viernes, 13 de febrero de 2009

Informe de una matanza: El hijo de Agustín la Liebre


Un anexo al Informe de una matanza


Ramón, hijo de Pablo Esquivel (conocido como Agustín la Liebre en el frente paracentral, y asesinado por sus mismos jefes), oyó hablar del libro Informe de una matanza. Grandeza y miseria en una guerrilla. Entonces decidió contactarnos. Berne Ayalá fue hasta su rancho y descubrió que la historia de los Esquivel es mucho más dolorosa de lo que creíamos.

Berne Ayalá

Escritor salvadoreño
redaccion@centroamerica21.com

La llama prendida calienta el agua para el café,las musarañas del final de la tarde se mecen como arañas en la pared construida con tablas, un perro enano pasa al lado del poyetón arrastrando un pedazo de cadena, en el corredor de tierra no hay sillas, más que un tablón largo en forma de banca cuyas patas están sembradas en el piso.

Desde la puerta que conduce al interior se observan las hamacas colgadas y los canceles de plástico con flores de colores con los que se cubre el interior del dormitorio, él va vestido de calzoneta, su tío, el capitán Juan Patojo, le recuerda el parecido con su padre y su conversación adquiere el tono del territorio árido que hoy rodea su choza, el ruido del río tiembla atrás, pero también la fotografía de la guerra:

-No, si este es Pablo, no puede ser otro, Pablo Esquivel -dice Ramón, mencionando el nombre de su padre, mejor conocido en la guerra como Agustín la Liebre, recordando los comentarios que hace todo aquel que conoció al veterano guerrillero que fue su progenitor y lo compara con él. Al verlo a los ojos hemos preferido quedarnos con esa versión, de que Ramón es el vivo retrato de Agustín, es en definitiva una idea atractiva para la historia de una familia sumamente admirable, la de los Esquivel.

-Y aquel hombre estaba alegre cuando yo le dije que era Pablo (Agustín), y pregunta que si es cierto porque lo veía igualito y entonces creyó que no había muerto -dice Juan Patojo.

-Y usted se llama Pablo, me pregunta, y yo le digo que no y él me dice nombre si es que así le hubieran puesto porque es igualito -agrega Ramón al recordar lo que le dijo el hombre que salía de la sorpresa.

La familia nuclear de Pablo Esquivel, mejor conocido en la guerrilla como Agustín la Liebre, estaba constituida por seis miembros, los esposos y cuatro hijos. Los esposos y los dos hijos mayores se fueron a la guerra en el frente paracentral, sólo sobrevive Ramón, en cuya casa hemos situado nuestra cámara y nuestros sentidos. A uno de los hermanos menores lo llevaron a un refugio de Honduras y después se fue a Estados Unidos donde hoy vive.

Ramón llegó a convertirse en guerrillero a la edad de nueve años. La sola mención de su edad, similar a la de uno de los niños que juega dentro de su casa, vuelve inevitable la reflexión acerca de la infancia de la militancia guerrillera en El Salvador. Llegó al frente en el año 1986 y cuando cumplió sus once años estaba listo para acompañar a las tropas que participaron en la ofensiva de 1989.

-Antes pasé peleando en la zona de la Ángela Montano. Si a los seis meses de haber entrado ya me habían mandado a poner una emboscada. Fue el primer susto que tuve -dice Ramón.

Agustín fue instructor de su propio hijo en el frente paracentral, después dejaron de verse, salvo en algunos momentos muy cortos cuando las columnas guerrilleras donde cada cual andaba se entrecruzaban por aquellos lugares. Durante la ofensiva de 1989 Ramón vio combatir a su padre, cuando andaba al mando de un destacamento guerrillero.

Ramón recuerda hoy a dos de los jefes de su unidad en aquellos duros días de combate, los tenientes Carlos y Moris, cuya sola mención invoca los oscuros procedimientos de exterminio suscitados en el frente paracentral. Ambos han sido señalados por los testigos como dos de los mayores ejecutores directos de muchos guerrilleros.

-A los tres días que entramos a Zacatecoluca y se vio la cosa perra, heridos, muertos y pedaceados por todos lados, el teniente Moris se cagó, le agarró pálida. Y lo perro fue que había que ver qué hacer. Inmediatamente lo cambiaron y pusieron a Carlos -dice Ramón.

