lunes, 29 de septiembre de 2008

Juan Patojo: "Los muertos fueron bastantes"

Frente Paracentral, informe de una matanza

"En esa matazón también va mi raza. Mataron a Chepe Campos, mi sobrino. A él lo mataron en Nicaragua, y allá no estaba Mayo, pero allá lo mataron las FPL a él y a otro montón de compas" Aquí mataron a Pablo Campos, hermano de Chepe, y a otros tres sobrinos míos: Amadito Esquivel, Beto y José Luna, y tenían amarrada a Mariana Díaz, hija de otro hermano mío. Ninguno de ellos era infiltrado. Que podía haber infiltrados, sí, como en todos los frentes, pero no puede ser tanta gente. Porque los muertos fueron bastantes, esos que les he dicho son solo los de mi raza".

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com
Especial de Centroamérica 21

El comandante Mayo Sibrián llegó por primera vez a la zona sur de Usulután, en el año 1982. Llegó como responsable de una unidad militar, todavía no era el comandante en jefe del frente Paracentral. Iba precedido por la leyenda de haber estado en el mando de la fuerza que, en una operación espectacular, voló el Puente de Oro en octubre de 1981.

Uno de los primeros hombres de su confianza en la zona fue Juan Patojo. Así le llaman y no le incomoda porque ese fue su nombre de guerra. Juan ingresó al BPR en 1975, y de ahí pasó a las FPL en la zona costera de su natal Usulután. Su primera unidad militar, que operaba en las cercanías de Jiquilisco, la conformaban seis hombres, pero ya para 1980 eran sesenta: "Yo me eché toda la guerra pegado al mar, aquí combatí siempre y aquí llegué a ser capitán en las filas de la guerrilla", relata.

Ahora vive en su rancho rodeado de charcos y lodo revuelto con estiércol de vaca. No lleva camisa y su pecho desnudo muestra los largos años de sol entre aquellas planicies pantanosas y riachuelos que un poco al sur se unen a al mar Pacífico. Una hornilla de tierra empotrada en un tapesco de madera tiene rastros de ceniza caliente bajo los peroles y las cacerolas que aun sueltan aroma de frijoles refritos. "Yo aquí paso pobrezas con la mujer y los hijos, pero vivo de yo, de mi trabajo en esta tierra. A nadie le he pedido ni le pido nada", dice con orgullo.

La esposa de Juan se escurre en el interior de la casa para dejarnos conversar sobre la guerra. Ella aguarda en el silencio aunque también es veterana de esa historia oscura de la que ambos saben que queremos conversar.

La costa y las planicies que se extienden en el sur del departamento de Usulután, muy cerca de donde hoy vive, en el vecino departamento de san Vicente, fue el territorio donde este hombre se hizo guerrero. Orgulloso a pesar de todo, como lo dice, de haber sido de las FPL: "Y además yo siempre fui sectario", reconoce, aunque por igual sabe bien que de ahí para arriba, hasta subir a los cerros y los volcanes, se cuentan las historias negras de la matazón.

"Ahora ya todos dicen que Mayo era malo o que estaba loco. Pero eso no es cierto, él era un hombre correcto", asegura, aunque en sus últimas palabras la voz se le apaga suavemente. La esposa de Juan tenía dieciséis años cuando se incorporó a las FPL: "A ella le fusilaron un hermano en esa que le dicen la matazón de Mayo. El muchacho se llamaba David y era combatiente", recuerda, y vacila un poco antes de seguir hablando:

"En esa matazón también va mi raza. Mataron a Chepe Campos, mi sobrino. A él lo mataron en Nicaragua, y allá no estaba Mayo, pero allá lo mataron las FPL a él y a otro montón de compas. Aquí mataron a Pablo Campos, hermano de Chepe, y a otros tres sobrinos míos: Amadito Esquivel, Beto y José Luna, y tenían amarrada a Mariana Días, hija de otro hermano mío. Ninguno de ellos era infiltrado. Que podía haber infiltrados, sí, como en todos los frentes, pero no puede ser tanta gente. Porque los muertos fueron bastantes, esos que les he dicho son solo los de mi raza".

