martes, 28 de octubre de 2008

Las FPL y Mayo Sibrián

Los militantes de las FPL veían en Cayetano Carpio y los demás fundadores los impolutos guardianes de la moral proletaria, dispuestos a combatir, con odio implacable, no solo al enemigo de clase sino también las desviaciones pequeñoburguesas dentro de la misma organización.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
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El primero de abril de 1970, no más de doce hombres se reunieron en secreto, en algún lugar de San Salvador, para fundar la que con el correr de los años llegaría a ser la guerrilla salvadoreña más grande y poderosa, pero también la más dogmática y sectaria: las Fuerzas Populares de Liberación, FPL.

Por esas mismas fechas, un grupo de jóvenes universitarios, formados en su mayoría en la corriente social cristiana, ya se había lanzado a la lucha armada clandestina, formando el núcleo inicial de lo que luego se convertiría en el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP

Los fundadores de las FPL provenían de otra tradición ideológica. El 30 de marzo, apenas un día antes de su cónclave clandestino, habían renunciado a su militancia en el Partido Comunista, del cual uno de ellos, Salvador Cayetano Carpio, había sido el Secretario General en los últimos seis años.

Carpio, un panadero de cincuenta años de edad por entonces, se había enrolado en las luchas sindicales desde 1943, y por ello había sido perseguido y encarcelado en varias ocasiones. A finales de los años cuarenta se integró al partido comunista; en 1953 cayó preso de nuevo y fue torturado por la policía. Cuando salió de la cárcel, después de veintiún días de mantenerse en huelga de hambre, sus camaradas lo enviaron a Moscú para que realizara estudios de marxismo-leninismo en la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Después de cuatro años concluyó su preparación, y luego de una estancia de tres meses en la China maoísta regresó a El Salvador, en 1957. Siete años después, en 1964, fue elegido Secretario General del Partido Comunista. Carpio no solo era un obrero él mismo sino que también era profundamente obrerista. Todo su pensamiento y su actividad tenían por base la afirmación marxista de que la clase obrera es la fuerza motriz de la revolución y es, además, depositaria natural de los más altos valores humanos.

Su radicalismo ideológico, en ese punto, generaba un permanente conflicto con los dirigentes comunistas provenientes de la clase media y aun de estratos económicos altos, intelectuales en su mayoría.

Al asumir la dirección del Partido Comunista, Carpio se concentró en el trabajo de organización obrera, inyectando en los sindicatos un elevado nivel de combatividad que culminó, hacia finales de los años sesenta, con intensas jornadas de protestas y huelgas. El panadero estuvo personalmente al frente de esas luchas, mostrando una tenacidad extraordinaria y un temple combativo expresado en su capacidad de resistencia ante la persecución, la cárcel y la tortura. Su gesta comenzaba a ser legendaria en los círculos de la izquierda salvadoreña.

El plan de Carpio consistía en desatar la violencia insurreccional de las masas. Pero esa voluntad, al menos según su propia percepción, se enfrentaba a la oposición de un bloque de derecha enquistado en la dirigencia comunista, y cuyo dirigente más representativo era Schafik Handal. Ese bloque se inclinaba hacia las formas legales de la lucha política, principalmente hacia la construcción de alianzas electorales con sectores que Carpio consideraba pequeñoburgueses.

Desatada la pugna ideológica entre esas dos corrientes, las posiciones de Carpio fueron finalmente derrotadas en los órganos de dirección partidaria. Aislados, Carpio y sus seguidores más cercanos optaron por la renuncia y por el compromiso de fundar una nueva organización cuyo principal esfuerzo, en esa fase inicial, se centraría en el aspecto militar.

Carpio y sus compañeros se clandestinizaron y a los pocos días comenzaron a ejecutar sus primeras acciones, que básicamente consistieron en asaltar a policías y vigilantes nocturnos para quitarles las pistolas. En los medios obreros, donde eran muy conocidos, comenzaron a preguntar por ellos, y pronto comenzó a rumorearse de que estaban formando una guerrilla. Al parecer no eran pocos los que querían sumarse a ese nuevo esfuerzo, pero ello implicaba una grave amenaza de desprendimientos dentro del Partido Comunista.

Para conjurar ese riesgo, la dirigencia comunista comenzó a propalar una especie, según la cual quienes habían abandonado el partido eran provocadores al servicio del enemigo, y concretamente eran instrumentos de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, según lo denunciaría después en varios escritos el propio Carpio.

Esa acusación, o más bien la tendencia a considerar como traición todo desacuerdo político, habría de marcar el aspecto más negativo de la izquierda salvadoreña en su conjunto, y sería la base directa de al menos tres de los hechos más dramáticos que marcan su historia: el asesinato de Roque Dalton en 1975, por parte del ERP; el asesinato de la comandante "Ana María" (segunda al mando de las FPL), ejecutada en 1983 mediante más de ochenta puñaladas por órdenes del mismo Carpio, según la posición oficial de esa misma organización; y la sanguinaria purga masiva realizada en el frente paracentral entre 1986 y 1989 por las FPL.

