Frente Paracentral, informe de una matanza
En diciembre de 1983, en Chalatenango, las fuerzas de las FPL atacaron el Cuartel El Paraíso, sede de la Cuarta Brigada de Infantería del ejército nacional. Luego de intensos combates, los rebeldes lograron lo que parecía imposible, por cuanto no existía ningún antecedente hasta ese momento: la toma de un cuartel mediante el aniquilamiento de la tropa enemiga.
Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com
El eje de esa operación estuvo constituido por tres unidades de elite de las FPL: las Fuerzas Especiales Selectas, FES, y los batallones Ernesto Morales y Andrés Torres. El mando general estuvo a cargo del comandante Dimas Rodríguez, y entre sus ejecutivos se destacaron Goyo (Pablo Parada Andino) y Geovani (Fabio Balmore Villaobos), en tanto que los dos batallones mencionados fueron comandados por Walter (Abraham Villalobos) y Miguel Uvé (Nicolás Gracía) respectivamente. Goyo, Geovani, Walter, Miguel Uvé, esos extraordinarios guerreros campesinos, al igual que muchos del equipo de mando y de los fundadores de las FES, y de la mayoría de los miebros de los dos batallones, tenían algo en común: habían nacido y crecido como hombres, combatientes y mandos, en los territorios del frente para-central.
Al norte de la carretera Panamericana, en el departamento de San Vicente, entre cerros pelados que solo el invierno puede cubrir de follaje y yerbas, está el pueblo llamado San Esteban Catarina. Más allá de sus angostas y empedradas callecitas nace un camino vecinal que, hacia el norte, conduce entre lomas y quebradas a un viejo caserío llamado Cerros de San Pedro. Esa es la primera sub zona y la entrada al territorio que, a lo largo de los años ochenta, fuera conocido como frente para-central. Ese territorio fue ocupado mayoritariamente por las FPL, la mayor entre las cinco organizaciones guerrilleras que conformaban el Frente Farabundo Martí Para la Liberación Nacional FMLN.
Dos o tres kilómetros hacia el sur de San Esteban Catarina,está el desvío que lleva a la ciudad de San Vicente, donde todos los días un grupo de mujeres, morenas y bullangueras, corren detrás de los autobuses de pasajeros ofreciendo cantarinamente pinchos de fritangas de cerdo y res con tortillas. Una tradición tan vieja como el paisaje que luce sus estribaciones entre espigas de maíz, frijolares, cañas de azúcar, sembradíos de hortalizas, potreros para ganado y fincas de café.
Desde la carretera Panamericana se ve el valle de Jiboa con su verde inmaculado, coronado por la lejanía de un cielo azul que a ratos se abraza a las nubes que se pliegan a las cumbres más altas. La ciudad de San Vicente, la mayor del departamento, se ve al fondo, al pie de los cerros. Al sur oeste se levanta imponente, con sus dos tetas puntudas, el volcán Chinchontepec, cuyas estribaciones llegan a enraizarse en el departamento vecino de La Paz.
El Chinchonte, como le llaman los lugareños, fue un territorio que la guerrilla denominaba zona Jaraguá, lugar donde el agua satura la tierra volviéndola un recurso escaso para la librar la guerra. La presencia guerrillera se extendía con bastante seguridad hasta el poblado de Santa María Ostuma y los llamados territorios nonualcos, al oeste del volcán.
Al este de la ciudad de San Vicente y hacia el sur, hasta llegar a los terrenos de la jurisdicción de la ciudad de Tecoluca, entre la carretera que une a ambas ciudades, se abre un predio de cerros menores cuyas faldas terminan en las riberas del río Lempa. Allí se ubicó la zona guerrillera denominada Gavidia, en los caseríos El Socorro, El Palomar, San Fernando, La Soledad, San Juan Buena Vista, Cerro de La Campana y otros.
Más al este, al otro lado del Lempa, ya en el departamento de Usulután, se encontraban ubicados los campamentos de otra zona sub guerrillera, a la que los rebeldes llamaban Ángela Montano. Los nombres de cantones y caseríos aledaños como La Quesera, San Marcos Lempa, Tres Calles, Las Piletas, Nombre de Dios, y de ciudades como Berlín, San Francisco Javier o San Agustín, fueron harto conocidos por la gran cantidad de operaciones militares y la constante actividad bélica llevada a cabo, además, por las unidades guerrilleras del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP.
El mar, percibido desde las cimas de los cerros, se confunde con el azul del cielo en los departamentos de San Vicente, La Paz y Usulután. Desde las planicies surcadas por la carretera del litoral salvadoreño hasta la playa del Pacífico, se encontraba la zona conocida como La Costa, la quinta sub zona del frente para-central. Caseríos como Azacualpa, Las Anonas, El Despoblado, San Nicolás Lempa o el Estero de Jaltepeque, surcado por laberintos de agua, pantanos, pequeñas islas y la desembocadura del Río Lempa en el océano Pacífico, eran los territorios naturales de esa guerrilla altamente ofensiva y de sangre caliente.
