroyuelo, matojo, roca, loma, quebrada, cerro, valle o caserío del Paracentral, pues ahí nació, creció y libró la guerra hasta el final. Los ancianos de la zona dicen que Trine ya era "Trine" desde antes del conflicto, inmejorable con el machete y la temeridad a la hora de pelear, una característica que le acompañó durante toda la guerra. Mencionar su nombre es decir mucho en estos lugares.

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Una de las experiencias más difíciles del viejo Trine fue en uno de los combates posteriores a la ofensiva general guerrillera de 1981. La batalla se dio prácticamente cara a cara, pero eran los tiempos en que la guerrilla acampaba y se movía junto a las masas de pobladores civiles, colaboradores y familiares. En esa ocasión el mismo Trine tenía a su lado a su mujer y a dos de sus hijos más chicos, uno de brazos que ella llevaba consigo y una pequeña de dos años.

Al momento del ataque del ejército hubo un enorme desparpajo, y ya en el fragor de la batalla su mujer se extravió con el bebé que llevaba en brazos. Trine, que se había hecho de una de las manitas de su niña de dos años, terminó por perderla cuando se revolcaba en el suelo evadiendo las ráfagas y disparando. Días después de esa batalla apareció su mujer, que había estado perdida en los montes sin comer, llevando en brazos a su pequeño, medio muerta de hambre pero con el crío a salvo. Cuando ella preguntó por la niña él no supo qué responder. Cuando Trine cuenta esa historia respira de manera entrecortada y mira para otro lado. Está reviviendo en su memoria aquel instante en que su mujer se derrumbó junto a él. Años después, ya finalizada la guerra, supo que su hija había sido adoptada por un militar y que estaba a salvo.

Trine trabajó muy de cerca de Mayo Sibrián y de uno de los jefes principales del Paracentral, el Cuto Nelson, encargado de la zona del volcán Chinchontepec. Lo primero que recuerda de Mayo Sibrián es un detalle positivo que muestra la complejidad de la condición humana:

Recién llegado al frente preguntó cuánto se gastaba a diario. Juan Patojo y Trine, dos veteranos del frente Paracentral y sobrevivientes de las ejecuciones en esa zona por cada combatiente. Un peso con treinta centavos, le dijimos. Preguntó cómo estaba diseñado ese gasto, y le respondimos que dos cigarros, una porcioncita de azúcar y así le explicamos hasta completar el uno treinta. Pues no, dijo él, tiene que ser dos cincuenta por combatiente, pero eso sí, dijo, quiero un reporte diario, semanal, quincenal y mensual de ese gasto. Y no hay que estar poniendo solo frijoles, dijo, ni sólo arroz, hay que comer carne un día, otro día pescado, otro día queso con crema. Y siempre que salíamos a misiones le daba un pistillo a los compas para que compraran cualquier cosita.

Cuando Mayo Sibrián tomó el mando del Paracentral, Trine estaba operando con unidades militares de ese frente en la campaña de Chalatenango. Como era costumbre, las mejores unidades del Paracentral brindaban apoyo al frente norte de las FPL, con importantes contingentes de tropa: "Yo venía una vez al mes al Paracentral a dar mi informe, a traer a alguien que se había incorporado. Ya desde el principio se oía decir que había una depuración. En esa depuración murieron varios conocidos y amigos míos, familiares también. Ahí quedó una tal Rosa, hermana de la mujer mía", cuenta Trine.

Y agrega: "Pero en esa cuestión era difícil determinar cómo estaba la situación, porque pues estábamos en guerra y uno no podía andar averiguando esas cosas que eran bien delicadas. Lo que sí es cierto es que a la gente la iban cuadrando por algunas indisciplinas, por incumplimiento de tareas. Por esas razones los iban cuadrando, y cuando ya les hacían el llamado y no lo acataban, ahí era que los fusilaban. No tengo idea de cuántos fueron los muertos, pero sí fueron bastantes".

De regresó al Paracentral, Trine pasó a ser un cuadro de expansión en la zona norte de Zacatecoluca, después del período de las concentraciones de tropa, en la zona de los nonualcos. Mayo Sibrián llegaba a veces a darles charlas de política, estrategia y táctica militar.

Según Trine, en Mayo Sibrián había una actitud obsesiva en los factores ideológicos al momento de valorar a los guerrilleros. Aquel que no cuadraba con el presupuesto generalmente aceptado era amonestado severamente, luego pasaba al nivel de observación, que en tales condiciones significaba estar en curso de ser fusilado por una pequeña muestra de inconformidad con esos métodos.