Juan Patojo recuerda que las historias de grupos de muchachos que llegaban de los refugios de Colomoncagua y San Antonio, en Honduras, y que también fueron ejecutados, comenzaron a inundar los campamentos: "Decían que los mataban por una media indisciplina. La cosa era que de repente a esas gentes ya no las mirábamos, desaparecían".

En esos grupos llegaban muchos adolescentes, muchachos acostumbrados a un modo de vida y a ciertas costumbres más liberales, su comportamiento no sólo estaba relacionado con sus edades sino también con esas ciudadelas repletas de promiscuidad en que suelen convertirse los campamentos de refugiados: "Una persona que tiene quince años reacciona de cualquier manera, son informales por cosas de la edad que tienen, pero los que los mataron no tomaban en cuenta eso", dice Juan con verdadero pesar.

"Según yo fue en 1987 cuando empezaron esas cosas de los infiltrados, que les decían. Tengo conciencia de que había infiltrados, eso no es mentira. El gran problema es que Mayo, como era tan fiel, lo manejaron los de la Comisión Política de las FPL, la cabeza nuestra, pues, ese que ahora va de candidato a la vice presidencia de la República. Y así fue que aquí se hicieron cosas sin nombre. Uno se siente mal por eso que pasó, y de alguna manera uno se siente involucrado".

Juan insiste en relativizar la responsabilidad personal de Mayo Sibrián en la matanza: "La culpa no fue solo de Mayo, lo que pasó es que aquí la gente la ideologizaron demasiado los encargados de sub zonas. Ellos mismos elaboraban las listas de los sospechosos, o sea que daban la información y ya mandaban la propuesta concreta de matarlos. A Mayo lo que le tocaba era firmar porque ya venía todo concluido, y él no podía decir que no. Los argumentos que le daban eran grandes y a él no le quedaba más que decir que sí. Asé es que funcionaron aquí esas barbaridades. Yo miraba esos argumentos y sentía que aquello era injusto".

Juan mismo tuvo que sortear una experiencia muy dura: "Una vez fueron a traer a una señora de unos treinta años de por aquí del cantón el Cordoncillo, allí por los cerros pegados a Berlín. Toda mojadita llegó la pobre. Si estamos luchando contra lo injusto, lo que están haciendo estos babosos no es justo, dije yo. Y la miro a la mujer que hasta venía echando leche de las chiches porque estaba recién parida. Yo me sentí mal de ver aquello, y le pregunté de qué la acusaban. Yo no he hecho nada, me dijo ella toda asustada, porque a saber qué barbaridades le habían hecho ya. Yo en ese tiempo era jefe de un destacamento de tres pelotones. Váyase, le dije yo a la señora, y la mandé a dejar a su casa... Pues por eso me quitaron el fusil y me trataron de lo peor".

Eso fue en el puesto de mando de Mayo Sibrián. A Juan, ya desarmado, lo sentaron en una piedra y lo rodearon: "Me dijeron descompuesto, prepotente, sobrevalorado, te gusta hacer las cosas a tu antojo, dijeron. Saben qué, les respondí, yo aquí me he metido por lo injusto del gobierno, pero si me equivoqué aquí está mi vida. A mí no me golpearon, pero ya después de eso quedé con algo de miedo. Y ahí estaba Mayo entre ellos esa vez. Entonces fue yo dije entre mí: Este Mayo anda equivocado. Pero, ya les digo, no era tanto Mayo sino que la mayoría de los mandos. A Mayo no es que lo descomponen, es que según él estaba haciendo lo correcto, y por eso él les mandaba toda la información de lo que estaba haciendo a Chamba Guerra y a Leonel González. Todos los días mandaba los mensajes, y cada trimestre mandaba un paquetón de informes. No era nada oculto lo se hacía aquí, no. Era toda la Comisión Política de las FPL influenciada por el FMLN".

-¿Usted conoció a Lucas, don Juan, un muchacho de las fuerzas especiales al que mataron también?

-Sí lo conocí. Aquí estuvo en un grupo de comandos ranas, o sea buzos. El de primero era de una unidad logística y nosotros coordinábamos con el jefe de él. Y aquí los tuvimos en Montecristo, que se metían a sacar la experiencia al mar. Cuatro o cinco horas nadaban de entrenamiento. Como a mí siempre me tocó al sur, a la orilla del mar, me mandaron allá por Jucuarán, al golfo, y ahí lo vi a Lucas también, que le faltaba un ojo, de ahí no lo volví a ver. No sé cómo murió. Era un cipotón grandote, bien galán era el muchacho.