Ningún otro frente de guerra presentó una variedad tan extensa de territorios: cerros pelados abandonados por sus pobladores originales; lomas y planicies cultivadas de cereales y hortalizas; riberas de ríos, incluyendo el más grande de El Salvador, el Lempa; territorios volcánicos y serranías; largas y extensas planicies donde enormes haciendas eran señaladas por cercos de alambre de púas, en las que en tiempos anteriores a la guerra transitaban cientos de cabezas de ganado; ensenadas, pantanos, esteros y playas, y el mismo mar adyacente, en el que las guerrillas se desplazaban en lanchas y avionetas para transportar personal y pertrechos de guerra.
Más de mil hombres armados de las FPL recorrían los territorios del para-central durante los primeros cinco años de la guerra: dos batallones de élite, el Ernesto Morales y el Andrés Torres, cada uno con casi cuatrocientos hombres armados hasta los dientes; más de seis columnas guerrilleras de tropas locales, unidades de milicianos, estructuras de apoyo y unidades de expansión territorial diseminadas en cantones y caseríos de cuatro departamentos: San Vicente, La Paz, Usulután y el norte de San Miguel, por donde los guerrilleros se comunicaban con los refugios de civiles ubicados en Honduras. En esos refugios las FPL mantenía un muy bien organizado y preciso trabajo de reclutamiento y de logística.
La guerrilla del para-central parece haber sido una de las más cualificadas y aguerridas, de mayor actividad bélica y de un desarrollo técnico en las tácticas de guerra de guerrilla, que peleó en uno de los escenarios más inhóspitos y difíciles, aunque alejado de los mayores y más importantes centros urbanos del oriente y el occidente del país.
Una vez extendido el mapa y surcado el territorio, uno de los mitos mayores de la guerrilla salvadoreña parece romperse. Durante los años de la guerra se conoció que las dos retaguardias, y por consiguiente, los mayores territorios guerrilleros bajo control, fueron el norte de Morazán y de Chalatenango. Pero una vez observada la complejidad de los territorios del para-central, su extensión, su variedad geográfica, los departamentos incluidos y la cantidad de tropa guerrillera, la historia se reescribe por sí sola.
La gente del para-central responde en común a esa situación geográfica, que es a la vez situación económica y social, muy especialmente política y excepcionalmente psicológica. Hombres curtidos por la pobreza y el sol, despojados de tierra; hambrientos, como los que deambulan en las páginas de la novela Jaraguá, del escritor Napoleón Rodríguez Ruiz; hombres de inseparable machete en mano y botas de hule; de penetrante voz y larga herencia de lucha. Esos hombres, muy distintos a los del norte del país, dorados por el sol, de mirada seca y manos tostadas por el trabajo duro, libraron en medio de la guerra otra batalla muy particular: contra sí mismos y los ideales, la doctrina, la religiosidad, el dogma, con que, paradójicamente, fueron entrenados para librar la guerra.
No fue casual que en las planicies de La Paz, San Vicente y Usulután, donde existían enormes haciendas y grandes cantidades de mano de obra agraria (jornaleros, trabajadores de temporada sin tierra), se haya desarrollado uno de los procesos políticos y económicos más influyentes de la vida de los salvadoreños: la reforma agraria llevada a cabo con la intención de detener la crisis social y política, iniciada en su primera fase por el coronel Arturo Armando Molina, quien gobernó el país entre 1972 y 1977.
Organizaciones como la Federación de Trabajadores del Campo, FTC, que aglutinó a decenas de miles de trabajadores agrícolas, tuvieron sus asentamientos en esas zonas. Mujeres y hombres estaban organizados en cientos de caseríos bajo una misma bandera, la del FTC, que formaba parte del Bloque Popular Revolucionario, BPR, que a su vez era el frente de masas de las FPL. De igual manera, la prepotencia y la agresividad de la mayoría de dueños de esas tierras, posibilitó un enfrentamiento crecientemente violento entre hacendados y campesinos pobres. El calor de la costa o la planicie es un marcador no sólo de la temperatura en el ambiente y en la sangre, sino también en la mentalidad, en la actitud y en la capacidad de respuesta ante las adversidades.