En esas reuniones, además de recibir las orientaciones del mando, se realizaban procesos internos de evaluación, aplicando el viejo modelo leninista de crítica y autocrítica. El punto es que este mecanismo era utilizado por Mayo Sibrián para enfrentar a sus propios hombres, consciente o inconscientemente. Los señalamientos lanzados contra unos y otros, luego del debate y cierre de las reuniones, podían pasar de meras amonestaciones, sanciones disciplinarias, traslado a otras unidades, o el famoso estado de observación previo, al fusilamiento mismo.

En una de esas reuniones, Mayo Sibrián explicó que Walter (José Abraham Villalobos), jefe del batallón Ernesto Morales, que estaba basificado en la sub zona Ángela Montano, había sido degradado a nivel de combatiente raso por indisciplinas relacionadas con asuntos sexuales. "Entonces Mayo puso la ley de que el que incumpliera, de ahí para allá, iba a tener consecuencias, porque la disciplina de la Felipa es rigurosa. Aquí quedan claros, nos dijo a todos", recuerda Trine.

El mismo Trine se vio en aprietos. En una de esas famosas evaluaciones, que se realizó en el Chinchontepec, el mando le criticó fuertemente su estilo de trabajo, la conducta de sus hombres, las tácticas utilizadas para realizar los movimientos en las zonas de expansión, y concluyeron que él incumplía las normas de la organización y los acuerdos que se tomaban en el mando. La reunión fue dura debido a los graves señalamientos que pesaban en contra de Trine: "Te vas a quedar aquí para ver qué se decide con vos, me dijeron. Puta, dije yo, me van a matar estos hijos de puta. Pero yo tenía mi AK-47, y había decidido no dar mi cuero así por así".

Después de unas horas, que Trine sintió larguísimas, el mando tomó una decisión sobre su caso: "Me dijeron que le entregara mi radio de comunicaciones a Sebastián, mi arma de equipo a Osmín, y que entregara todo el trabajo de los milicianos, los contactos, y le designaron otro jefe a mi unidad. Ese procedimiento era el peligroso pues era el que aplicaban antes de las ejecuciones".

El final de la situación fue inusual: "Aquí se trata de poner en orden las cosas, ¿ustedes están de acuerdo en la consigna de revolución o muerte?, nos preguntaron. Yo sí, dije, yo también dijeron todos. Es que ustedes han sido gente del batallón Andrés Torres, nos dijeron, porque ya solo nosotros quedábamos de lo que había sido aquél batallón. Una cosa, siguieron diciendo, es decir que uno está de acuerdo con la consigna revolución o muerte, y otra cosa es cumplirla... Ahí me encabroné yo y les dije: Ah no, a mí de cobarde no me va a acusar nadie, y mucho menos ustedes que me conocen bien, les dije ya decidido a todo. Y me dicen ellos: Ya lo sabemos, cabrón, que a vos te retruecan los güevos, si el problema con vos no es ese no jodás... Y así quedó esa cosa. Esa vez sí la sentí cerca. Sentía yo que había hecho algo que no le perdonaron a nadie, pero me salvé".

Aunque el viejo Trine baja la cara o evade la mirada, al momento de pedirle que hable de las cifras de muertos por ejecución, explica que no pude decir más que fueron bastantes.

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jueves, 9 de octubre de 2008

Carlos y Sofía

Marvin Galeas*

Después del triunfo de la revolución, los sandinistas expropiaron el diario Novedades. En su lugar comenzó a salir "Barricada", órgano oficial del Frente Sandinista. El diario era dirigido por Carlos Fernando Chamorro Barrios, hijo de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, director mártir del diario La Prensa.

El asesinato de Pedro Joaquín provocó una indignación que se transformó en una insurrección que marcó el principio del fin de la dictadura. Carlos Fernando, su hijo mayor, educado en Estados Unidos, trató de imprimirle a Barricada cierto aire de objetividad, desenfado y frescura. Pese a que era un órgano oficial, Barricada estaba lejos de parecerse al aburrido Granma de los comunistas cubanos.

Después de que los sandinistas perdieran las elecciones, se armó todo un debate sobre el futuro de Barricada. A regañadientes los más radicales comandantes sandinistas aceptaron que el mencionado periódico dejara de ser órgano oficial y funcionara como una empresa privada, compitiendo limpiamente con los otros dos grandes periódicos: La Prensa y El Nuevo Diario.

