lunes, 8 de diciembre de 2008

Goyo y Miguel Uvé: "¿Qué está pasando en el paracentral?"

Dimas Rodríguez, miembro de la máxima jefatura de las FPL, era el más escéptico respecto al informe de la "vasta infiltración enemiga", y el más interesado en investigar y poner las cosas en claro.

Geovani Galeas/Berne Ayalá
redaccion@centroamerica21.com

No había valle o serranía, playa o volcán, camino o recoveco del frente paracentral en el que Goyo no fuera conocido y respetado por los jefes y combatientes guerrilleros, lo mismo que por sus familias.

Había nacido en esa zona. Allí se había incorporado a la lucha como un joven organizador campesino allá por 1977. Allí se había sumado a las FPL por esas mismas fechas, y había ido ganando progresivamente, en combate, las jefaturas de escuadra, pelotón, columna, destacamento, batallón, operaciones y Estado Mayor, hasta convertirse en el comandante Goyo, jefe militar del frente paracentral.

En abril de 1986 se le informó que tendría que cumplir una misión especial fuera del país. Unas semanas después llegaba a Cerros de San Pedro el hombre al que la máxima jefatura del las FPL había elegido para sustituirlo: el comandante Mayo Sibrián.

Después de entregar el mando, y tras la ya mencionada conferencia de coordinación con Mayo Sibrián, se puso en camino. Su ruta de salida, con escalas de descanso y coordinaciones, pasaba por la zona guerrillera conocida como Radiola, el cerro de Guazapa y el cerro Bonete. Antes de llegar a este último punto, se detuvo algunos días en la comunidad Tres Ceibas, en el norte de la ciudad de Apopa. Habían transcurrido unos dos meses desde que saliera de Cerros de San Pedro.

Una noche, en Tres Ceibas, recibió la visita de un grupo de familiares de guerrilleros de esa zona que habían sido enviados al frente paracentral. Le contaron angustiados que se estaba rumoreando que a algunos de sus parientes habían sido acusados de traición, y los habían torturado y matado sus mismos jefes. Esa información desconcertó a Goyo, pero era demasiado imprecisa como para tomarla como una certeza. Al día siguiente reemprendió la ruta que finalmente lo llevaría hasta Cuba.

Un par de meses después de su llegada a La Habana, Goyo recibió la visita de tres miembros de la comandancia de las FPL. Querían saber cómo evaluaba él las condiciones de seguridad del frente paracentral. Estaban preocupados porque habían recibido informes sobre una vasta red de infiltración enemiga, tanto en las bases de apoyo en la población civil como entre las mismas tropas guerrilleras.

Goyo les dijo que esa aseveración le parecía incoherente, que una infiltración de esa magnitud era imposible. Durante años él había realizado en ese frente, con la misma tropa, operaciones militares pequeñas, medianas y grandes, acciones logísticas a gran escala entre la población civil y bajo estrictas medidas de clandestinidad, y todo lo que él había observado durante esas experiencias estaba contemplado dentro de la normalidad de un estado de guerra.

Los tres comandantes quedaron indecisos. No podían dudar de la evaluación de un cuadro con la experiencia política y militar de Goyo, pero le pusieron un ejemplo de lo que Mayo Sibrián había reportado como un signo de la infiltración. Se trataba de una operación en la que un grupo comando, teniendo a tiro a la unidad enemiga, había lanzado las granadas sin lograr pegar en el objetivo. Goyo pidió más detalles sobre ese incidente, y luego les presentó su consideración al respecto.

-Es una típica acción en medio de un operativo enemigo. En esas circunstancias la exploración se hace sobre la marcha, los compas se echan las cargas al lomo y si hay tiro lo hacen sin más. Pero igual si andan cansados o están con hambre, y les toca efectuar el golpe de mano a las diez de la noche, un cusuco o una taltuza que salta por ahí en el monte los puede confundir y así se provoca un error. De esas experiencias les puedo contar cientos-, concluyó Goyo, ya adivinando y deplorando la suerte que los muchachos comandos habrían corrido.

Uno de los tres comandantes, el legendario Dimas Rodríguez, era el más escéptico respecto al informe de la "vasta infiltración enemiga", y el más interesado en poner las cosas en claro, de acuerdo a Goyo. Fue él quien le preguntó cómo se explicaba, entonces, que Mayo Sibrián cometiera un error de apreciación tan grave.