Por todo ellos, tampoco es casual que, desde que se fundó la guerrilla salvadoreña en 1970, la primera masacre de campesinos organizados y en resistencia, realizada por los gobiernos militares, tuvo lugar en el corazón de los territorios de lo que después llegó a ser el para-central, en el cantón La Cayetana, de San Vicente, en noviembre de 1974.
http://centroamerica21.com/edicion78/pages.php?Id=445
En diciembre de 1983, en Chalatenango, las fuerzas de las FPL atacaron el Cuartel El Paraíso, sede de la Cuarta Brigada de Infantería del ejército nacional. Luego de intensos combates, los rebeldes lograron lo que parecía imposible, por cuanto no existía ningún antecedente hasta ese momento: la toma de un cuartel mediante el aniquilamiento de la tropa enemiga.
Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com
El eje de esa operación estuvo constituido por tres unidades de elite de las FPL: las Fuerzas Especiales Selectas, FES, y los batallones Ernesto Morales y Andrés Torres. El mando general estuvo a cargo del comandante Dimas Rodríguez, y entre sus ejecutivos se destacaron Goyo (Pablo Parada Andino) y Geovani (Fabio Balmore Villaobos), en tanto que los dos batallones mencionados fueron comandados por Walter (Abraham Villalobos) y Miguel Uvé (Nicolás Gracía) respectivamente. Goyo, Geovani, Walter, Miguel Uvé, esos extraordinarios guerreros campesinos, al igual que muchos del equipo de mando y de los fundadores de las FES, y de la mayoría de los miebros de los dos batallones, tenían algo en común: habían nacido y crecido como hombres, combatientes y mandos, en los territorios del frente para-central.
Al norte de la carretera Panamericana, en el departamento de San Vicente, entre cerros pelados que solo el invierno puede cubrir de follaje y yerbas, está el pueblo llamado San Esteban Catarina. Más allá de sus angostas y empedradas callecitas nace un camino vecinal que, hacia el norte, conduce entre lomas y quebradas a un viejo caserío llamado Cerros de San Pedro. Esa es la primera sub zona y la entrada al territorio que, a lo largo de los años ochenta, fuera conocido como frente para-central. Ese territorio fue ocupado mayoritariamente por las FPL, la mayor entre las cinco organizaciones guerrilleras que conformaban el Frente Farabundo Martí Para la Liberación Nacional FMLN.
Dos o tres kilómetros hacia el sur de San Esteban Catarina,está el desvío que lleva a la ciudad de San Vicente, donde todos los días un grupo de mujeres, morenas y bullangueras, corren detrás de los autobuses de pasajeros ofreciendo cantarinamente pinchos de fritangas de cerdo y res con tortillas. Una tradición tan vieja como el paisaje que luce sus estribaciones entre espigas de maíz, frijolares, cañas de azúcar, sembradíos de hortalizas, potreros para ganado y fincas de café.
Desde la carretera Panamericana se ve el valle de Jiboa con su verde inmaculado, coronado por la lejanía de un cielo azul que a ratos se abraza a las nubes que se pliegan a las cumbres más altas. La ciudad de San Vicente, la mayor del departamento, se ve al fondo, al pie de los cerros. Al sur oeste se levanta imponente, con sus dos tetas puntudas, el volcán Chinchontepec, cuyas estribaciones llegan a enraizarse en el departamento vecino de La Paz.
El Chinchonte, como le llaman los lugareños, fue un territorio que la guerrilla denominaba zona Jaraguá, lugar donde el agua satura la tierra volviéndola un recurso escaso para la librar la guerra. La presencia guerrillera se extendía con bastante seguridad hasta el poblado de Santa María Ostuma y los llamados territorios nonualcos, al oeste del volcán.
Al este de la ciudad de San Vicente y hacia el sur, hasta llegar a los terrenos de la jurisdicción de la ciudad de Tecoluca, entre la carretera que une a ambas ciudades, se abre un predio de cerros menores cuyas faldas terminan en las riberas del río Lempa. Allí se ubicó la zona guerrillera denominada Gavidia, en los caseríos El Socorro, El Palomar, San Fernando, La Soledad, San Juan Buena Vista, Cerro de La Campana y otros.
Más al este, al otro lado del Lempa, ya en el departamento de Usulután, se encontraban ubicados los campamentos de otra zona sub guerrillera, a la que los rebeldes llamaban Ángela Montano. Los nombres de cantones y caseríos aledaños como La Quesera, San Marcos Lempa, Tres Calles, Las Piletas, Nombre de Dios, y de ciudades como Berlín, San Francisco Javier o San Agustín, fueron harto conocidos por la gran cantidad de operaciones militares y la constante actividad bélica llevada a cabo, además, por las unidades guerrilleras del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP.
El mar, percibido desde las cimas de los cerros, se confunde con el azul del cielo en los departamentos de San Vicente, La Paz y Usulután. Desde las planicies surcadas por la carretera del litoral salvadoreño hasta la playa del Pacífico, se encontraba la zona conocida como La Costa, la quinta sub zona del frente para-central. Caseríos como Azacualpa, Las Anonas, El Despoblado, San Nicolás Lempa o el Estero de Jaltepeque, surcado por laberintos de agua, pantanos, pequeñas islas y la desembocadura del Río Lempa en el océano Pacífico, eran los territorios naturales de esa guerrilla altamente ofensiva y de sangre caliente.