Barricada cambió de logotipo. En lugar de un guerrillero disparando, apareció el sombrero de Sandino y una bandera nicaragüense, y en lugar de "Patria libre o morir" decía "Por los intereses nacionales". Fue por esos días cuando conocí a Carlos Fernando. Me contó entusiasmado sobre los avances del proyecto de transformación de la empresa.

Allí conocí a la extraordinaria periodista Sofía Montenegro. Ella dirigía Gente, que circulaba semanalmente como suplemento de Barricada. Entre los redactores de la revista estaban Mildred Largaespada, Pablo Cerna y Noel Irías. Todos ellos jóvenes recién graduados, talentosos y llenos de vida. Se declaraban de izquierda, pero no dogmáticos. Pablo solía decir que la misión de la izquierda era sitiar al poder hasta el fin, pero no tomarlo, porque al tomarlo todo se arruinaba.

Carlos Fernando, hablando del nuevo formato de Barricada, hablaba de balances informativos en la información y de incluir diferentes puntos de vista en las páginas editoriales. Pese a todo, Barricada mantenía una crítica constructiva hacia el nuevo gobierno. La presidenta era doña Violeta, ¡la mamá de Carlos Fernando!

Algunos de los comandantes, una camarilla encabezada por Daniel Ortega y su mujer Rosario Murillo, además del vergonzoso robo que fue "La Piñata", quería concentrar bajo su mando los medios de comunicación que habían sido del partido: radios, espacios de televisión y por supuesto Barricada.

Un día, de tristísima recordación para el periodismo, ese siniestro hombrecillo llamado Tomás Borge sacó a la fuerza a Carlos Fernando de Barricada. Los otros comandantes nombraron a Borge presidente de la junta directiva. Pusieron a dedo a Bayardo Arce como director. Quienes no sabían absolutamente nada de periodismo y de cómo administrar un periódico. En pocos meses el diario quebró y los comandantes se quedaron por un tiempo disputándose las migajas de lo que fue Barricada.

Carlos Fernando y Sofía rompieron con el FSLN y fundaron nuevos proyectos de periodismo independiente, entre ellos la prestigiosa revista Confidencial y el Centro de Investigación de la Comunicación. Muchos intelectuales y antiguos luchadores contra la dictadura de Somoza, como el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, los hermanos Mejía Godoy, Dora María Telles y el escritor Sergio Ramírez también se fueron.

Pero Daniel Ortega y su estrafalaria mujer, por medio de trinquetes y pactos retornaron al poder. Ahora están empeñados en construir una dictadura familiar, que ha clausurado partidos electorales, reprimido de manera violenta protestas cívicas, perseguido y acosado a prestigiosos intelectuales y ex militantes, como el mismo Ernesto Cardenal y Dora María. Ambos con gran autoridad moral.

Por estos días las baterías del binomio Ortega-Murillo apuntan contra Carlos Fernando y Sofía Montenegro. Se trata de una campaña de calumnias como nunca se había visto antes en Nicaragua. Los insultos son los mismos que hace Chávez y los chavistas de acá: agente de la CIA, vendepatrias, etc.

Ortega se presentó a las elecciones pasadas con camisa blanca, hablando de amor y de haber aprendido las lecciones del pasado. Dijo que le dieran una oportunidad y que respetaría la democracia. Mintió. Construye una corrupta dictadura familiar, mientras Nicaragua se hunde en la pobreza.

http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_opinion.asp?idCat=6342&idArt=2898100

miércoles, 8 de octubre de 2008

Esos extraordinarios guerreros del Paracentral

Frente Paracentral, informe de una matanza

En diciembre de 1983, en Chalatenango, las fuerzas de las FPL atacaron el Cuartel El Paraíso, sede de la Cuarta Brigada de Infantería del ejército nacional. Luego de intensos combates, los rebeldes lograron lo que parecía imposible, por cuanto no existía ningún antecedente hasta ese momento: la toma de un cuartel mediante el aniquilamiento de la tropa enemiga.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

El eje de esa operación estuvo constituido por tres unidades de elite de las FPL: las Fuerzas Especiales Selectas, FES, y los batallones Ernesto Morales y Andrés Torres. El mando general estuvo a cargo del comandante Dimas Rodríguez, y entre sus ejecutivos se destacaron Goyo (Pablo Parada Andino) y Geovani (Fabio Balmore Villaobos), en tanto que los dos batallones mencionados fueron comandados por Walter (Abraham Villalobos) y Miguel Uvé (Nicolás Gracía) respectivamente. Goyo, Geovani, Walter, Miguel Uvé, esos extraordinarios guerreros campesinos, al igual que muchos del equipo de mando y de los fundadores de las FES, y de la mayoría de los miebros de los dos batallones, tenían algo en común: habían nacido y crecido como hombres, combatientes y mandos, en los territorios del frente para-central.