Pablo Parada Andino, comandante "Goyo" de las FPL

Goyo: "Estos son los primeros que traicionan, me dijo Mayo"

La primera estancia de Mayo Sibrián en el frente para-central duró hasta principios de 1984. De ahí salió a cumplir otras misiones y regresó en mayo de 1986, ya en calidad de comandante en jefe del frente. Hasta ese momento, ese puesto lo ocupaba el comandante Goyo (Pablo Parada Andino), quién salió a desempeñar otras funciones. Ese mes de mayo, los dos comandantes se encontraron en Cerros de San Pedro, el uno saliendo y el otro llegando.

Mayo Sibrián, acompañado de un grupo de combatientes, había realizado una larga caminata desde la zona de Radiola, del departamento de Cabañas, y sostuvo una breve conferencia de coordinación con Goyo. Durante esa conferencia salió a luz un tema en apariencia irrelevante: Mayo Sibrián contó que un muchacho universitario y miope que venía con él se le había perdido en el camino. "Es lo que pasa con los pequeñoburgueses urbanos, no aguantan ni el menor esfuerzo y son los primeros que se quiebran y traicionan", dijo.

Goyo supo después que el muchacho en cuestión se había extraviado en efecto durante la marcha; había esperado escondido todo un día en un montarral para continuar el camino durante la noche hasta llegar a cerros de San Pedro. En el frente fue designado a los talleres de explosivos y, en poco tiempo, debido a su nivel académico se ganó el cariñoso sobrenombre de El Maestro.

La sorpresa para Goyo, cuando a finales de 1987 regresó al Paracentral, fue que el Maestro había sido ejecutado por el mando de las FPL en la zona. Todavía no nos ha sido posible conocer el nombre legal de el Maestro, pero sí sabemos que su apellido era Roque, y que era hermano de Consuelo Roque, que por entonces era jefa del Departamento de Humanidades de la Universidad de El Salvador. Otra de las víctimas, con el mismo perfil de el Maestro, había sido René Oviedo, de pseudónimo Octavio, estudiante de sociología o economía de la UCA y dirigente del FUR-30, uno de los frentes universitarios de las FPL.

No hace mucho, la madre de René Oviedo se acercó al Instituto de Derechos Humanos de la UCA, para pedir que le ayudaran, por lo menos, a gestionar que Leonel González o Medardo Gonzáles, antiguos jefes de las FPL y ahora dirigentes máximos del FMLN, le indicaran el lugar en que su hijo fue sepultado. Hasta la fecha ambos líderes han guardado silencio.

Andrés, la deserción de un jefe guerrillero

Andrés era un joven jefe guerrillero campesino, fiero en el combate pero vivaracho y alegre en la cotidianidad, amante de la charla amena, de la música, el baile y la belleza femenina. Comandó el destacamento número uno del batallón Andrés Torres, de las FPL, hasta el año 1983, cuando el comandante Miguel Uvé salió rumbo a Chalatenango. Fue entonces que Andrés asumió el mando de esa unidad militar, de casi cuatrocientos hombres. Ese batallón estaba basificado principalmente en el volcán Chinchontepec, aunque operaba en todo el frente Paracentral cuando Mayo Sibrián asumió la jefatura.

Desde los primeros momentos los estilos de mando, las relaciones de jefaturas con la tropa, la forma de entender la disciplina y la visión de Mayo Sibrián entraron en contradicción flagrante con el estilo de Andrés. Para Mayo Sibrián, cualquier indicio de relajamiento en la vida cotidiana, debía ser tratado con la máxima severidad pues, según él, detrás de ello estaba implantada la infiltración enemiga.

Un día, entre agosto y septiembre de 1986, Andrés fue requerido para que se presentara en el puesto de mando de Mayo Sibrián. Andrés respondió afirmativamente y salió de su campamento, pero con otro rumbo. Hasta la fecha nadie lo ha vuelto a ver ni tiene la menor idea dónde se encuentra.