La respuesta de Goyo fue directa y contundente:

- Mayo asumió, en el frente paracentral, el mando de dos batallones de élite, más de cinco columnas guerrilleras, un gran número de personal asignado a milicias, talleres y logística, o sea, casi la mitad del total de las fuerzas de las FPL; es decir que le asignaron una responsabilidad sobre una gran cantidad de territorio y de tropa, lo que superó sus capacidades tácticas, estratégicas y hasta psicológicas. Ustedes lo saben bien, lo más que Mayo había llegado a comandar era un destacamento, y de pronto le pusieron en las manos toda esa fuerza, cualquiera puede tener problemas en esa situación-, finalizó Goyo.

Miguel Uvé, la muerte de los amigos

Nicolás García, el comandante Miguel Uvé, es originario de San Vicente. Se incorporó a la guerrilla en 1974. Su pseudónimo Uvé deriva del hecho de haber sido uno de los fundadores de las Unidades de Vanguardia de las FPL. En el paracentral estuvo al mando del batallón "Andrés Torres" hasta 1983. Ese año fue enviado a Chalatenango, donde junto a otros otros comandantes también provenientes del paracentral, Goyo, Ramón Torres, Giovani y Walter, participó en la conducción de batallas que ahora son casi legendarias, como la del ataque a la Cuarta Brigada de Infantería.

Ya casi al final de la guerra, en abril de 1991, viajaba en un vehículo junto al comandante Antonio Cardenal (Jesús Rojas) y un grupo de combatientes, en una zona que consideraban segura en el norte de Chalatenango. Sin embargo, fueron sorprendidos por una emboscada montada por una unidad especial del ejército.

Jesús Rojas fue impactado mortalmente por una de las primeras ráfagas, a las que sucedió el ametrallamiento a mansalva y el lanzamiento de granadas de mano. La mayoría de guerrilleros caen abatidos, y solo quedan cuatro sobrevivientes heridos que tratan escapar arrastrándose y disparando sus armas. Uno de ellos es el comandante Miguel Uvé, que alcanza a parapetarse detrás de una piedra. Miguel intuía que Jesús Rojas, miembro de la máxima dirección de las FPL, estaba muerto, y le preocupaba que en su mochila cargaba no solo una gran cantidad de dinero sino, también, las claves de las comunicaciones e importantes documentos internos. En esa misma emboscada murieron varios guerrilleros del frente paracentral: Nando, Alirio, Manolón y otros más.

Muy cerca de ahí, a ambos lados de la calle, acampaban varias unidades guerrilleras que ya habrían reaccionado ante la balacera, y estarían por llegar al sitio. Miguel y sus compañeros decidieron entonces seguir disparando, con el objeto de proteger la mochila de Jesús Rojas mientras llegaban los refuerzos. La unidad del ejército también sabía de la cercanía de los otros guerrilleros, y tuvieron que abandonar la posición ante la resistencia de los heridos y la inminencia del contraataque guerrillero.

Pero mucho antes de eso, en 1986, pocos meses después de la llegada de Mayo Sibrián al frente paracentral, Miguel comenzó a recibir correos de sus amigos y compañeros de aquel frente de guerra. Las noticias que le enviaban eran desconcertantes. Algunos de los jefes de destacamento del batallón que él había comandado años atrás, el "Andrés Torres", le contaban que la situación era grave, que sentían temor de morir a manos de sus mismos mandos, pues se había caído en una extraña situación de desconfianza generalizada.

Dos de esos jefes de destacamento, Chamba y Rogelio, le confiaron que temían que de un momento a otro se les acusara de traición injustamente, como a tantos otros compañeros a los que ya habían matado. El comandante Miguel Uvé se consternó por semejantes noticias, pues conocía a fondo a esos guerrilleros con quienes había combatido hombro a hombro durante varios años, y por cuya lealtad podía poner las manos al fuego. Muy poco tiempo después, Miguel recibió el informe de que, en efecto, Chamba y Rogelio habían sido ejecutados "por infiltrados". Al igual que Fermín, por los mismos días, tampoco Miguel Uvé imaginaba que la matanza del paracentral, apenas había comenzado.

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3 comentarios:

Unknown dijo...

Para mi forma de ver ,segun este relato el infiltrado era mayo ,por que el era q estava matando a sus mismos compañeros

Unknown dijo...

Guerrilleros que ni el ejercito podia matar, y mayo facilmente lo hizo

Anónimo dijo...

El problema fue darle mucho poder a ina persona, él mandaba de forma absoluta y totalitaria, su instinto criminal lo llevo a masacrar a sus mismos compañeros. Pero también alli hay gato encerrado, ¿sabiendo que era un desquisiado, por qué no lo mataron antes en una sublevación. Seguro hay otros cómplices, que en realidad eran infiltrado y daban falsa información al psicópata de Mayo.