En una entrevista concedida al Servicio Informativo Ecuménico Popular, SIEP, en julio de 2008, Eduardo Santacruz, un antiguo militante que actualmente es miembro del tribunal de ética del FMLN, relata un detalle sumamente interesante relativo a la ruptura de Carpio con el Partido Comunista.

Santacruz había realizado un viaje a la ex Unión Soviética en esa época. A su regreso a San Salvador se entrevistó en una reunión privada con Carpio, quién le explicó las razones por las que renunciaría al partido, y lo invitó a que lo acompañara a fundar otra organización. Santa Cruz no aceptó, y dice:

-El 30 de marzo (de 1970) Carpio presenta su renuncia, y es aceptada. Entonces él devolvió bienes, entregó documentos y se le facilitaron fondos por algún tiempo, se le facilito vehículo y chofer, que era "Mayo Sibrián", que era el chofer de Carpio.

No es difícil deducir entonces que, muy probablemente, "Mayo Sibrián" fue uno de los fundadores de las FPL; es decir, miembro del primer y casi mítico Comando Central, el máximo organismo de dirección de esa naciente organización.

Contra las "desviaciones pequeñoburguesas" del ERP y otros grupos insurgentes, las FPL se autodefinía como garante exclusiva de los genuinos intereses proletarios, y por lo mismo como la vanguardia indiscutible del movimiento revolucionario salvadoreño. Su estrategia político-militar, definida como Guerra Popular Prolongada, GPP, partía de una certeza: luego de que el movimiento revolucionario derrotara al enemigo local (la oligarquía terrateniente y el ejército), tendría que enfrentar inevitablemente una invasión del imperialismo norteamericano.

Por ello era preciso preparar al pueblo para una larga y sangrienta guerra ("una revolución antioligárquica, anticapitalista y antiimperialista"), mediante la combinación de todas las formas y los medios de lucha, con un principio orientador básico: avanzar siempre bajo la guía del marxismo-leninismo que, se decía en sus documentos, por ser un pensamiento científico era inimpugnable.

Había también otro principio básico: el odio incesante, implacable y consciente al enemigo. Ese odio se expresaba con toda claridad en las dos consignas históricas de las FPL: "Porque el color de la sangre jamás se olvida, los masacrados serán vengados", "No negociaremos jamás sobre la sangre de nuestros muertos".

En sus primeros tres años de existencia, las FPL en su conjunto eran una extensión refleja de las virtudes y de los defectos personales de su fundador y máximo dirigente, Cayetano Carpio. Sus combatientes eran tenaces, severos, abnegados hasta el sacrificio extremo, dogmáticos y sectarios. Todos, independientemente de su origen de clase, habían pasado por un duro proceso de proletarización en su pensamiento y en su estilo de vida.

Dirigentes y militantes vivían con suma austeridad en los mesones más baratos de los barrios pobres, como si de aquellos primeros cristianos de las catacumbas se tratara, y como aquellos mismos practicaban un estricto ritual disciplinario que, en lugar de Dios, tenía por centro el ideal proletario, cuya viva encarnación era Cayetano Carpio.

En 1973, un comando de las FPL, en el que participaban directamente los fundadores y el mismo Carpio, realizó una arriesgada operación que consistió en el asalto, toma y destrucción del Consejo Central de Elecciones. En el refuego, uno de los guerrilleros del equipo de choque cayó herido ya en el interior del edificio, que para ese momento era devorado por las llamas. Sus compañeros lo creyeron muerto y se retiraron del lugar. El hombre, sin embargo, se arrastro entre el fuego y pudo salir de la zona, aunque quedó lisiado en una silla de ruedas durante un buen tiempo. Ese combatiente era "Mayo" Sibrián", y ese episodio pasó a formar parte de la "gesta gloriosa" de las FPL.

Con todo, el marxismo que Carpio había estudiado en Moscú, en los años cincuenta, era una doctrina simplificada y bastante superficial, condensada en aquellos tristemente célebres manuales hechos a la medida de la pequeña estatura intelectual de José Stalin. Por otra parte, la pureza ideológica propugnada por Carpio había hecho posible la mística combativa de los primeros dirigentes de las FPL, pero dogmatizaba y sectarizaba a la organización.

En ese contexto, los militantes de las FPL veían en Carpio y los demás fundadores a los impolutos modelos y guardianes de la moral proletaria, dispuestos a combatir en todo momento y hasta la muerte, con odio implacable, no solo al enemigo de clase sino también las desviaciones pequeñoburguesas que pudieran germinar dentro de la misma organización.

No fue casual entonces que, en 1983, según la versión oficial de las FPL, Carpio considerara una infiltrada a su segunda al mando, comandante Ana María, y le ordenara al jefe de seguridad interna de las FPL, comandante Marcelo, que la ejecutara. La orden fue cumplida en Managua mediante más de ochenta puñaladas... ¿de qué otra manera merece morir un traidor?, habrán pensado los ejecutores.

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