El comandante Goyo recuerda a Andrés como un hombre especialmente listo: "Lo que pasó es que no hubo química entre Mayo y él, y empezaron a salir mal las operaciones. Pero en lugar de buscar en su interior o en su equipo el motivo de los problemas, Mayo comenzó a sospechar de todos", dice Goyo, "y del primero que sospechó fue del jefe del batallón. Pero Andrés era un zorro muy difícil de cazar, seguro que detecto esa sospecha, y como ya conocía los métodos de Mayo, quizá pensó que morir así no valía la pena, y mejor decidió desertarse".

Trine, un viejo guerrillero y uno de los primeros militantes de las FPL en la zona, tiene una visión particular sobre el caso de Andrés. Él dice que Andrés era indisciplinado pero no un infiltrado. Un asunto de particular atención, viniendo de un viejo militante de origen campesino, que aunque no se explica los hechos con fundamentos teóricos, su visión explica una realidad de la vida y la formación ideológica, religiosa en todo caso, de esos hombres: "Andrés se había descompuesto, se había hecho relajo, andaba bailando por todos lados y metiéndose con las cipotas. Por eso fue que se desertó. O sea que se había indisciplinado demasiado, y Mayo sí era bien estricto en esas cosas".

No hay prueba alguna de que Andrés haya sido un infiltrado. Además los que le conocieron sabían bien de su persona, de su tiempo en la guerra y su arrojo combativo. Pero hay otra cosa que para muchos de los veteranos de aquellos sucesos resulta de sentido común: si el jefe de un batallón guerrillero hubiera sido un infiltrado del enemigo, ese batallón no hubiera combatido con tanta fiereza, ni logrado tantas victorias en operaciones de altísimo riesgo, y ni siquiera hubiera sobrevivido como unidad. En cualquier caso, la deserción de Andrés es clave, pues desde entonces el mando de las FPL en el Paracentral, comenzó la matanza de sus mejores jefes y combatientes.

Una vez escapado Andrés, comenzó la cacería. La primera decisión que tomó Mayo Sibrián fue capturar al equipo de mando del batallón, pues su conclusión era que, si el jefe era un infiltrado del enemigo, los demás que estaban subordinados a él también lo eran. Eran poco más de diez personas, entre operadores de radio de comunicación, escoltas, y personal de intercepción de comunicaciones enemigas. Hasta el momento solo hemos podido establecer los pseudónimos de cuatro de ellos, todos originarios de la zona: el Chivo, Marina (prima de Walterón), Hugo y Vladimir.

(Entre ellos también fue capturado y torturado un combatiente que vio morir a sus compañeros y que logró escapar de los verdugos. Hemos hablado con él, aceptó la realidad de los hechos y nos dijo que ni siquiera teníamos idea de la gravedad de los mismos. Sin embargo, a pesar de lo visto y vivido, se negó a rendir su testimonio ante nosotros con el siguiente argumento: "Yo les voy a contar todo, todito, con nombres y apellidos de los muertos y de los asesinos, pero no ahora en tiempo electoral. Al nomás que pases las elecciones vienen y me preguntan y les digo todo").

Con estos casos comenzó a gestarse un método que luego se generalizó; interrogar bajo tortura a los sospechosos antes de ejecutarlos. Con ese procedimiento, el mando de las FPL en el Paracentral, lograban "sacar confesiones" que involucraban a otros combatientes, que a su vez corrían la misma suerte e involucraban a otros, formando una cadena cada vez más numerosa de sospechosos y ejecutados. "Al final, para que ya dejaran de torturarlos tan cruelmente, los compas decían que sí, que ellos eran infiltrados y que también lo eran los otros por quienes le preguntaban", dice Goyo.

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lunes, 22 de septiembre de 2008

Fermín: "A garrotazos los fueron

Frente Paracentral, informe de una matanza
Fermín: "A garrotazos los fueron matando"

Esta es la primera entrega de un reportaje, que pronto presentaremos en un libro, sobre una espantosa purga interna realizada por las FPL. Más de mil guerrilleros y colaboradores civiles fueron salvajemente torturados y asesinados bajo la acusación de ser traidores. El hecho había permanecido en las sombras, pero los sobrevivientes han comenzado a hablar.