Al norte de la carretera Panamericana, en el departamento de San Vicente, entre cerros pelados que solo el invierno puede cubrir de follaje y yerbas, está el pueblo llamado San Esteban Catarina. Más allá de sus angostas y empedradas callecitas nace un camino vecinal que, hacia el norte, conduce entre lomas y quebradas a un viejo caserío llamado Cerros de San Pedro. Esa es la primera sub zona y la entrada al territorio que, a lo largo de los años ochenta, fuera conocido como frente para-central. Ese territorio fue ocupado mayoritariamente por las FPL, la mayor entre las cinco organizaciones guerrilleras que conformaban el Frente Farabundo Martí Para la Liberación Nacional FMLN.

Dos o tres kilómetros hacia el sur de San Esteban Catarina,está el desvío que lleva a la ciudad de San Vicente, donde todos los días un grupo de mujeres, morenas y bullangueras, corren detrás de los autobuses de pasajeros ofreciendo cantarinamente pinchos de fritangas de cerdo y res con tortillas. Una tradición tan vieja como el paisaje que luce sus estribaciones entre espigas de maíz, frijolares, cañas de azúcar, sembradíos de hortalizas, potreros para ganado y fincas de café.

Desde la carretera Panamericana se ve el valle de Jiboa con su verde inmaculado, coronado por la lejanía de un cielo azul que a ratos se abraza a las nubes que se pliegan a las cumbres más altas. La ciudad de San Vicente, la mayor del departamento, se ve al fondo, al pie de los cerros. Al sur oeste se levanta imponente, con sus dos tetas puntudas, el volcán Chinchontepec, cuyas estribaciones llegan a enraizarse en el departamento vecino de La Paz.

El Chinchonte, como le llaman los lugareños, fue un territorio que la guerrilla denominaba zona Jaraguá, lugar donde el agua satura la tierra volviéndola un recurso escaso para la librar la guerra. La presencia guerrillera se extendía con bastante seguridad hasta el poblado de Santa María Ostuma y los llamados territorios nonualcos, al oeste del volcán.

Al este de la ciudad de San Vicente y hacia el sur, hasta llegar a los terrenos de la jurisdicción de la ciudad de Tecoluca, entre la carretera que une a ambas ciudades, se abre un predio de cerros menores cuyas faldas terminan en las riberas del río Lempa. Allí se ubicó la zona guerrillera denominada Gavidia, en los caseríos El Socorro, El Palomar, San Fernando, La Soledad, San Juan Buena Vista, Cerro de La Campana y otros.

Más al este, al otro lado del Lempa, ya en el departamento de Usulután, se encontraban ubicados los campamentos de otra zona sub guerrillera, a la que los rebeldes llamaban Ángela Montano. Los nombres de cantones y caseríos aledaños como La Quesera, San Marcos Lempa, Tres Calles, Las Piletas, Nombre de Dios, y de ciudades como Berlín, San Francisco Javier o San Agustín, fueron harto conocidos por la gran cantidad de operaciones militares y la constante actividad bélica llevada a cabo, además, por las unidades guerrilleras del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP.

El mar, percibido desde las cimas de los cerros, se confunde con el azul del cielo en los departamentos de San Vicente, La Paz y Usulután. Desde las planicies surcadas por la carretera del litoral salvadoreño hasta la playa del Pacífico, se encontraba la zona conocida como La Costa, la quinta sub zona del frente para-central. Caseríos como Azacualpa, Las Anonas, El Despoblado, San Nicolás Lempa o el Estero de Jaltepeque, surcado por laberintos de agua, pantanos, pequeñas islas y la desembocadura del Río Lempa en el océano Pacífico, eran los territorios naturales de esa guerrilla altamente ofensiva y de sangre caliente.

Ningún otro frente de guerra presentó una variedad tan extensa de territorios: cerros pelados abandonados por sus pobladores originales; lomas y planicies cultivadas de cereales y hortalizas; riberas de ríos, incluyendo el más grande de El Salvador, el Lempa; territorios volcánicos y serranías; largas y extensas planicies donde enormes haciendas eran señaladas por cercos de alambre de púas, en las que en tiempos anteriores a la guerra transitaban cientos de cabezas de ganado; ensenadas, pantanos, esteros y playas, y el mismo mar adyacente, en el que las guerrillas se desplazaban en lanchas y avionetas para transportar personal y pertrechos de guerra.

