lunes, 10 de noviembre de 2008

¿Una operación de contrainteligencia?


Frente Paracentral, informe de una matanza

Mayo Sibrián persuadió a sus compañeros de haber mantenido una actitud íntegra durante su cautiverio. Fue reintegrado a la militancia y, además, promovido a responsabilidades superiores: la jefatura general de todo un frente de guerra.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com

En la historia de las luchas revolucionarias, no es infrecuente que quienes son capturados y torturados terminen colaborando con sus enemigos, en el sentido de suministrarles la información que poseen. Pero también hay casos de quienes han logrado soportar el martirio, hasta la muerte, sin doblegarse. En teoría, un cuadro consolidado, un jefe, está más capacitado y dispuesto para la resistencia que un militante raso. Sin embargo, la realidad registra casos de combatientes que han resistido y de jefes que han traicionado.

En El Salvador, a lo largo del conflicto, se dieron ambas circunstancias. Al menos tres comandantes guerrilleros, de nivel de Dirección Nacional, terminaron siendo colaboradores del ejército, según lo afirmaron en su momento sus respectivas organizaciones: Moisés Arreola, de la Resistencia Nacional; Arquímedes Cañada, del ERP, y Miguel Castellanos, de las FPL.

Hay que decir también que otros comandantes guerrilleros con igual o superior jerarquía soportaron la tortura sin doblegarse: Salvador Cayetano Carpio, Lil Milagro Ramírez, Ana Guadalupe Martínez, Jeanette Samour, Américo Araujo, Facundo Guardado y Claudio Armijo entre otros. En todo caso, al salir de prisión, sea por un escape o por un canje, el militante tiene que someterse a un control o filtro especial por parte de los encargados de contrainteligencia de su organización.

Con toda probabilidad este fue el caso de Mayo Sibrián, que ya en La Habana debió rendir informes y ser evaluado. Los hechos indican que pudo persuadir a sus compañeros de haber mantenido una actitud íntegra durante su cautiverio, puesto que no solo fue reintegrado a la militancia sino que, además, fue promovido a responsabilidades superiores a las que hasta ese momento había ejercido: concretamente la jefatura general de todo un frente de guerra.

Esto permite suponer que la jefatura máxima de las FPL no solo vio en Mayo Sibrián un dirigente íntegro (lo que en el lenguaje tradicional de esa organización se conocía como un cuadro consolidado, por haber superado todas las pruebas posibles en la trayectoria de lucha), sino que también validó las conclusiones que él habría sacado respecto a la magnitud de la infiltración enemiga en las estructuras clandestinas de la guerrilla. Habría entonces que actuar en consecuencia, es decir: detectar y castigar ejemplarmente a los espías y colaboradores que el enemigo hubiera introducido en la organización.

Pero hay algo todavía más complejo en estos casos. Una vez producida la captura, la que muchas veces es seguida de una "desaparición" que implica no reportar la misma a ninguna autoridad administrativa o judicial, como suele ser natural en un estado de guerra, comienzan las desconfianzas de quienes son compañeros de armas del apresado.

Una vez comprobada la captura se produce un despliegue de las estructuras clandestinas para evitar que cualquier información que brinde el capturado sirva para golpear a las unidades guerrilleras. Pero el hecho de que no se reporte ninguna otra captura o desmantelamiento de bases, como resultado de la primera, no es motivo para suponer que no ha pasado nada, es por ello que las medidas de seguridad tomadas en contra de aquellos que una vez quedan libres han de volver a las filas, son drásticas.

En un nivel un tanto burdo, una vez producida la captura del guerrillero, se puede provocar un descalabro, lo que de inmediato delata al capturado. Pero puede ser que se trate de un trabajo más fino, que implique una colaboración más permanente con el ejército oficial, esta es la parte más delicada pues en ella es donde podemos hablar de un verdadero trabajo de inteligencia, lograr que jefes guerrilleros sigan trabajando en el máximo secreto con la Fuerza Armada.

En 1983, un año antes de la captura de Mayo Sibrián, el ejército salvadoreño había montado en San Vicente, corazón del frente paracentral, un proyecto modelo denominado Bienestar Para San Vicente, integrado al plan nacional de guerra conocido como CONARA, que replicaba las operaciones de pacificación de áreas específicas realizadas por los norteamericanos en Vietnam. Hacia 1992, la socióloga marxista chilena Marta Harnecker publicó el libro titulado Con la mirada en alto, historia de las FPL, basado en entrevistas con varios de los dirigentes de esa organización. Ahí, Salvador Sánchez Cerén, por entonces comandante Leonel González, se refiere a ese proyecto del ejército en los siguientes términos:

"Ocupaban las áreas de población civil para llevar a cabo su plan de acción cívica que consistía en llevarles profesores, abrir las escuelas, realizar algunas obras de infraestructura, instalar chorros, letrinas, llevar diversión a los barrios, a los cantones, asistencia médica, donación de ropas y víveres. Todo eso se llevó a cabo mientras realizaban la operación de exterminio contra las fuerzas guerrilleras. Y eso se iba complementando con todo un trabajo de inteligencia que, en aquella época no descubrimos, sino solo mucho después (...) Como el poder local que representaba al gobierno había sido destruido por nosotros, ellos tuvieron que empezar a construir una nueva forma de control, sobre la base de crear redes clandestinas de información. Una vez terminada la acción cívica, esas redes quedaban en contacto con la fuerza aérea y con la brigada".