Geovani Galeas/Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com
Especial de Centroamérica 21

Fermín, un campesino oriundo del Cantón Palo Grande, de Zacatecoluca, había ingresado a las FPL en 1978, y pertenecía al equipo de mando del destacamento número tres del batallón guerrillero Ernesto Morales, basificado en el volcán Chinchontepec.

A eso de las diez de la mañana del 22 de septiembre de 1986, en uno de los campamentos insurgentes del Cerro de la Campana, en el departamento de San Vicente, él y tres de sus hombres (Juancito, Foxi y Raul), fueron repentinamente capturados, desarmados y amarrados por un grupo de sus propios compañeros dirigidos por Carlos, uno de los lugartenientes del comandante Mayo Sibrián, jefe político-militar del frente para-central de las FPL. "Todos ustedes están bajo investigación", les dijo Carlos, y los condujo a un lugar solitario, arbolado y rocoso del cantón San Bartolo. En el camino, Juancito le dijo a Fermín que quizá los iban a matar.

-¿Por qué tuvo ese presentimiento Juancito, don Fermin?

-Porque ya estaban matando compañeros. Unos de los primeros fueron seis radistas que bajaron del volcán Chinchontepec allá por el mes de julio. Y ya luego se comentaba en los campamentos que habían matado a fulano y a zutano, y que decían que eran infiltrados del enemigo. Nos contaron que de un pelotón miliciano, unos treinta hombres, solo siete se habían salvado. De ahí a los días fue que se llevaron a un compa de la unidad de nosotros, Wilber "Picofino", y lo mataron también.

-¿Qué pasó entonces con ustedes?

-Pues que llegamos a ese lugar que les digo, y ahí fue que vimos que Elmer, otro del grupo del mando de Mayo, tenía amarrada a una compañera que se llamaba Crucita. Estaba tirada en el suelo, casi desnuda, solo con un fustancito y el brasier, y la estaban interrogando y golpeando con un gran garrote de guayabo. Le decían que era infiltrada y que confesara quiénes eran sus cómplices dentro del frente. Ella les decía que eso no era cierto, y les suplicaba que ya no la maltrataran, pero entonces le pegaban más duro.

-¿Había más gente en ese lugar?

Ethel Pocasangre Campos, psicóloga de la UCA y militante de las FPL, asesinada por esa misma organización en septiembre de 1986

-Los que estábamos amarrados en ese momento éramos ocho, pero es que iban llevando a la gente por grupos. Además de nosotros cuatro estaba la Crucita, Chabela y dos muchachas que eran hermanas, hijas de una tal Marta, que era la mujer de un compañero que ya después de la guerra fue alcalde de El Paisnal. A ellas ya las habían torturado. Entonces agarraron a Juancito, y le dijeron que Chabela había confesado que también nosotros éramos del enemigo. Lo amarraron a un árbol y comenzaron a interrogarlo. Le pegaban en todo el cuerpo con el garrote. Le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza y se la socaban con una pita por el pescuezo. El compa se ahogaba y ya cuando pataleaba todo morado, por la falta de aire, le aflojaban la pita.

Fermín se calla, toma aire y mira hacia otro lado para buscar más en su memoria, o porque su pudor de viejo guerrero no permite que esos recuerdos le quiebren la voz y se le conviertan en lágrimas. Él no sabía entonces que Crucita se llamaba en realidad Ethel Pocasangre Campos; que allá por 1979 había sido miembro de la Comisión Nacional de Propaganda del BPR, la organización de masas de las FPL; que era psicóloga y había sido docente en la UCA: y que sus colegas, alumnos y compañeros de militancia la consideraban un ángel por su delicada belleza, su dulzura y su entrega a la lucha revolucionaria.

Su hermana, Isis Dagman, se detectó quistes en las mamas estando en ese mismo frente de guerra. Comunicó la situación a los comandantes de la zona y estos le respondieron que eso era más bien un problema ideológico, que lo que en realidad tenía era miedo. Cuando el deterioro de su salud era ya crítico, fue enviada a Cuba para ser tratada clínicamente, pero ya la metástasis cancerosa estaba demasiado avanzada y fue desahuciada. Isis Dagman regresó a El Salvador y murió en 1991.