Más de mil hombres armados de las FPL recorrían los territorios del para-central durante los primeros cinco años de la guerra: dos batallones de élite, el Ernesto Morales y el Andrés Torres, cada uno con casi cuatrocientos hombres armados hasta los dientes; más de seis columnas guerrilleras de tropas locales, unidades de milicianos, estructuras de apoyo y unidades de expansión territorial diseminadas en cantones y caseríos de cuatro departamentos: San Vicente, La Paz, Usulután y el norte de San Miguel, por donde los guerrilleros se comunicaban con los refugios de civiles ubicados en Honduras. En esos refugios las FPL mantenía un muy bien organizado y preciso trabajo de reclutamiento y de logística.

La guerrilla del para-central parece haber sido una de las más cualificadas y aguerridas, de mayor actividad bélica y de un desarrollo técnico en las tácticas de guerra de guerrilla, que peleó en uno de los escenarios más inhóspitos y difíciles, aunque alejado de los mayores y más importantes centros urbanos del oriente y el occidente del país.

Una vez extendido el mapa y surcado el territorio, uno de los mitos mayores de la guerrilla salvadoreña parece romperse. Durante los años de la guerra se conoció que las dos retaguardias, y por consiguiente, los mayores territorios guerrilleros bajo control, fueron el norte de Morazán y de Chalatenango. Pero una vez observada la complejidad de los territorios del para-central, su extensión, su variedad geográfica, los departamentos incluidos y la cantidad de tropa guerrillera, la historia se reescribe por sí sola.

La gente del para-central responde en común a esa situación geográfica, que es a la vez situación económica y social, muy especialmente política y excepcionalmente psicológica. Hombres curtidos por la pobreza y el sol, despojados de tierra; hambrientos, como los que deambulan en las páginas de la novela Jaraguá, del escritor Napoleón Rodríguez Ruiz; hombres de inseparable machete en mano y botas de hule; de penetrante voz y larga herencia de lucha. Esos hombres, muy distintos a los del norte del país, dorados por el sol, de mirada seca y manos tostadas por el trabajo duro, libraron en medio de la guerra otra batalla muy particular: contra sí mismos y los ideales, la doctrina, la religiosidad, el dogma, con que, paradójicamente, fueron entrenados para librar la guerra.

No fue casual que en las planicies de La Paz, San Vicente y Usulután, donde existían enormes haciendas y grandes cantidades de mano de obra agraria (jornaleros, trabajadores de temporada sin tierra), se haya desarrollado uno de los procesos políticos y económicos más influyentes de la vida de los salvadoreños: la reforma agraria llevada a cabo con la intención de detener la crisis social y política, iniciada en su primera fase por el coronel Arturo Armando Molina, quien gobernó el país entre 1972 y 1977.

Organizaciones como la Federación de Trabajadores del Campo, FTC, que aglutinó a decenas de miles de trabajadores agrícolas, tuvieron sus asentamientos en esas zonas. Mujeres y hombres estaban organizados en cientos de caseríos bajo una misma bandera, la del FTC, que formaba parte del Bloque Popular Revolucionario, BPR, que a su vez era el frente de masas de las FPL. De igual manera, la prepotencia y la agresividad de la mayoría de dueños de esas tierras, posibilitó un enfrentamiento crecientemente violento entre hacendados y campesinos pobres. El calor de la costa o la planicie es un marcador no sólo de la temperatura en el ambiente y en la sangre, sino también en la mentalidad, en la actitud y en la capacidad de respuesta ante las adversidades.

Por todo ellos, tampoco es casual que, desde que se fundó la guerrilla salvadoreña en 1970, la primera masacre de campesinos organizados y en resistencia, realizada por los gobiernos militares, tuvo lugar en el corazón de los territorios de lo que después llegó a ser el para-central, en el cantón La Cayetana, de San Vicente, en noviembre de 1974.

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jueves, 2 de octubre de 2008

Busco justicia: "Que me digan por qué lo mataron y dónde lo enterraron"

"Dígale a Milton que lo busca Tilo", le dijo el hombre con voz firme y no muy buena cara a la recepcionista del 13-16, la sede central del FMLN. Era la mañana del miércoles 27 de agosto recién pasado, y las cosas en el local partidario andaban revueltas porque ese mismo día, por la tarde, Mauricio Funes se afiliaría al partido rojo.

