lunes, 1 de diciembre de 2008

Nelson: "Si fuéramos infiltrados hubiéramos matado a todo el mando"

Frente Paracentral, informe de una matanza

Nelson, hijo de Chayito, nació en el cantón La Esperanza, de Tecoluca, y también se salvó apenas de ser ejecutado en el paracentral. Hoy vive entre la carpintería y el trabajo en los colectivos de la Cooperativa Dimas Rodríguez y ADEGE, una asociación de lisiados de guerra donde comparte sus horas con ex solados de la Fuerza Armada y ex guerrilleros.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

Fue correo de la guerrilla desde su infancia. Cuando cumplió catorce años, poco antes de la ofensiva insurgente de 1981, fue enviado al frente occidental Feliciano Ama, donde pasó más de un año. Luego, en Chalatenango, fue incorporado a las unidades del Batallón K-93 de la Brigada Felipe Peña Mendoza de las FPL. Su agresividad en el combate lo llevó pronto a formar parte del segundo pelotón de la compañía de las Fuerzas Especiales Selectas, en las que participó junto a Lucas, Agustín la Liebre y Mardo, en innumerables combates, incluyendo la toma del Cuartel de la Cuarta Brigada de Infantería, y el ataque a la presa hidroeléctrica del Cerrón Grande.

En 1985, el pelotón de Fuerzas Especiales comandado por el capitán Vidal, realizó misiones de exploración en las instalaciones de la Brigada de Artillería, ubicada en el Departamento de La Libertad. En esa misión Vidal abandonó su unidad, desertando con su arma y equipo, y se entregó al ejército. Las sospechas de infiltración, o al menos de ulterior colaboración del jefe guerrillero, produjeron el aborto de lo que sería el ataque a esa guarnición de la Fuerza Armada.

Todo el pelotón fue sometido a interrogatorios y desarticulado; sus miembros fueron enviados a diversas unidades militares. Es así como Nelson el Vietnamita regresa al frente paracentral, donde se incorpora a las unidades de élite del batallón "Andrés Torres" en el volcán de San Vicente.

Antes en su estancia en Chalatenango, Nelson ya había pasado por otras experiencias difíciles asociadas a los que él reconoce como su rebeldía:

-Es que éramos jóvenes rebeldes, juguetones y agresivos. Una vez estaba de posta cerca del campamento donde estaba el mando. De pronto vi a los soldados que venían por San Isidro. Agarre el fusil y dije a disparar. Eso fue lo que no les gustó a los jefes. Esa misma noche me quitaron el fusil, me amarraron y me entatuzaron. Cuando ya tenía cinco días de estar enterrado llegó un compañero que se llamaba Oscar Guevara, y les dijo que me sacaran: Discúlpenlo, esa es parte de la infancia, les dijo. Y así fui teniendo mi récord en las FPL, o sea que yo siempre murmuraba por aquello que no me gustaba. Y así éramos varios.

-Por eso tuvieron problemas...

-Sí, por discutir con los jefes. Está el caso de Mardo, que lo "ajusticiaron" en Chalatenango. Hubo una invasión enemiga y la gente se pasó para el lado de Honduras. Entonces un grupo de las Fuerzas Especiales, donde estaba yo, no estábamos para pelear en campo abierto, pero como mataron a unos familiares del compañero Arnulfo, nos encachimbamos y nos regresamos a la zona a buscar al enemigo, pero ya por cuenta de nosotros mismos. Ahí en El Zapotal nos reunieron los compañeros y nos reclamaron. A Mardo lo sacaron de las Fuerzas Especiales y lo mandaron al destacamento de Héctor. Ahí lo estaban mandando a traer maíz a La Laguna, y no tenía zapatos buenos. Vos no salieras así sin zapatos le dijo al jefe, y empezaron a discutir. Entonces lo desarmaron y lo amarraron. A mí y a Lucas nos mandaron a cuidarlo, y nosotros le dijimos que lo íbamos a soltar y que mejor se fuera. No, dijo él, si yo me voy los van a matar a ustedes. A los dos días el mando ordenó su muerte.

-¿Y en el paracentral cómo fue su problema?

-A mí ya me querían "ajusticiar" por esas fechas que mataron a Hugo que andaba en el destacamento dos del "Andrés Torres", y a la Marina, una compañera que le decíamos la Sota de Basto. Yo era el segundo jefe de pelotón del destacamento dos, que comandaba "Rogelio", que también lo mataron.

-¿Eso fue a mediados de 1986?

-Sí, por esos días. A mí me mandaron a traer de las Ánimas. Con el operativo enemigo encima salimos a apoyar un paro al transporte. Ahí andábamos y ya teníamos tres días de no comer. Yo les dije a los compañeros que, aunque estuviera el enemigo, teníamos que ir a buscar comida. Cuando salimos a la carretera llegó un carrito todo viejo con pan, y yo le dije al motorista que para qué le iba a quemar el carro. Vino el señor de agradecido partió una torta de pan y nos dio.

-¿Qué tenía eso de malo?

-Es que un compañero de expansión informó que nosotros estábamos pidiendo comida en el retén. Entonces me llamaron al mando. No fui pendejo y dije si yo me muero se tiene que morir todo el pelotón. Entonces reuní a los jefes de escuadra y les dije: Miren, compañeros, la orden que ha dado la organización es que nos van a "ajusticiar" a todos. Entonces la gente dijo que para que nos mataran tenían que quitarnos la M-60, los RPG-7 y todas las armas. Y salimos para el volcán. Y cuando llegamos ya tenían amarrado a Rogelio, que era jefe de destacamento.

-¿Qué pasó entonces?

-Llegamos al puesto de mando, que estaba ubicado en el cantón Paz Opico del volcán. Cuando me vieron con todo el pelotón me dijeron que la orden era que llegara yo solo, porque conmigo era que querían arreglar cuentas, y ya me acusaron de infiltrado y me amarraron. Ahí el jefe era Nelson Ávalos, que le decían Chele Gustavo. Yo le dije a él: Me vas a matar injustamente y sos un culero, porque me vas a matar desarmado, yo no soy infiltrado, yo lo que simplemente hablo son mis derechos, le dije.

- ¿Cómo pudo salvarse?

-Es que ahí andaban unos compañeros originarios de donde yo soy, del cantón La Esperanza. Un compañero que nosotros le decíamos Capirucho les dijo que cómo me iban a matar, Nosotros conocemos a este cipote, desde pequeño lo vimos crecer entre nosotros, les dijo. Entonces yo tenía diecinueve años. Por eso fue que me soltaron. Al poco tiempo de eso me mandaron para San Salvador.

-¿Qué son para usted Lucas, Mardo, Agustín la Liebre, Crucita y los otros ejecutados a los que conoció y con los que combatió hombro a hombro?

-Todos ellos son mis hermanos.

-¿Por qué cree usted que pasó todo eso?

-Lo que sé decirles es que, si hubiéramos sido infiltrados, hubiéramos podido matar al mando de las FPL, pues era a nosotros que nos tocaba cuidarlos, inclusive al mismo Sánchez Cerén.

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