Antes, la madre de ambas, doña Clelia, supo vagamente cómo y en qué circunstancias había muerto Ethel, y decidió enviar una carta a Salvador Sánchez Cerén, pidiéndole una explicación y que, por lo menos, le entregaran los restos de su hija. Eso fue en 1987. Doña Clelia no ha recibido ninguna respuesta hasta la fecha, y todavía ignora que los restos de Ethel están enterrados, junto a los de sus otros compañeros, en una fosa común ubicada en algún punto del catón San Bartolo, cerca del cerro Buena Vista, en la jurisdicción de San Vicente.

"Cuando termine la guerra este pueblo va a necesitar miles de psicólogos por tanto trauma que deja la violencia, ahí voy a tener otra tarea revolucionaria", le dijo una vez Ethel a Marta Nolasco, que fue su alumna y que ahora trabaja en el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. Ethel se había sumado a las FPL junto a su hermana, Isis Dagman, que era doctora y en la guerrilla había adoptado el pseudónimo de Sonia. Ambas eran blancas, de cabellos castaños y de ojos azules.

Fermín continúa de pronto: "Cada vez que Juancito les decía que él no era enemigo y que no sabía nada de eso, más le pegaban. Después lo amarraron juntándole las manos y las canillas por detrás, y lo colgaron así de un palo de amate. Ahí lo siguieron garroteando, quebrándole los brazos y las canillas, y el compa clamaba a dios y a su madre a cada golpe que le daban. Unos dieciocho años tenía Juancito, de ahí era de la misma zona de nosotros y era un buen combatiente". Fermín vuelve a hundirse en el silencio un largo rato antes de recomenzar:

-Después agarraron a Foxi y lo empezaron a torturar. Le hicieron lo mismo que a Juancito y él tampoco aceptó que era enemigo. Ahí mismo lo mataron. Llamaron a Raúl, y Elmer le dijo: Ahí está Foxi, muerto, miralo bien, si no querés estar así nos va a decir todo, si confesás te vamos a dejar ir del frente, así hicimos con la Mayra. La Chabela dice que ella misma te dio un dinero, le dijo. Pero eso de la Maira era una gran mentira. La verdad es que ya la habían torturado y matado también. "A mí nadie me ha dado dinero", le dijo él, y ya le pusieron la capucha.

-¿También lo mataron ahí?

-No, como le dijeron que lo iban a dejar ir si confesaba, dijo que sí, que era cierto que la Chabela le había dado cuatrocientos colones. Pero eso era mentira, porque Chabela decía que trescientos le había dado. Entonces ya no lo golpearon, solamente lo dejaron ahí. Y ya la cosa fue conmigo: Ajá, Fermín, me dijo Elmer, me vas a entregar el correo que la Chabela te dio. A mí no me ha dado ningún correo, le dije yo. Sí, acuérdese que se lo di, dijo la Chabela. Elmer me dijo: Decí la verdad, Fermín, no te queremos quebrar las patas. Ya me habían amarrado al árbol y me pusieron la capucha, yo sentía que me ahogaba cuando me apretaban la pita. En una de esas que me quitaron la bolsa de la cabeza le digo a Chabela: ¿Cuándo fue que me diste ese correo? A principios de febrero, dijo ella. Eso me salvó. Ahí estaba Carlos, y le digo: Carlos, usted es testigo que yo me he pasado todo el mes de febrero con usted allá en el volcán. Carlos se acordó que era cierto y entonces se fue contra la Chabela: Vos nos estas mintiendo hijeputa, le dijo, y empezó a torturarla.

-¿Lo dejaron libre a usted?

-No, yo seguí amarrado pero ya no al árbol, solo de mis manos. Pero ya estaba empezando a oscurecer y comenzaron a amarrar en fila a los que habían estado golpeando: La Crucita, Juancito, Chabela, las dos que eran hermanas y hasta al mismo Raúl. A Foxi ya lo habían matado.

-¿Para dónde se los llevaron?

-Es que cuando estaban torturando a la gente, estaba otro grupo retirado, como a media cuadra, que estaban abriendo la zanja de la sepultura. Para allá se los levaron y ahí a garrotazos los fueron matando.

-¿Qué pasó entonces con usted?

