jueves, 4 de diciembre de 2008

Noviembre sangriento (Segunda parte)


Marvin Galeas*

La idea de una gran ofensiva militar había estado obsesionando a Joaquín Villalobos, desde mediados de 1986. Atilio, su nombre de guerra, era el máximo jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo y el más joven de los cinco integrantes de la comandancia general del FMLN. Había entrado a Morazán en noviembre de 1982. Llevaba 14 fusiles AK-47 de fabricación soviética. Era un regalo de Fidel Castro para cada uno de los máximos jefes militares del ERP.

Desde su llegada estructuró un puesto de mando móvil muy similar al de un ejército profesional. Lo conformaban unos doscientos hombres distribuidos en secciones de inteligencia y contrainteligencia, comunicaciones operativas y estratégicas que enlazaban los frentes de guerra y las retaguardias de San Salvador, Managua y Tegucigalpa; los encargados de la logística, fuerza de seguridad y el equipo de Radio Venceremos.

Desde principios de 1986, Atilio tenía la certeza de que la guerra estaba empatada. La guerrilla en 1983 había enfrentado al ejército en una serie de grandes batallas, que incluía la defensa de posiciones. Había sido un buen año para el ejército guerrillero. Pero en 1984 todo cambió. La Fuerza Armada introdujo más batallones de reacción inmediata, más aviones y helicópteros e introdujo nuevas modalidades de combate.

Para complicar más las cosas el apoyo logístico desde Managua se había casi interrumpido, debido a las presiones políticas y militares del gobierno de Ronald Reagan. Hubo, en ese año, bastante desmoralización en los frentes guerrilleros. Las deserciones eran frecuentes. Entre 1984 y 1985, la guerrilla pudo haber perdido la guerra. Sin embargo supo resistir aplicando una estrategia de pequeñas unidades dispersas en el terreno haciendo guerra de desgaste, minas, francotiradores y sabotajes a objetivos económicos.

En los dos años siguientes la guerra se estabilizó y entró en un ciclo que parecía interminable: repetidos operativos contrainsurgentes en las áreas rurales del país y respuestas guerrilleras en las áreas vitales estratégicas. Era la de nunca acabar. Pero hacia finales de 1987 las gestiones de las organizaciones guerrilleras lograron que los países del entonces campo socialista dieran un apoyo más decidido.

Miles de fusiles AK, cohetes RPG-7, fusiles de alta precisión Dragonov, así como millones de proyectiles y pertrechos entraron a los frentes guerrilleros desde Corea del Norte, pasando por Cuba y Nicaragua. Las armas entraban por mar en pequeñas lanchas ultrarrápidas, que partían de noche desde las costas de Nicaragua, burlaban los complejos sistemas de vigilancia montados por el ejército de Estados Unidos en el golfo de Fonseca, hasta desembarcar en las playas de Usulután.

También ingresaban por tierra en depósitos clandestinos construidos en todo tipo de vehículos, a través de la frontera entre Nicaragua y Honduras. Luego en Tegucigalpa las armas eran escondidas entre barriles y sacos de alimentos que supuestamente iban dirigidos hacia los campamentos de refugiados de salvadoreños ubicados en territorio hondureño, pero muy cerca de los frentes guerrilleros de Morazán y Guazapa.

La ruta aérea, usada con menos frecuencia, era la más peligrosa. Pequeñas avionetas volaban cargadas de fusiles en horas de la noche, desde Nicaragua hacia pistas clandestinas en diversos puntos del país. Para principios de 1988 la guerrilla había renovado casi todo su armamento. El AK pasó a ser el fusil reglamentario del guerrillero. Los viejos M-16 fueron ocultados en depósito subterráneos y pronto serían enviados hacia las ciudades para los proyectados alzamientos populares.

Los líderes del ERP convencieron, no sin muchas dificultades, a las FPL y el Partido Comunista que la ofensiva militar en las ciudades desentramparía la guerra y podría terminar en una insurrección y en la victoria militar. Estas dos últimas organizaciones al principio creían que era nueva aventura de los locos del ERP, pero al final entusiasmados con las armas y con la reactivación de los movimientos de masas, aceptaron.

En abril de 1989, el ERP, estableció el puesto de mando estratégico de la ofensiva en una finca ubicada en las afueras de Managua. Exactamente el kilómetro 13 y medio de la carretera vieja a León. Casi todos los mandos guerrilleros salieron clandestinamente hacia Managua para la planificación de las maniobras militares. Todos regresaron entre julio y agosto. Todos, excepto cuatro. Ellos iban a ser los encargados de la coordinación de las operaciones y la coordinación con las otras fuerzas guerrilleras. La cuenta regresiva para noviembre había comenzado.

*Columnista de El Diario de Hoy.

http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_opinion.asp?idCat=6342&idArt=3092437

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