Ramón estuvo en varias de las zonas del frente paracentral, pero también combatió en el norte de Chalatenango. Antes de que se diera la batalla de la ofensiva de 1989, cuando Ramón y uno de sus hermanos estaban destacados en la zona de la Ángela Montano, de donde eran originarios, ambos recibieron la orden de pasar al otro lado del río, a la zona de Gavidia. Ramón no aceptó, quizá por una intuición, lo cierto es que su hermano sí obedeció la orden. Hoy recuerda que esa vez lloró, cuando le dijeron que su hermano había caído en una emboscada. Fue el único de los tres miembros de su familia que cayó en combate.

El fusilamiento de Agustín la Liebre fue el primero que conocimos en nuestra investigación, en efecto, como su hijo lo recuerda, fue asesinado por sus mismos compañeros poco tiempo después de la ofensiva de 1989, en los primero meses de 1990.

Pero hay una parte de la historia que no conocíamos. La madre de Ramón, esposa de Agustín la Liebre desde antes que comenzara la guerra, también fue fusilada. Se llamaba Rosa y habían vivido al norte de San Agustín, en el departamento de Usulután.

-Primero mataron a mi mamá. Me reunieron a mí, como para concientizarme de que la habían matado. Me habló Judas y me habló el Cuto Nelson y Raúl Médico. Ellos tres hablaron conmigo, que la habían ajusticiado y que era contra. Y el problema no fue así, lo que pasó es que a mi mamá se le fue un disparo y le dio a otra compañera y por eso la ajusticiaron. A ella la fusilaron en la zona de la costa. A ella la mataron antes de la ofensiva y a mi papá después. Luego vienen y matan a mi tío José Esquivel (de seudónimo Carlos Clavo). Él se fue para Cuba y de allá salió en un avión y lo mataron en Nicaragua -recuerda Ramón.

La familia Esquivel se ve golpeada no sólo por las muertes de sus familiares que cayeron en combate sino también por la misma decisión de sus mandos. Es indiscutible que ante la muerte injusta de un pariente se vendría el reclamo de los sobrevivientes, quienes de antemano estaban en la lista de sospechosos por el solo hecho de ser familiares. ¿Qué familiar, qué hijo, que hermano, que esposo, no reclamaría por la muerte de un pariente suyo?

-Después de todo eso me agarraron en el volcán y me querían desarmar. Yo le dije a Judas que el fusil no se los daba y que no se los daba. Yo estaba en investigación. Hicieron una matazón en el pelotón donde yo estaba. Solo quedamos vivos tres: la Xiomara, Luis y yo, solo los tres quedamos vivos de los treinta. A toditos los fusilaron nuestros jefes. Eso después de la ofensiva. En ese pelotón había bastantes de la zona de Gualcho (norte de San Miguel), gente que llegó para reforzar en la ofensiva. Y eran compañeros buenos para pelear, buenísimos. Con ese grupo vine yo a la zona de Zacate para apoyar en la ofensiva. Pero también hubo unos dos que se lograron escapar, Elmer (segundo jefe del pelotón) y una cipota, cuando vieron que en la noche agarraban a la gente y la desaparecían. Nadie hablaba nada porque estaba perro. Si esa gente no se va también la matan -explica Ramón.

Ramón tiene ahora 31 años de edad, entonces, cuando vio morir a sus compañeros, era apenas un niño de doce años. Pero no sólo eso, también fue conminado a cuidar a sus propios compañeros en una de esas noches. Uno de ellos era Amílcar y una guerrillera llamada María. Hoy, con el tiritar del fuego de la hornilla que prende a uno de sus costados, nos recuerda esa que sin duda fue una de sus pesadillas:

-Los dos estaban quebrados, y desnuditos. Y me decía la cipota: levantame y nos vamos y yo le decía y cómo vas a caminar así toda quebrada, o dame el fusil, me decía. Y alguien me estaba vigiando a mí, a ver qué hacía. Si te suelto me van a matar a mi, le dije. Y además de nada sirve que te suelte si no te podés ir. Daba pena ver a los compas así tirados si semanas antes habíamos andado juntos peleando contra el enemigo ahí por el ingenio.