-Pues estaba amarrado, y llega Carlos y me dice: "Vos no sé, pero tu mujer sí trabaja para el enemigo. Todas estas viejas putas que salen y entran al frente son informantes. Yo no creo que ella sea eso, le dije yo. Pues en cuanto venga otra vez al frente la voy a mandar a traer, y vos mismo la vas a matar, me dijo. Yo le respondí que no iba a hacer semejante barbaridad, y ya se fue. Ahí en el lodazal me acosté a dormir, sin plástico ni nada, amarrado. A buena mañana llegaron con otros cuatro amarrados.

-¿Combatientes también?

-Sí. Ahí venían Saúl, que le decíamos "Murciégalo" y Nelson. De los otros dos no me acuerdo los nombres. Ahí los fueron a golpear al mismo matadero. Ya bien noche los regresaron bastante maltratadosy los tiraron en el mismo lodazal donde yo estaba. Al ratito llegó la China, una compa del pelotón que nos estaba cuidando, y le dijo a Saúl: "¿Decime si es cierto que también el Marcial está involucrado con el enemigo?", y entonces fue que Saul dijo: "No, China, si yo dije ese montón de mierdas porque ya no aguanto mi cuerpo, me han hecho mierda mi cuerpo, mirá como me han dejado, China", le dijo. Y otra muchacha que también habían torturado dijo lo mismo, Vanesa se llamaba ella, y era la mujer de un compañero al que también ejecutaron de esa misma manera. A esos cuatro que les digo los mataron al día siguiente.

-¿Usted seguía amarrado, don Fermín, lo volvieron a golpear?

-No. Elmer llegó y me dijo: "Disculpá por lo que se te ha hecho, pero entendé que aquí la cosa esta jodida con el enemigo. Vos andate para el puesto de mando y ahí esperá a que nos reorganicemos. Pero el problema es que me salió con lo mismo que Carlos me había dicho de mi mujer. O sea que sí la iban a matar... Si en esos mismos días que estuve en el puesto de mando, mataron a otra señora que era del área de servicios, Maribel se llamaba ella. Es que a diario mataban. Uno de esos días me dijo Elmer que a León, que era el jefe político de mi destacamento, ya lo habían matado allá en la zona de la Ángela Montano, en el lado de Usulután. A Chamba y a Rogelio, que eran jefes de destacamentos del batallón Ernesto Morales, también los mataron. La muerte de Chamba fue triste: lo quebraron todo de los brazos y las piernas, y así lo dejaron amarrado hasta se engusanó el compa. No tuvieron la piedad de matarlo ellos, ahí lo dejaron sufriendo hasta que se murió el solito.

-¿Esa vez que estuvo usted ahí amarrado cuántos mataron?

-Los de esa noche y los del día siguiente fueron como quince, pero solo en ese lugar, porque por otros lados estaban matando otro puño de gente.

-¿Y qué hizo usted ante todo eso, don Fermín?

-Es que no era correcto lo que estaban haciendo. Toda esa gente que mataban no eran enemigos, eran compañeros revolucionarios. Entonces fue que decidí irme de la guerrilla. Cabal la noche del nueve de octubre hice la lista de todos los gastos y del dinero que todavía tenía, que era 645 colones, bien me acuerdo. Ahí en la hamaca dejé el papel y el pisto, dejé el fusil y todo mi equipo, solo una lamparita que era mía me llevé. Me fui monteando toda la noche hasta ya en la madrugada salí a la carretera Panamericana. Ese día, diez de octubre, hubo un temblor bien fuerte, quizás por eso es que los retenes del ejército que estaban en la carretera no pararon la camioneta en la que me monté, y así logré llegar hasta mi casa.

En esos momentos don Fermín no sabía que la matanza apenas había comenzado, que duraría cinco años más, que sería avalada por jefatura de las FPL, cuyo máximo dirigente era el comandante Leonel González (Salvador Sánchez Cerén), y que cobraría más de mil víctimas, como lo establecen los testimonios de testigos y protagonistas directos de esos hechos. Este reportaje ha sido elaborado precisamente sobre la base de esos testimonios, que hemos grabado en audio y video. Cuando este trabajo haya sido publicado en forma de libro, una copia de todos esos testimonios será entregada al Instituto de Derechos Humanos de la UCA.

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