Ningún otro frente de guerra presentó una variedad tan extensa de territorios: cerros pelados abandonados por sus pobladores originales; lomas y planicies cultivadas de cereales y hortalizas; riberas de ríos, incluyendo el más grande de El Salvador, el Lempa; territorios volcánicos y serranías; largas y extensas planicies donde enormes haciendas eran señaladas por cercos de alambre de púas, en las que en tiempos anteriores a la guerra transitaban cientos de cabezas de ganado; ensenadas, pantanos, esteros y playas, y el mismo mar adyacente, en el que las guerrillas se desplazaban en lanchas y avionetas para transportar personal y pertrechos de guerra.
Más de mil hombres armados de las FPL recorrían los territorios del para-central durante los primeros cinco años de la guerra: dos batallones de élite, el Ernesto Morales y el Andrés Torres, cada uno con casi cuatrocientos hombres armados hasta los dientes; más de seis columnas guerrilleras de tropas locales, unidades de milicianos, estructuras de apoyo y unidades de expansión territorial diseminadas en cantones y caseríos de cuatro departamentos: San Vicente, La Paz, Usulután y el norte de San Miguel, por donde los guerrilleros se comunicaban con los refugios de civiles ubicados en Honduras. En esos refugios las FPL mantenía un muy bien organizado y preciso trabajo de reclutamiento y de logística.
La guerrilla del para-central parece haber sido una de las más cualificadas y aguerridas, de mayor actividad bélica y de un desarrollo técnico en las tácticas de guerra de guerrilla, que peleó en uno de los escenarios más inhóspitos y difíciles, aunque alejado de los mayores y más importantes centros urbanos del oriente y el occidente del país.
Una vez extendido el mapa y surcado el territorio, uno de los mitos mayores de la guerrilla salvadoreña parece romperse. Durante los años de la guerra se conoció que las dos retaguardias, y por consiguiente, los mayores territorios guerrilleros bajo control, fueron el norte de Morazán y de Chalatenango. Pero una vez observada la complejidad de los territorios del para-central, su extensión, su variedad geográfica, los departamentos incluidos y la cantidad de tropa guerrillera, la historia se reescribe por sí sola.
La gente del para-central responde en común a esa situación geográfica, que es a la vez situación económica y social, muy especialmente política y excepcionalmente psicológica. Hombres curtidos por la pobreza y el sol, despojados de tierra; hambrientos, como los que deambulan en las páginas de la novela Jaraguá, del escritor Napoleón Rodríguez Ruiz; hombres de inseparable machete en mano y botas de hule; de penetrante voz y larga herencia de lucha. Esos hombres, muy distintos a los del norte del país, dorados por el sol, de mirada seca y manos tostadas por el trabajo duro, libraron en medio de la guerra otra batalla muy particular: contra sí mismos y los ideales, la doctrina, la religiosidad, el dogma, con que, paradójicamente, fueron entrenados para librar la guerra.
No fue casual que en las planicies de La Paz, San Vicente y Usulután, donde existían enormes haciendas y grandes cantidades de mano de obra agraria (jornaleros, trabajadores de temporada sin tierra), se haya desarrollado uno de los procesos políticos y económicos más influyentes de la vida de los salvadoreños: la reforma agraria llevada a cabo con la intención de detener la crisis social y política, iniciada en su primera fase por el coronel Arturo Armando Molina, quien gobernó el país entre 1972 y 1977.
Organizaciones como la Federación de Trabajadores del Campo, FTC, que aglutinó a decenas de miles de trabajadores agrícolas, tuvieron sus asentamientos en esas zonas. Mujeres y hombres estaban organizados en cientos de caseríos bajo una misma bandera, la del FTC, que formaba parte del Bloque Popular Revolucionario, BPR, que a su vez era el frente de masas de las FPL. De igual manera, la prepotencia y la agresividad de la mayoría de dueños de esas tierras, posibilitó un enfrentamiento crecientemente violento entre hacendados y campesinos pobres. El calor de la costa o la planicie es un marcador no sólo de la temperatura en el ambiente y en la sangre, sino también en la mentalidad, en la actitud y en la capacidad de respuesta ante las adversidades.
Por todo ellos, tampoco es casual que, desde que se fundó la guerrilla salvadoreña en 1970, la primera masacre de campesinos organizados y en resistencia, realizada por los gobiernos militares, tuvo lugar en el corazón de los territorios de lo que después llegó a ser el para-central, en el cantón La Cayetana, de San Vicente, en noviembre de 1974.
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