Las historias contadas por los sobrevivientes calzan como los pies en los zapatos adecuados aún cuando muchos de ellos no se conocieron en aquellos días de la guerra, las valoraciones de los jefes y los testimonios de aquellos que fueron guerrilleros muy jóvenes hablan por sí solos, nos muestran una realidad subyugante.

-Nos mandaron a cinco a hacer un golpe de mano, no fueron los que exploraron sino que nosotros que no conocíamos las posiciones del enemigo. Y fue bien raro porque cuando nos mandaron al ataque entramos en medio de los posiciones del enemigo y peleamos duro pero no nos mataron. A los tres días de que llegamos nos amarran como si lo que querían es que nos mataran. Entonces fue que mataron a los otros compas, porque no salió bien el operativo. O sea que era como si nos hubieran mandado para equivocarnos y luego nos mataban, bien raro.

A Ramón le dijeron que la muerte de su padre, Agustín La Liebre, había sucedido debido a que era "contra". Ésa fue la explicación que le dio Judas, pero él no la aceptó y les argumentó que si así hubiese contra no hubiera peleado como peleó en la ofensiva o hubiera matado a sus compañeros.

-Yo no creo, no creo y no creo, le dije. Cómo no, me dijo él, si toda tu familia es rebelde. Y como es cierto que mataron a varios -reflexiona.

Un hermano caído en combate y con sus padres fusilados por los mismos compañeros, Ramón siguió combatiendo, jamás desertó, jamás abandonó las filas de la guerrilla, quizá porque no conoció otro mundo sino el de la guerra, quizá porque fue llevado a las líneas de fuego desde los nueve años, quizá porque su tiempo no fue otro que el de la muerte. Y fue con otros sobrevivientes al norte de Chalatenango, aún después de todo eso, y con tres pelotones del frente paracentral acorralaron a las unidades del batallón élite Bracamontes y lo hicieron adentrarse en el territorio de Honduras.

Ramón es sereno al hablar, se percibe en él el aura del "viejo guerrero", un término que suena extraño al verlo cargar a su prole, su veteranía a los apenas treinta y un años representa una de esas vidas que no quisiéramos dejar de contar en esta saga de los Esquivel, una familia de la que nos falta hablar todavía en esta gran historia del frente paracentral, de los hermanos de Juan Patojo, de la madre de Agustín y de cómo esa familia se asentó en Usulután y cómo es que a pesar de los pronósticos siguen sembrando un jardín entre los chiriviscos tostados de cada verano.

http://centroamerica21.com/edicion90/pages.php?Id=647

4 comentarios:

Unknown dijo...

la verdad cuanta tristeza me da leer estas historias pero por increible que parezca no alcanzo a comprender que les metieron en la cabeza a esta gente para que abandonaran todo por irse a las montañas si asi como estan viviendo entiendo que no ganaron nada sin embargo funes que nunca a levantado un fusil ahi va de candidato para presidente que ironica es la vida

Unknown dijo...

A LO MEJOR TANTOS QUE LUCHARON EN LAS MONTAÑAS LES METIERON IDEOLOGIAS Y EN ESE MOMENTO LES CREYERON PERO SI YA SABEN COMO SON LOS DEL FRENTE POR QUE A ESTAS ALTURAS LES SIGUEN CREYENDO YO TENGO ENTENDIDO QUE A LOS POBRES COMBATIENTES NO LES DAN LA MAS MINIMA AYUDA SOLO SE ENGORDAN LAS ALTAS DIRIGENCIAS AQUELLOS QUE SOLO LES DABAN PAJA Y QUE NUNCA PASARON LAS MISERIAS QUE ELLOS O YA LE HAN IDO A PEDIR AYUDA A UN DIPUTADO Y SE LAS HA DADO NO NOS ENGAÑEMOS SOLO FUERON CONEJILLOS DE INDIAS

respe dijo...

A mi me da tristeza saber que exista gente tan Ruin, como los hermanos Galeas y secuaces!

Oportunistas despreciables, el pueblo sabra pagarles como se merecen, hijos de Judas iscariote!

warming dijo...

Al igual q alos soldados les inculcaban luchar por la patra.. Cuando en realidad luchavan por cuidar la oligarquia salvadorena.