Es imperioso referir que esa tendencia a ponderar un trabajo de inteligencia de nivel desproporcionado fue uno de los grandes errores de análisis estratégico del mando de las FPL. De ahí que la cura resultó ser peor que la supuesta enfermedad. Veamos: los planes del ejército que estaban encaminados a ganar la mente y corazón de las masas, eran más bien diseños políticos de guerra que buscaban arrebatar territorios controlados por la guerrilla y su influencia política en las masas.

Además, las operaciones militares son en cualquier caso una respuesta a la extraordinaria capacidad de combate de la guerrilla de ese período. Como lo hemos dicho en otros apartados de esta investigación, la pequeñez del territorio, la densidad poblacional y la altísima movilidad de la guerra llevó a ambos ejércitos a estar mezclados cotidianamente con la misma población civil y mucho de lo que uno u otro hacía en el terreno de combate siempre era conocido.

Ese rasgo de nuestra guerra tiene vetas de luz por donde quiera que lo observemos. La misma guerrilla tenía mucha información de los movimientos del ejército, pero esas informaciones no llegaban necesariamente por el conducto típico de una unidad de inteligencia o de infiltración, era la misma población la que contaba que había visto a tantos hombres armados pasar por equis lugar.

El que recibía la información era quien debía corroborar con sus propias unidades si eran fuerzas amigas u hostiles. Pero eso no es en modo alguno un plan tan bien articulado, como se quiere seguir argumentando para justificar las barbaridades cometidas. Un principio de todo ejército es contar con información de campo al momento de sus movimientos, para ello no requiere de ningún plan maquiavélico, más que moverse y tomar todo aquello que encuentre a su paso. La mejor información con la que cuenta es la que encuentra en el terreno.

El análisis hecho por Sánchez Cerén en aquel entonces bien pudo haber buscado descalificar el programa de acción cívica que siempre han implementado los norteamericanos en sus guerras de intervención, y nada mejor que acusar a los ingenieros, doctores, maestros, alcaldes, líderes comunales, de ser una red de trabajo de la inteligencia enemiga; el problema es que una vez hecho el análisis, torpe y simplista por cierto, se transmite a las jefaturas y militancias y lo que debió ser un estudio más serio, más bien sociológico, del estado de guerra y la vinculación de las masas, se vuelve un foco de ataque repleto de fantasmas que, unido a la doctrina purista de esa organización, pudo provocar los resultados que hoy conocemos con más detalles.

Esto prueba que, en la jefatura de las FPL y particularmente en su máximo comandante, Salvador Sánchez Cerén, existía la convicción de que en el frente paracentral estaba en curso una vasta operación de infiltración de informantes ("redes enemigas") en la periferia y al interior mismo de ese frente. Tomando esto en cuenta, y asociándolo a la ya descrita obsesión que Mayo Sibrián comenzó a experimentar en relación al tema de la infiltración enemiga, no es muy aventurado imaginar que, en el momento de evaluar la situación del frente paracentral, la Comisión Política de las FPL, a la cual pertenecía Mayo Sibrián, llegara a la conclusión de que era imperativo enfrentar con la mayor firmeza el problema en cuestión.

Precisamente por esos mismos días, finales de 1984 y principios de 1985, había tenido lugar un incidente en el paracentral. Pablo Parada Andino, (comandante Goyo), jefe militar de ese frente por entonces, había detectado problemas de disciplina y moral en los combatientes del batallón "Ernesto Morales".

Habiendo nacido, crecido y formado como combatiente y mando en esa misma zona, Goyo conocía perfectamente la idiosincrasia de sus hombres. Sabía que la mayoría de ellos venían combatiendo en las guerrillas desde principios, mediados o finales de los años setenta, enmontañados y alejados de sus familias, y que en esas condiciones era comprensible que se dieran periodos de cansancio y desmoralización. Sobre todo porque a esas alturas ya era evidente que la guerra, en lugar de tener un desenlace rápido, como se había presupuestado en la ofensiva general guerrillera de 1981, se prolongaría indefinidamente.

En esas circunstancias, Goyo y sus jefes tomaron una decisión poco usual, o en todo caso heterodoxa en relación al manual o la doctrina de las FPL, que contemplaba el máximo rigor contra el relajamiento disciplinario o el ablandamiento de la moral combativa de sus militantes: reunió al batallón en cuestión, les explicó el problema y les dijo que embuzonaran las armas y que se tomaran todos un mes de licencia para descansar y estar con sus familias.

Goyo sabía que existía el riesgo de que algunos ya no regresaran, pero su cálculo mental fue el siguiente: "Los que regresen son los auténticos combatientes, y con ellos, aunque sean pocos, si será posible llevar adelante una guerra cada vez más dura y agotadora".

La historia demostraría después, trágicamente que, lo que para el comandante Goyo era el comprensible cansancio del combatiente, en última instancia un problema relacionado a los ciclos de ascenso y descenso del entusiasmo, propios de la condición humana en general, para Mayo Sibrián, Salvador Sánchez Cerén, y para la mayoría de los miembros de la máxima jefatura de las FPL, era un signo evidente del trabajo de infiltración enemiga. Todo lo descrito anteriormente, permite suponer que Mayo Sibrián regresó al frente paracentral con una misión específica de contrainteligencia: detectar y aniquilar "las redes enemigas" infiltradas.

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