Geovani Galeas
redaccion@centroamerica21.com

La recepcionista miró al hombre con alguna reserva, pues era evidente que no llegaba a saludar o a dar felicitaciones. Era delgado y fibroso, vestía de manera humilde y tendría uno 53 años. "Fíjese que él ahorita está bien ocupado porque estamos preparando el evento de la afiliación de Mauricio", dijo la secretaria. "Eso a mí no me interesa, usted vaya y dígale a Milton que lo busca Tilo, que quiero hablar con él y que es urgente". La recepcionista vaciló: "¿Y de parte de quién viene usted, y cuál es el motivo de su visita?", preguntó. "Dígale Milton que vengo de parte de mis cuatro hermanos muertos en la guerrilla, pero principalmente de mi hermanos Lucas, y el motivo él lo sabe muy bien. Eso dígale nada más". La secretaria entró a laoficina del secretario General del FMLN, Medardo González (comandante Milton de las FPL durante la guerra). Cuando regresó le dijo a Tilo: "Dice que en este momento no puede atenderlo, que le deje su teléfono y que él va a comunicarse después". Tilo no se pudo contener y montó en cólera: "Entonces dígale a Milton que digo yo que es un cobarde y que coma mierda, que me dé la cara, y que me explique por qué las FPL torturaron y mataron a mi hermano Lucas, combatiente de las Fuerzas Especiales allá en San Vicente.



"Cálmese, señor", le dijo la recepcionista. Tilo le respondió: "Mis cuatro hermanos y yo nos metimos a las FPL desde 1977, tres murieron en combate, pero a Lucas me lo torturaron y me lo mataron estos cabrones, ¿cree usted que eso es para calmarme?"



Tilo salió enfurecido de la sede del FMLN. Semanas después leyó un editorial titulado: "Usted debe responder, señor Sánchez Cerén", en el que el autor de estas líneas aludía a las ejecuciones sumarias realizadas por las FPL en el frente Paracentral. Tilo tomó nota de la dirección electrónica que aparecía en la mencionada nota editorial y envió un correo:

Mario Daniel Romero, "Tilo"

"Estimado Goevani, te saludo deseándote que te encuentres muy bien. Yo era obrero en la fábrica CORINCA, y en 1977 me organicé en las FPL junto con mis cuatro hermanos, todos combatientes. Tres de ellos murieron peleando, pero te quiero hablar de mi hermano que tenía el seudónimo de Lucas, que fue entrenado en Vietnam y fue uno de los fundadores las FES, Fuerzas Especiales Selectas, de las FPL.

Lucas se especializó como hombre rana, y participo como buzo en la voladura del Puente de Oro junto con otro compañero de origen español que también se llamaba Lucas. Pero lo que te quiero decir es que a mi hermano Lucas, como otros cientos de compañeros que fueron asesinados por la dirección de las FPL, lo mataron a garrotazos y a pedradas junto a otro compañero de seudónimo Liebre allá en el frente para-central.


De mi parte he tratado de buscar a Leonel (Salvador Sánchez Cerén), a Milton (Medardo González) , a la Rebecona (Lorena Peña), a Duglas (Eduardo Linares), para que todos estos me den una explicación o por lo menos que me digan en que lugar enterraron a mi hermano Lucas.



Mi madre y yo, necesitamos una explicación concreta de donde lo enterraron para ver si podemos trasladar los restos si es que todavía existen, o ponerle una cruz en el lugar que fue asesinado. Hoy es tiempo de que todos los que están implicados en esos cobardes asesinatos le den la cara a todos los familiares de las victimas de todos los compañeros.

"Mirá, Geovani, yo fui combatiente, estuve en Cuba especializándome, fui instructor de la escuela militar que las FPL tenían en Managua, no les tengo miedo y no voy a descansar ni un minuto hasta que me digan por qué mataron a mi hermano Lucas y dónde lo enterraron. Si podés ayudarme en mi averiguación te lo voy a agradecer. Mi pseudónimo siempre fue Tilo, mi nombre legal es Mario Daniel Romero, y el de Lucas era José Amilcar Romero".


Días después nos reunimos con Tilo y con otro ex combatiente de las Fuerzas Especiales de las FPL, que conoció muy bien a Lucas, a Liebre y a muchas otras de las víctimas de aquella matanza en el frente para-central de las FPL, durante la cual él mismo estuvo a punto de ser ejecutado.

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